En los cuatro artículos anteriores presenté argumentos que, en mi opinión, muestran la ausencia de claridad de la posición costarricense, la inefectividad de las Conferencias de las Partes (COP) y de que los países grandes reúsan comprometerse, pues las declaraciones y compromisos no son vinculantes. También es evidente la distorsión de la información científica, que se ha generado un divorcio entre la adaptación y la mitigación con la gestión del riesgo , y de que sigue sin solucionarse el mayor de los problemas: la energía. Mientras estos asuntos no se resuelvan, no habrá estrategias efectivas para enfrentar al calentamiento global antropogénico (CGA). Todo se complica, aún más, cuando la información que circula en los medios de comunicación y redes sociales, la que llega a los gobiernos y a la población, está plagada de distorsiones y sesgos, y más bien termina obstaculizando el proceso de toma de decisiones.

Y tanto esfuerzo realizado (bueno y no tan bueno), para que las guerras y conflictos geopolíticos ahora generen la pauta de las emisiones de gases, vapores y partículas a efecto de invernadero (GVP-EI).

Invasión rusa

Más allá de la tragedia humana, esta guerra ha impactado un tercio de las áreas forestales protegidas en Ucrania. El ecocidio causado por las fuerzas armadas rusas es desgarrador; han bombardeado, contaminado o quemado alrededor de 3.000.000 ha y otras 450.000 ha están bajo ocupación. Las pérdidas, por contaminación de la tierra, agua y aire se estiman en 45.000 millones de euros. Al menos 8 millones de tCO2e se envían a la atmósfera diariamente desde febrero de 2022, casi el total anual de las emisiones totales anuales de Costa Rica. Las actividades militares, en los dos primeros años de la invasión rusa han producido, al menos, 175 millones de tCO2e (Costa Rica ha emitido alrededor de 255 millones de toneladas entre 1751 y 2020; 0,015% del total mundial). El costo climático de esos dos primeros años de invasión es mayor que las emisiones anuales generadas, individualmente, por 165 países. Esos 175 millones de tCO2e se contabilizan como emisiones directas de incendios forestales y edificaciones, desvío de vuelos comerciales, migración forzada de pobladores, derrames causados por ataques militares a la infraestructura de combustibles, y el costo futuro estimado de la reconstrucción. Incluyen CO2, N5O y hexafluoruro de azufre (SF6), el más potente de todos los gases de efecto invernadero. Esas emisiones equivalen a las producidas por 90 millones de automóviles de gasolina durante un año y superan las generadas por Países Bajos, Venezuela y Kuwait en 2022. Costa Rica produjo, en 2022, 8,61 millones de tCO2e y acumularía esa cantidad en 20 años. Históricamente, los gobiernos no han tomado en cuenta el costo climático de las guerras y menos aún los fabricantes de armamentos.

Según la Asamblea General de la ONU, Rusia deberá compensar a Ucrania por la guerra, lo que ha llevado al Consejo de Europa a establecer un registro de daños que incluye las emisiones. Los cálculos realizados se fundamentan en la asignación de un costo social de US$ 185/tCO2e, según el informe de la Iniciativa sobre la Contabilidad de Gases de Efecto Invernadero en la Guerra (IGGAW), financiado en parte por los gobiernos alemán y sueco y la Fundación Europea del Clima. La Federación Rusa se enfrenta a una factura, por reparaciones climáticas, de US$ 32.000 millones tan solo por los primeros 24 meses de invasión. Una tercera parte de las emisiones proviene de la actividad militar y el combustible utilizado por las tropas rusas (35 millones de tCO2e). Otras fuentes incluyen la fabricación de explosivos, municiones, muros de defensa a lo largo de las líneas del frente por parte de ambos países, y el combustible utilizado por los aliados de Ucrania para producir y entregar equipos militares. Otra tercera parte se atribuye al acero y concreto que se necesitarán para reconstruir escuelas, viviendas, puentes, fábricas y plantas de tratamiento de agua dañadas y destruidas. Ya se han reconstruido y remplazado algunas estructuras, pero han sido destruidas nuevamente. La escala del impacto del CO2e dependerá de si se utilizan técnicas y materiales tradicionales intensivos en carbono u otros métodos más modernos y sostenibles. El último tercio ha sido generado por incendios, desvíos de aviones comerciales, ataques a la infraestructura energética y desplazamiento de casi 7 millones de ucranianos y rusos. Los incendios forestales y pastizales aumentaron en tamaño e intensidad a ambos lados de la frontera. Se estima que 1 millón de hectáreas de campos y bosques quemados se atribuyen a la actividad militar, lo que representa el 13% del costo total del carbono. La mayoría de los incendios tuvo lugar cerca de las líneas del frente, pero algunos se salieron de control y se extendieron. Casi el 40% de los 4.216 camiones de bomberos ucranianos ha sido dañados.

