Espejismo pasajero
El supuesto “liderazgo ambiental y climático” de Costa Rica pareciera ser solo un espejismo pasajero.
No obstante su costo, financiado con nuestros impuestos, no ha producido beneficios tangibles ni sostenibles, más allá de la imagen turística de paraíso verde, contradicha por la calidad ambiental de los ríos, basureros, agroquímicos sin control, pesca de arrastre, parque automotor de combustión interna y promesas fallidas para sustituirlo por un sistema ferroviario eléctrico.
El proceso ha costado caro. Dedicar, tanto esfuerzo y financiamiento de la cooperación internacional a la descarbonización y a las numerosas participaciones en las Conferencias de las partes (COP), antes de enfrentar los desafíos más urgentes del riesgo en nuestro país, han distraído la atención a los problemas, mucho más serios y prioritarios, que acechan diariamente y deterioran nuestra calidad de vida: accidentes y muertes en las carreteras, narcotráfico, sicariato, violencia intrafamiliar, femicidios, y retrasos de la inversión pública en infraestructura, servicios públicos (educación, salud, agua, electricidad). Esto se suma a la ausencia de voluntad para consolidar las políticas nacionales en economía circular, gestión del riesgo, ordenamiento territorial, gestión del ambiente y de los recursos naturales.
Las Naciones Unidas indican que las metas de sus miembros están lejos alcanzarse. Las causas son la indiferencia, negligencia, prioridades económicas, ausencia de opciones adecuadas para sustituir la energía derivada de los combustibles fósiles en el transporte, producción de cemento, actividades agropecuarias e industriales, construcción de edificaciones e infraestructura, guerras y producción militar. Existe una gran brecha entre la retórica y la realidad en los países, no obstante los compromisos suscritos.
El tema es geopolítico
Las emisiones globales de gases, vapores y partículas a efecto de invernadero (GVP-EI) establecieron, en 2023, el récord histórico de 57,1 GtCO2e (Gigatoneladas de CO2 equivalente), 1,3 % más que en 2022 y años prepandemia COVID-19. Los países del G-20 (Alemania, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Arabia Saudita, Turquía, Sudáfrica, Unión Europea; la Unión Africana y España son invitados), en conjunto, representan el 66 % de la población mundial, 85 % del producto bruto global y producen alrededor del 80% de las emisiones totales. La brecha entre lo prometido y actuado crece y las tendencias no cambiarán hasta más allá de 2030, lo cual implica que el compromiso para evitar el calentamiento de 1,5°C y peor aún el de 2°C, seguirá lejos del horizonte.
El acuerdo de París (2015) ha quedado como un propósito ilusorio, sin resultados, lleno de excusas. Aunque los líderes mundiales prometieron, con gran publicidad, comenzar a reducir su dependencia de los combustibles fósiles, sus países no han avanzado significativamente y continúan aumentando sus emisiones. Pero, si de todas maneras el acuerdo fuese respetado por los 151 países firmantes, la reducción de las emisiones, prometidas para 2030, de 3 a 11% menores que las actuales, es improbable y no alcanzará para sostener el calentamiento global antropogénico (CGA) bajo 2°C. De acuerdo con las proyecciones, la temperatura promedio global aumentará 2,7°C (ya se registró un calentamiento de 1,2°C comparado con los niveles preindustriales). Las consecuencias no son difíciles de deducir.
La invasión rusa en Ucrania, la guerra en Israel, Palestina y Líbano, las tensiones geopolíticas crecientes entre China, Taiwán, Irán, Corea del Norte, Corea del Sur y Estados Unidos, aparte de contribuir significativamente con la producción de emisiones, han hecho que la cooperación internacional en la gestión climática del riesgo se complique. Los países más ricos siguen fallando en asistir (y retribuir) a los países menos desarrollados, en mejorar sus opciones energéticas y tecnológicas. En 2023 (Dubai) los países acordaron facilitar la transición hacia energías limpias durante esta década. Sin embargo, el acuerdo fue vago en lo que debe realizar cada país, por lo que todo ha quedado en el papel. El problema principal, entre varios, radica en que para mantener el incremento térmico bajo 2°C se requiere reducir alrededor del 28% de las emisiones antes de 2030, y si se pretende que no sea mayor de 1,5°C, la reducción debería ser de 43%, lo cual necesitaría transformar radicalmente el sistema energético mundial, y cada año que pasa sin acción, el objetivo se aleja más y más.
