Energía, emisiones y realidades
En tres artículos anteriores indiqué que el modelo costarricense de la descarbonización siempre anduvo desorientado de las realidades. Aparte de que las COP han sido ineficientes, a causa de la ausencia de compromiso y prioridades de los países, sobre todo de los grandes (Estados Unidos acaba de retirarse del Acuerdo de París), por la debilidad de las declaraciones (al no ser vinculantes), y por las distorsiones entre la visión científica y el divorcio entre la adaptación y la mitigación de la integralidad de la gestión del riesgo. Estas son las causas principales, pero hay muchas otras, que han desembocado en la ausencia de resultados concretos y sostenibles en la lucha contra el calentamiento global antropogénico (CGA).
Después de la breve pausa causada por la pandemia del COVID-19, las emisiones mundiales de gases, vapores y partículas de efecto invernadero (GVP-EI) recuperaron su ritmo de ascenso, y con creces. En 2022 fueron de 57,1 GtCO2e (gigatoneladas de CO2 equivalente), las mayores de la historia, y se prevé que sigan aumentando hasta, por lo menos 2030. La concentración de CO2 en la atmósfera continúa creciendo a tasas elevadas. El Informe de las Naciones Unidas sobre la Brecha de Emisiones de 2022, base de los debates en la COP27 (Sharm-el-Sheikh, 2022) indicó: “Los países, sobre todo del G-20, no alcanzarán siquiera sus Contribuciones Nacionales Determinadas (CND), de todas maneras insuficientes. Las emisiones globales, en 2030, se proyectan en 68 Gt-CO2e. Para limitar el calentamiento global a 1,5 °C, aspiración del Acuerdo de París, las emisiones deberían reducirse en un 45 % en ocho años y continuar al mismo ritmo después de 2030”.
El mundo se está dando cuenta de los desafíos inherentes a la reducción de las emisiones y que cambiar un sistema energético no es asunto sencillo. La "crisis energética" inducida por la invasión rusa en Ucrania enfatizó la primacía de la energía “confiable y asequible” sobre la "limpia". Alemania, orgullosa de su vanguardismo en la “ecologización” de su sistema energético, tuvo que encender sus plantas de carbón y autorizar la importación de gas natural. El Reino Unido, Holanda y Alemania están abriendo yacimientos nuevos de petróleo y gas y Japón y Francia están regresando a la energía nuclear. El avance hacia la descarbonización, en la Unión Europea, seguirá a un ritmo moderado y complicado, a veces con el peligro de retrocesos y suspensiones a causa del costo económico y de las coyunturas inesperadas.
Las "soluciones climáticas”, mediante el financiamiento de las energías renovables, han sido ineficientes. Las inversiones con “base ambiental, social y gobernabilidad” no han sido exitosas por varias razones, sobre todo por carecer de métricas claras, rendimientos financieros competitivos y por la debilidad de la reducción neta de emisiones. Mientras tanto, los combustibles fósiles siguen representando el 82 % de la energía mundial (2022) y las energías “renovables” (excluida la hidroeléctrica) aportan solo el 7,5 %.
Los desafíos tecnológicos y económicos de los sistemas energéticos "nuevos" de generación eólica, solar, bombas de calor e hidrógeno, son cada vez más claros para los consumidores, gobiernos e industria. Estas realidades, bien conocidas por quienes se toman el tiempo de estudiarlas, no siempre son evidentes para los tomadores de decisiones políticas, los medios de comunicación y el público. Los fabricantes de automóviles están lejos de abandonar los motores de combustión interna, especialmente en Estados Unidos, en donde las ventas de vehículos eléctricos se han estancado, no obstante los subsidios gubernamentales y las presiones regulatorias.
En el tema central de los combustibles fósiles, ya desde antes de la COP-28 no ha habido claridad. Aunque se instó a que los países “…abandonen los combustibles fósiles de manera justa, ordenada y equitativa [...] y que logren el cero neto en 2050…”, no hubo obligación temporal específica ni sanciones por inacción. Y nadie explicó qué significa "garantizar un suministro energético confiable, asequible justo, ordenado y equitativo". La COP29 siguió la misma línea que sus predecesoras; en otras palabras: nada nuevo. ¿Cuánto costarán el cero neto y su búsqueda?, incluidas las externalidades para generar electricidad baja en emisiones y tomar en cuenta los problemas económicos y éticos que presentan los materiales necesarios para sustentar las tecnologías “renovables”.
Cuidado con transiciones energéticas inadecuadas, precipitadas, irreflexivas
Aunque ha aumentado el aprovechamiento de las energías supuestamente “renovables” (eólica, solar), las demandas de electricidad, energía tracto-motriz y las necesidades agropecuarias e industriales también crecen rápidamente, por lo que conviene considerar una gama amplia de fuentes alternas para sustentar la transición. Actualmente, es intensa la presión sobre las comunidades científica y política para ello. Al no estudiar el tema desde el punto de vista socioeconómico y energético, probablemente se piense que "lo que debe hacerse" es lo que se lee y escucha en los medios de comunicación.
Pero es dudoso que la mayoría de la gente se dé cuenta de la cantidad de energía que consume y da por sentada su disponibilidad. 1.500 millones de habitantes del mundo desarrollado disfrutan de energía abundante y asequible, pero los otros, más de 6.500 millones, son por lo general pobres energéticamente. Esa pobreza energética consiste en carecer de acceso a la electricidad para la refrigeración y para cocinar alimentos. Se recurre, entonces, a la leña y el estiércol, con la gravedad de que el humo de la cocción mata alrededor de dos millones de personas al año, lo cual podría resolverse ofreciendo acceso transitorio al gas natural, por ejemplo. El impulso al desarrollo y el aumento demográfico incrementarán alrededor del 50 % la demanda energética para mediados del siglo XXI. Y todavía se requiere que la energía "verde" también sea adecuada, incluso en los países ricos. Dado que los combustibles fósiles han sido la forma más efectiva, a veces única, para que los países en desarrollo obtengan energía, no se espera que las emisiones de GVP-EI disminuyan pronto.
Lo que se sabe acerca de cómo reducir las emisiones incluye la noción de quién lo sabe y las dimensiones de ese conocimiento. Se supone que sabemos qué dice "la ciencia" cuando afirma que los humanos rompimos el equilibrio del clima: Las temperaturas aumentan, el nivel del mar sube, el hielo desaparece, las olas de calor, tormentas, sequías, inundaciones e incendios forestales son un flagelo cada vez peor; las emisiones causan todo eso y, a menos que sean eliminados pronto, la Tierra está condenada.
Pero esto no es completamente cierto, o casi. Sí, está comprobado que el globo se calienta y que los humanos influenciamos ese proceso. Pero más allá de la literatura científica y de los informes gubernamentales que los resumen, no hay respaldo estadístico robusto de si las olas de calor son realmente más frecuentes e intensas, si la energía ciclónica acumulada realmente se incrementa desde la segunda mitad del siglo XX, si el casquete glaciar de Groenlandia se reduce más rápidamente ahora que hace 80 años y si el impacto económico neto de los desastres de origen climático se correlaciona con el incremento de la intensidad, duración y frecuencia de las amenazas hidrometeorológicas y climáticas, o más bien con el incremento desmedido de la vulnerabilidad humana.
Mientras tanto, siguen produciéndose las nutridas y lujosas reuniones COP en sitios exóticos, los gobiernos toman decisiones que conducen hacia callejones sin salida, una parte del público lo cree todo y la otra no se interesa o no comprende el tema…
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