Desde abril del año 2023, la República de Sudán se encuentra en medio de una las crisis más sangrientas y devastadoras de su historia reciente, esta guerra civil ha causado al menos 150 mil muertos y cerca de 13 millones de desplazados. Sin embargo, como ocurre constantemente con regiones poco analizadas, el drama sudanés aparece poco en los principales medios de comunicación, incluso muy por debajo de lo que vemos sobre la crisis en Ucrania y Gaza, por poner los ejemplos más mediáticos de la actualidad.
Esta situación es contrastada con la indiferencia mostrada hacia crisis humanitarias que se viven y de las cuales incluso se protesta constantemente, pero que muestra nuevamente que los apoyos en estos temas sean iguales para todos, ni tampoco se dimensiona la participación de actores externos a los conflictos, como ocurre en el caso sudanés donde inclusive se conoce de la participación de Emiratos Árabes Unidos apoyando facciones por intereses geoestratégicos.
Ante esto, es importante mencionar que el conflicto sudanés se presenta principalmente por el enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF) y las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), esta última es una poderosa milicia paramilitar dirigida por Mohammed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti. Los enfrentamientos no señalan únicamente el factor de control político del país, sino también el dominio de recursos estratégicos como oro, gas y tierras fértiles, lo que lleva a esa participación externa dentro de los enfrentamientos.
En este punto, las FAR han sido acusadas de cometer masacres, especialmente en el territorio de Darfur, donde han sido asesinados miles de sudaneses en actos que podrían ser señalados de crímenes de odio donde miles de civiles han sido asesinados por motivos étnicos, según informes de la ONU. Es importante señalar que en este territorio conviven diferentes grupos étnicos como las etnias Fur, Tunjur, Zaghawa, Masalit, Rizeigat, entre otros, lo que no solo señala la complejidad de las divisiones territoriales sino de la práctica del poder que no queda bien representada.
En medio del caos, el gobierno central sudanés ha acusado reiteradamente a los Emiratos Árabes Unidos de apoyar militar y logísticamente a las FAR. Las acusaciones, respaldadas por reportes de la ONU y medios internacionales, apuntan a cinco frentes clave:
- Uso de mercenarios extranjeros: Al menos un centenar de exmilitares colombianos habría sido reclutado a través de empresas de seguridad privadas como Global Security Service Group, supuestamente vinculadas a los EAU.
- Relaciones personales de poder: Se ha documentado una alianza entre Hemedti y Mansour bin Zayed, influyente miembro de la familia real emiratí. Esta relación explicaría el respaldo estratégico a las FAR como instrumento para garantizar la influencia emiratí en el Mar Rojo y el Cuerno de África.
- Apoyo militar directo: Diversos informes indican que los Emiratos han suministrado a las FAR drones, armas, vehículos blindados y asesoría logística, en violación de los principios de no intervención y soberanía nacional.
- Intereses geoestratégicos: Sudán es el tercer productor de oro en África. Se ha denunciado que los EAU han promovido operaciones de contrabando de oro en connivencia con las FAR, lo que les permite financiar su ofensiva mientras obtienen beneficios económicos.
- Negación oficial y doble discurso: Los EAU niegan todas las acusaciones, argumentando que su única labor en Sudán es de carácter humanitario. Sin embargo, imágenes satelitales y reportes de Amnistía Internacional muestran vehículos blindados emiratíes en manos de las FAR.
Otro aspecto que es devastador son las cifras de este conflicto, de acuerdo con algunas ONG, una estimación solo en la ciudad de Jartum habría muerto cerca de 26 mil personas por violencia directa entre abril de 2023 y junio de 2024. En El Geneina (Darfur), un informe de la ONU documenta entre 10 mil y 15 mil muertes por violencia étnica en 2023. A esto se suma la situación humanitaria en campos como Zamzam, donde se ha declarado hambruna con el grado más alto, reflejando así la dimensión de la catástrofe humanitaria en expansión.
Si bien no hay cifras oficiales, se estima que al menos el 96% de las víctimas podrían ser civiles, según datos no verificados, pero ampliamente difundidos en redes y organizaciones de derechos humanos. Más de 25 millones de personas sufren inseguridad alimentaria aguda, en un país donde el colapso del sistema de salud y la falta de registros hacen que la dimensión del desastre sea difícil de cuantificar.
Pese a esto, el conflicto en Sudán no recibe cobertura mediática importante. Hay un silencio cauteloso en Occidente, posiblemente por motivos estratégicos y económicos, mientras que organizaciones multilaterales como la ONU enfrentan serias limitaciones operativas y financieras en el terreno. Lo cual genera críticas por el doble rasero moral en la política internacional. Las vidas sudanesas, especialmente las de comunidades africanas pobres, parecen pesar menos en la balanza global.
Es importante hablar de Sudán, este no solo es un país africano devastado por el conflicto; es una pieza geoestratégica clave en la región. Con importantes rutas hacia el Mar Rojo, siete países fronterizos, su inestabilidad puede afectar en toda la zona del Cuerno de África, una región ya marcada por conflictos como los de Somalia, Etiopía y Eritrea.
La externalización de la guerra mediante mercenarios, la apropiación de recursos naturales por actores extranjeros y el uso de milicias para implementar agendas de poder, sientan un precedente peligroso para el Derecho Internacional y los principios de soberanía.
Esta crisis debería alertar a la comunidad internacional sobre las consecuencias de mirar hacia otro lado. La participación de actores externos, el uso de mercenarios y el silencio internacional y mediático son parte de una narrativa más amplia de hipocresía, geopolítica y deshumanización.
La pregunta no es solo quién dispara, sino quién se beneficia del silencio. En Sudán no hay guerras invisibles: hay víctimas invisibilizadas por una comunidad internacional que aún decide a quién llorar y a quién ignorar.
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