Cuando el sol sale en el Pacífico costarricense, su luz no solo acaricia las olas y los arrecifes, también ilumina el rostro de mujeres que defienden el mar como si fuera una extensión de sí mismas. En las costas de Guanacaste y en la remota Isla Chira, ellas han tejido redes de resistencia frente a proyectos extractivos, turísticos y modelos de desarrollo que ignoran su voz, son mujeres pescadoras, recolectoras, educadoras, lideresas comunitarias, son las Guardianas de la Bahía y las Guardianas del Océano, defensoras de la vida y el territorio.

Esta lucha ecofeminista, la cual ha emergido desde lo local, pero con impacto global, muestra cómo estas mujeres han transformado el cuidado en acción política y el mar en trinchera de dignidad.

La historia de las Guardianas de la Bahía comienza en la década de 2010, cuando comunidades pesqueras del norte de Guanacaste notaron un cambio en su su acceso tradicional al mar, donde generaciones han pescado artesanalmente, comenzó a restringirse, el Sistema Nacional de Áreas de Conservación (SINAC) imponía regulaciones de conservación, mientras empresas privadas obtenían concesiones para desarrollar lujosos proyectos turísticos en la Bahía Santa Elena, sin consultar a las comunidades.

Para muchas mujeres este fue un punto de quiebre: no solo se amenazaba el sustento familiar, sino que se las excluía de decisiones sobre su propio territorio. En ese contexto, nació el colectivo Guardianas de la Bahía, con una visión clara: defender la vida marina desde una perspectiva ecofeminista que vincula cuerpo, naturaleza y justicia.

En junio de 2024, Isla Chira fue escenario de un hecho histórico: el Primer Encuentro de Mujeres de los Mares. Reunió a lideresas costeras de once países, quienes compartieron desafíos comunes: violencia de género, pobreza, contaminación, invisibilidad. De este encuentro nació el movimiento Guardianas del Océano, impulsado por organismos internacionales como UNFPA y Conservación Internacional, respaldado por el Estado costarricense.

Según Lilliana Martínez:

Nosotras con salud podemos lograr muchísimas cosas. Donde hay mujeres sanas va a haber una comunidad completa, porque la mujer en realidad es la que se encarga de velar por la salud de toda la familia y de toda la comunidad”.

Según Pamela Castillo:

Guardianas del Océano es una iniciativa que nace dando seguimiento al acuerdo Global de biodiversidad que más de 190 países firmaron en diciembre del 2022, con compromisos muy concretos de conservación hacia el mar”.

El ecofeminismo, más que una ideología, se encarnó en acciones concretas como lo son la restauración de manglares, el monitoreo de pesca ilegal, la educación ambiental, y la transmisión de saberes ancestrales. De esa manera se tejió una red donde la defensa del océano y los derechos de las mujeres se entrelazan.

Estas estrategias han sido diversas pero complementarias ya que implementan la educación ambiental comunitaria con talleres en escuelas, ferias ecológicas, encuentros intergeneracionales para preservar saberes, así como el monitoreo y ciencia comunitaria a través de la vigilancia ambiental en los registros de especies en peligro y las denuncias de prácticas extractivas.

Además de la incidencia política en la participación de foros nacionales e internacionales, presentación de declaratorias y propuestas de ley.

En octubre de 2024, las Guardianas del Océano llevaron su declaratoria a la COP16 sobre Biodiversidad, exigiendo políticas de conservación con enfoque de género ya que Costa Rica por su ubicación geográfica entre dos continentes, su clima neotropical y su diversidad de ecosistemas, alberga aproximadamente el 6% de la biodiversidad global, lo que la posiciona entre los veinte países más ricos en especies del mundo. No obstante, esta abundancia biológica está en riesgo, ya que el país también se encuentra dentro de uno de los 36 puntos de acceso de biodiversidad del planeta, zonas caracterizadas por su gran variedad de especies incluidas muchas endémicas que enfrentan amenazas críticas como la deforestación, el cambio climático y el uso inadecuado del suelo.

Siendo en este contexto, la participación de las comunidades locales y los pueblos indígenas fundamental, ya que sus conocimientos ancestrales y su conexión profunda con la naturaleza resultan ser esenciales tanto para proteger los ecosistemas como para impulsar estrategias efectivas de adaptación ante las crisis ambientales.

