La violencia y el abuso sexual no son una novedad en la sociedad costarricense, pero la indiferencia y la culpabilización de las víctimas son monstruos que debemos confrontar de frente, especialmente cuando surgen acusaciones judiciales contra figuras públicas, como ha ocurrido en las últimas semanas.

Así como los individuos acusados son inocentes hasta que se demuestre lo contrario, de acuerdo con la ley, las víctimas deberían ser creídas, apoyadas y respetadas igualmente. No deberíamos dudar de su relato y de su acusación.

Los datos de instituciones públicas que atienden a la población menor de edad, son reveladores sobre este tema; el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) atendió en 2024, un promedio de cinco casos diarios de violencia y abuso sexual contra personas menores de edad, mientras que la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) brindó atención a 11.768 niñas, niños y adolescentes por esta misma causa.

Cifras del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) y la Fiscalía de Delitos Sexuales develan estadísticas de espanto; solo en los primeros cinco meses del 2025 se reportaron 233 casos de agresiones sexuales, sumándose a las 792 denuncias recibidas en 2024. El promedio de denuncias es de 12 diarias. Esto es, sin duda, una verdadera emergencia nacional.

Además, datos de la Fundación Ser y Crecer que atiende menores de edad, son un puñetazo a la conciencia, ya que afirman que las y los menores de edad sobrevivientes de violencia sexual representan el 79% de todos los casos de abuso sexual.

“Hemos tenido víctimas de violaciones sexuales de meses de nacidas”, dijeron sus representantes meses atrás.

Sin embargo, frente a la vergüenza, indignación y dolor que debería significar para la ciudadanía y las autoridades semejantes cifras, algunas de las respuestas sociales suelen ser insidiosas y macabras, como “¿por qué se esperó tanto para denunciar?”, “¿qué llevaba puesto?”, “¿será que lo provocó?” o, la más común, “está mintiendo”.

Estos comentarios vejatorios se convierten en un arma contra las víctimas de esa violencia y es la forma más perversa de trasladar la responsabilidad del agresor a la víctima.

Acto de poder

Debemos derribar el mito del “sátiro ocasional” que acosa supuestamente a niñas, niños y adolescentes en calles solitarias o lotes baldíos; la realidad es que en la inmensa mayoría de los abusos y violaciones provienen justamente de familiares inmediatos y cercanos, así como de amigos, vecinos y personas allegadas a la casa.

La violación y el abuso sexual contra personas menores de edad, incluidas las que viven su adolescencia, no son actos sexuales “consentidos”, son actos de poder, un mensaje de dominación que procura humillar y someter a quien lo sufre, como bien argumenta la experta argentina en violencia de género, Rita Segato; no es la vestimenta de la víctima lo que provoca la agresión, es la patología de la misoginia, la cultura de la impunidad y la creencia de que un cuerpo puede ser apropiado por el simple hecho de ser femenino, infantil o vulnerable.

Su voz, nuestro motor

A quienes han tenido la inmensa valentía de contar públicamente sus dolorosas experiencias y se han animado a denunciar ante los tribunales y ante medios de comunicación y redes sociales, merecen que les creamos, apoyemos y acompañemos en este horrible tránsito.

Su fuerza debe ser nuestra inspiración y hemos de convertirla su voz en el motor de un cambio social y legal.

Las personas sobrevivientes que denuncian no solo buscan justicia y la condena del agresor, procuran tres demandas potentes y fundamentales:

  1. Ser escuchadas y creídas: quieren que su dolor sea reconocido y que la sociedad deje de cuestionar su testimonio.
  2. Reparación integral y apoyo sostenido: buscan un acceso garantizado a servicios de salud mental, asesoramiento legal y el apoyo necesario para reconstruir sus vidas sin revictimización.
  3. Transformación social: anhelan un futuro donde la violencia sexual sea impensable y una reliquia vergonzosa del pasado.

La responsabilidad de erradicar la violencia sexual recae sobre toda la sociedad, pero especialmente en el grueso de los perpetradores de ella, abrumadoramente hombres.

Reconocer esta realidad por parte de los hombres, en general, asumir la responsabilidad y trabajar en su propia toma de conciencia de un hecho cultural aceptado, ocultado y callado, significaría un avance fundamental para erradicar la violencia sexual nuestra sociedad.

Y para aquellas personas que aún luchan en silencio, quiero ofrecer estos cinco consejos que podrían ser un faro en la oscuridad:

  1. Creé en tu experiencia: lo que viviste es real. Tu verdad es válida. No permitás que nadie la cuestione ni la minimice.
  2. Hablá, buscá apoyo: no tenés que llevar esta carga en soledad. Hay redes de apoyo, profesionales y comunidades dispuestas a escucharte y orientarte.
  3. Denunciá cuando te sintás lista/o: el proceso es desafiante, pero es fundamental para procurar justicia y evitar que otros agresores sigan actuando con impunidad. No hay un tiempo "correcto" o "incorrecto"; el momento es el tuyo.
  4. Priorizá tu bienestar: la sanación es un proceso. Buscá ayuda psicológica y de salud. Tu recuperación es lo más importante, prioritaria y urgente.
  5. Tu voz tiene poder: alzá tu voz, compartí tu historia si así lo deseás, o apoyá a otras sobrevivientes. Cada acto de visibilización contribuye a romper el silencio y a transformar nuestra sociedad.

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