Rusia, al atacar la infraestructura energética ucraniana, ha causado fugas de combustibles e incendios. El metano derramado, tras la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, fue de 14 millones de tCO2e. Se cree que otras 40 toneladas de SF6 (equivalente a aproximadamente 1 millón de toneladas de CO2) se fugaron hacia la atmósfera debido a los ataques contra las instalaciones de la red ucraniana de alto voltaje; este gas se utiliza para aislar dispositivos eléctricos y tiene casi 23.000 veces más potencial de efecto invernadero que el CO2. El consumo de combustible de aviación aumentó cuando a las aerolíneas comerciales europeas y estadounidenses se les prohibió el espacio aéreo ruso, mientras que las australianas y asiáticas toman rutas alternas como medida de precaución. Los trayectos adicionales han generado, al menos, 24 millones de tCO2e. El desplazamiento forzado de personas que escapan de la guerra y del servicio militar obligatorio ha generado casi 3,3 millones de tCO2e. Esto incluye las emisiones relacionadas con el transporte de más de 5 millones de ucranianos que buscaron refugio en Europa, así como los desplazados rusos. La invasión rusa ha provocado un aumento del gasto militar, especialmente en Europa, e impulsado la demanda de explosivos, acero y otros materiales intensivos en carbono, lo que inevitablemente provoca más emisiones.

Guerra en Palestina

Sin tomar en cuenta el exorbitante número de muertes, los aproximadamente 200.000 edificios de apartamentos, escuelas, universidades, hospitales, mezquitas, panaderías, plantas de tratamiento de agua potable y residual, dañados y destruidos en Gaza en los primeros meses de ataques de Israel, Hamas, Hezbollah e Irán, hasta junio de 2024, generaron casi 60 millones de tCO2e y posiblemente otro tanto en Líbano. El proceso de reconstrucción tendrá un costo de carbono mayor que las emisiones anuales generadas individualmente por 135 países. Esto es comparable con las emisiones totales (2022) de Portugal y Suecia, y más del doble de las emisiones anuales de Afganistán. Al menos 26 millones de toneladas de escombros han quedado tras los bombardeos israelíes en Gaza, cuya limpieza tomará años y un costo elevado en emisiones. Cerca del 99% de las 652.552 tCO2e generadas durante los primeros cuatro meses después del ataque de Hamas (7 de octubre de 2023) se relacionan con bombardeos aéreos y la invasión terrestre israelí. Casi el 30% de las emisiones las generaron 244 aviones de carga estadounidenses que transportaron suministros militares a Israel en los primeros 120 días. El costo del carbono, de los primeros 120 días del ataque israelí, equivale al uso anual de la energía consumida por 77.200 hogares estadounidenses. Los cohetes de Hamas, disparados contra Israel entre octubre de 2023 y febrero de 2024 generaron 1.140 tCO2e; otras 2.700 tCO2e se atribuyen al combustible utilizado antes del 7 de octubre de 2023. Combinada, la huella de carbono de Hamas durante los primeros 120 días, fue equivalente al uso anual de energía de 454 hogares estadounidenses.

Se calcula que las emisiones de los 1.400 camiones que hicieron el viaje de ida y vuelta entre Egipto y Gaza, para entregar ayuda humanitaria a 2,3 millones de palestinos, entre octubre 2023 y febrero 2024, generaron 9.000 tCO2e. Otras 58.000 tCO2e provinieron de los generadores diésel para electricidad en Gaza, pues fueron dañadas o destruidas las instalaciones del enclave (alrededor del 25% de la electricidad de Gaza provenía de paneles solares). Las emisiones generadas por los vuelos que transportan ayuda desde los países vecinos a Gaza, las emisiones de metano, incendios, el desplazamiento forzado de palestinos y la actualización de todos los datos, al 31 de enero de 2025, no han sido contabilizados todavía. Tampoco se incluyen las emisiones generadas por el continuo transporte de combustible para aviones militares enviados desde Estados Unidos a Israel. Será necesario calcular las emisiones derivadas de la reconstrucción. Además, las imágenes satelitales disponibles muestran que más de la mitad de la cobertura arbórea y tierras de cultivo en la Franja de Gaza también fue destruida.