Según indicó en octubre del año pasado Faustina Torres, vicepresidenta de la Asociación de Desarrollo Integral Indígena Bribri Talamanca (ADII TIBI):

No nos tomaron en cuenta. Nuestros pueblos han protegido los territorios y la biodiversidad desde hace miles de años, pero seguimos siendo excluidas de las decisiones y de la narrativa ambiental oficial”.

La institucionalidad costarricense ha respondido de forma ambigua. El SINAC ha argumentado que las restricciones al acceso marino son por conservación, sin embargo, ha permitido megaproyectos turísticos que contradicen esa misma lógica. Esta doble moral ha sido señalada por las Guardianas:

En el caso de las Guardianas del Océano, ha habido un reconocimiento más formal. El MINAE y el Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) han impulsado espacios de diálogo. En 2025 se firmó el Compromiso por la Igualdad Oceánica, que incluye financiamiento para proyectos comunitarios liderados por mujeres.

Sin embargo, muchas iniciativas siguen siendo voluntarias y carecen de apoyo estructural. La participación de las mujeres aún es simbólica en espacios de decisión ambiental.

Estas luchas han cosechado logros tangibles y simbólicos:

  • Detención temporal de concesiones extractivas en la Bahía Santa Elena.
  • Reconocimiento nacional e internacional de las Guardianas como actoras clave en la conservación marina.
  • Redes de articulación ecofeminista en el Pacífico Sur, Golfo Dulce y territorios indígenas.
  • Fortalecimiento del liderazgo comunitario femenino, especialmente en jóvenes y adolescentes.

Uno de los logros más importantes es narrativo colocar a las mujeres no como víctimas, sino como protagonistas de una transformación cultural y ambiental, por lo que hoy sus voces llegan a foros globales, pero también inspiran cambios en sus propias comunidades.

Según indicó Lilliana Martínez:

Nosotras en las zonas marítimas, zonas alejadas, tenemos limitaciones en acceso a servicios médicos especializados, hay embarazos no deseados, falta de educación sexual. Con todas estas limitaciones hemos trabajado en silencio para conservar estas áreas. ¿Cuánto más podríamos hacer las mujeres si logramos tener mejores condiciones en salud?”.

Testimonios como este, son huellas vivas de una lucha que trasciende lo ambiental. Nos hablan de cuerpos que resisten, de memorias compartidas, de dignidad tejida entre redes de pesca y redes de sororidad.

La experiencia de las Guardianas evidencia que el ecofeminismo no es un concepto importado, sino una práctica ancestral y contemporánea a la vez, al vincular la defensa ambiental con los derechos de las mujeres, estas luchas nos ofrecen una mirada integral sobre el desarrollo una que prioriza el cuidado, la equidad y la sostenibilidad.

Frente a un modelo extractivista que ve el mar como recurso y no como ser vivo, las Guardianas proponen otra forma de habitar el mundo, una que reconoce la interdependencia entre humanidad y naturaleza, entre comunidad y territorio.

Su lucha es, en esencia, por el derecho a decidir sobre su cuerpo, sobre su territorio y mar, así como sobre su futuro.

La experiencia de las Guardianas del Mar ya sea desde Cuajiniquil, Isla Chira o las comunidades costeras del Pacífico norte demuestra que la defensa ambiental va mucho más allá de la protección de ecosistemas, es una lucha profundamente ligada a la vida, a los derechos colectivos y a la dignidad de los pueblos que habitan y cuidan el territorio.

Estas mujeres, muchas de ellas pescadoras, lideresas indígenas o campesinas, han logrado articular un ecofeminismo práctico y territorial que denuncia las desigualdades estructurales, al tiempo que propone una forma distinta de relacionarse con la naturaleza: desde el cuidado, la reciprocidad y la justicia.

Frente a un modelo de desarrollo que muchas veces impone megaproyectos turísticos o concesiones sin consulta previa, las Guardianas del Mar alzan su voz y se organizan, no lo hacen desde el privilegio, sino desde la urgencia de proteger el sustento, la cultura y la biodiversidad para las generaciones presentes y futuras.

En un país que presume de su liderazgo ambiental, ellas nos recuerdan que no puede haber conservación legítima sin participación de las comunidades, sin equidad de género, y sin justicia social.

Son prueba viva de que la defensa del ambiente no se escribe solo en tratados internacionales o políticas públicas, sino también en las redes que se tejen entre mujeres que aman el mar y luchan desde él, cuidar el océano, en sus palabras, es también cuidarse a sí mismas y cuidar la vida y ese gesto, silencioso pero poderoso, nos invita a repensar el futuro desde el coraje, la ternura y la resistencia organizada.

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