Las COP (Conference of the parties)
Su propósito es organizar la desaceleración del calentamiento global antropogénico CGA. Las negociaciones de las COP sobre el cambio climático (CC) son organizadas por un gobierno anfitrión, dentro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) establecida en 1992. La primera fue la COP1 en Berlín (1995); la COP3 (1997) adoptó el Protocolo de Kyoto, que entró en vigor en 2005 pero que, en gran medida, ha sido incumplido. Luego, la COP15 (2009) produjo el Acuerdo de Copenhague, sin medidas sustantivas ni vinculantes. El Acuerdo de París surgió de la COP21 (2015) y consistió en medidas voluntarias que, si se cumplieran, de todas maneras no alcanzarían el objetivo comprometido.
¿Qué esperar de las negociaciones nuevas?
La COP29, realizada del 11 al 22 de noviembre en Bakú, Azerbayan, vigesimonoveno intento desde 1995, otra vez generó esperanzas para lograr acuerdos concretos; otra vez no fue más que un sueño incumplido, sin resultados sustantivos. Fue interesante que esta ronda se llevara a cabo en un país rico en combustibles fósiles; su presidente, en el discurso inaugural dijo que son “…una bendición divina y nutriente principal de la economía del país…”.
Las próximas (COP30, Belém, Brasil, 2025; COP31, Australia y Pacífico, 2026) podrían o no dar lugar a una acción adecuada, pero primero deberá afirmarse el propósito de pasar del “miedo climático” a la gestión del riesgo. En cada COP impera la retórica del temor de que el CC lo destruirá todo, a menos que firmemos un acuerdo internacional. Esto es lo que se repite todos los años desde 1995, sin resultados tangibles; la narrativa es que “faltan cinco minutos para la medianoche, pero aún podemos lograrlo si actuamos ya". El catastrofismo se vuelve monótono y, paradójicamente, brinda argumentos a quienes aprovechan la oportunidad para fomentar el extremismo: los lobbies sesgados del negacionismo, o los reaccionarios eco-radicales. Para agregar dramatismo, casi todas las COP son calificadas como “la última oportunidad para salvar al planeta”, o al menos para crear la “inflexión decisiva” del cambio; pero los resultados casi siempre son los mismos: demagogia, falsas promesas, lentitud y ausencia de resultados concretos.
¿Hay resultados?
La evaluación anual de la ONU rastrea la brecha entre lo prometido y lo logrado por los países. Cada año los líderes mundiales prometen alejarse de los combustibles fósiles, pero los países no avanzan en la reducción de emisiones, las cuales más bien se aceleraron hasta el récord de 57,1 GtCO2e (gigatoneladas de CO2 equivalentes) en 2023. Los países han sido lentos en reducir su consumo de combustibles fósiles y no parece probable que cumplan sus compromisos del Acuerdo de París. A pesar de que las fuentes de energías “renovables” (eólica, solar) crecen, la demanda de electricidad aumenta aún más, lo que lleva a consumir más combustibles fósiles. Los conflictos geopolíticos y militares han complicado la cooperación internacional. Los países ricos no cumplen sus promesas para reducir sus emisiones ni para financiar la reparación de los daños causados a los países vulnerables. Los acuerdos para acelerar la “transición energética”, aparte de vagos y no vinculantes, quedan en el limbo. El informe de la ONU revela que, de los 151 países comprometidos con el Acuerdo de París, menos de la mitad ha avanzado significativamente y, de ellos, ninguno del G-20. Entonces y aunque sea teóricamente posible mantenerse bajo 1,5 °C de calentamiento, ya no parece factible.
No parece haber evidencias para considerar que el esfuerzo realizado por los países en los procesos y compromisos de las COP, incluido Costa Rica, haya producido resultados netos, efectivos y suficientes. Las declaraciones se muestran solo como elementos simbólicos, llenos de buenas intenciones, pero en la práctica no se convierten en resultados que reduzcan la amenaza del CGA. Los países grandes, responsables de la mayor cantidad de emisiones, tienen intereses que van mucho más allá de cualquier buena intención con el futuro del planeta.
Conviene dejar claro que, aunque haya propósitos legítimos de los países pequeños, como Costa Rica, de “limpiar” su energía, procesos productivos y transporte vial, todavía no parece plausible materializarlo. Aparte de algún beneficio en la reputación, imagen turística o captura de fondos de la cooperación internacional, no parece racional pensar que la carbono-neutralidad sea una meta que convenga al balance total de nuestros intereses, pues la atmósfera y el clima ni se darán cuenta del esfuerzo mientras el G-20 no modifique sus políticas energéticas, económicas y ambientales.
Por todo lo anterior, la evidencia indica que las COP no son eficientes y más bien hacen que el futuro parezca incierto.
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