Se estima que la huella militar de carbono de Israel, en 2023, sin tomar en cuenta esta guerra, fue de 3,85 millones de tCO2e, lo que equivale al 5% de sus emisiones anuales, aproximadamente el doble de las emisiones de Bahamas en 2022. No se han calculado las emisiones militares comparables para Palestina causadas por el despliegue de las capacidades ofensivas de Hamas, Hezbollah e Irán. La construcción del “Metro de Gaza” por Hamas (red subterránea de 500 km de túneles, utilizada para trasladar y ocultar suministros, armas, combatientes y rehenes), generó alrededor de 478.800 tCO2e, más que las emisiones totales de la isla caribeña Saint-Lucia en 2022. La construcción del muro de Israel, 65 km, a lo largo de su frontera con Gaza, emitió alrededor de 312.387 tCO2e, más que las emisiones de Tonga, en el Pacífico Sur. El análisis no incluye las emisiones, antes del 7 de octubre de 2023, de los tanques, vehículos militares, ni la energía consumida por la importación de armas, combustible y equipos militares israelíes.

Y entonces… ¿cómo quedamos los países pequeños y pacíficos?

Más allá de los conflictos bélicos citados, las situaciones geopolíticas y premilitares asociadas a las tensiones entre China, Taiwán, Corea del Norte, Irán, Syria, África, Estados Unidos, Europa y Australia, para solamente citar los casos más evidentes, la evaluación anual de la ONU ha analizado el déficit entre lo prometido y realizado por esos y otros países. El resultado es que los países grandes no se independizan de los combustibles fósiles ni reducen sus emisiones. El Acuerdo de París no ha sido más que una declaración elegante y vacía de resultados. Las fuentes de energía “renovable” (eólica, solar) han crecido, pero la demanda de electricidad aún más. Esto ha llevado a seguir consumiendo combustibles fósiles.

Esos conflictos geopolíticos y militares han aumentado las emisiones y complicado la cooperación internacional. Los países ricos no cumplen sus promesas ni financian la reparación de los daños causados a los países vulnerables. El proceso de la “transición energética”, aparte de vago, ha quedado en el limbo. La ONU indica que, de los 151 países originalmente comprometidos formalmente (Canadá y Estados Unidos se retiraron) con el Acuerdo de París, menos de la mitad ha hecho avances significativos y, entre ellos, ninguno del G-20. En 2023, solo Madagascar presentó un compromiso actualizado para reducir sus emisiones para 2030. Entonces y aunque sea teóricamente posible mantenerse bajo 1,5 °C de calentamiento, eso ya no parece factible.

No hay suficientes razones ni evidencias como para considerar que el esfuerzo realizado por los países y sus compromisos en las COP, incluido Costa Rica, hayan producido resultados netos, efectivos ni suficientes. Todo concluye en intenciones simbólicas, pero en la práctica no hay resultados que contribuyan a reducir el CGA. Los países grandes, responsables de la mayor cantidad de emisiones, no tienen intenciones serias de proteger el futuro del planeta.

Aunque se aprecie el compromiso legítimo de Costa Rica de “limpiar” la energía de sus procesos productivos y transporte vial, no parece plausible conseguirlo en el corto plazo por múltiples razones de índole política y económica. Aparte de algún beneficio en su reputación, imagen turística (degradada de todas maneras por la gentrificación y las contradicciones en el estado de nuestros ríos, manejo de desechos y otros factores) y la captura de algunos fondos de la cooperación internacional, no parece racional pensar que la carbono-neutralidad sea una meta realista que convenga al balance total de nuestros intereses, pues la atmósfera y el clima ni se darán cuenta del esfuerzo mientras el G-20 y las potencias militares en conflicto no modifiquen sus políticas energéticas, económicas y ambientales.

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