Durante años distintos países han transformado continentes enteros en tableros de ajedrez geopolíticos donde convergen sus intereses y se alinean conforme a sus intereses ya sea de recursos, posicionamiento ideológico o simplemente zonas pivote de acción. Sin embargo, cuando se menciona el caso de la República de Sudán, con tres años de guerras internas, en un conflicto que destroza vidas a un ritmo casi apocalíptico, mientras el mundo ignora las alertas de este país.
Con la caída de El Fasher, principal bastión del Ejército de Sudán (SAF) en Darfur del Norte, frente a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), grupo opositor, será el catalizador de atrocidades que reviven el genocidio ocurrido durante los años 2003 y 2005, pero con una indiferencia mediática y diplomática que roza la complicidad.
Durante el estallido de la guerra en el mes de abril del año 2023 reapareció la fractura interna en la junta militar que derrocó al dictador Omar al-Bashir durante el año 2019. El general Abdel Fattah al-Burhan, al mando de las SAF, y su antiguo aliado, el "general Hemedti" Dagalo de las RSF que son las herederas de las infames guerrillas yanyauid, se enfrentaron por tomar el control del poder y los recursos del país.
Así, lo que comenzó como un choque por la integración de las RSF en el ejército regular evolucionó hacia una guerra total. Bombardeos en Jartum, asedios en Darfur y la división de los territorios controlados por cada facción. De ese modo el SAF ha quedado en control de enclaves orientales y el RSF dominando el oeste y el sur.
En octubre de 2025, la captura de El Fasher desplazó a cientos de miles de sudaneses, y consolidó el poder de las RSF sobre Darfur, abriendo de esa manera las puertas de una ofensiva hacia el este, ya esto es un punto de encuentro donde intereses extranjeros incendian la región, profundizan la crisis humanitaria y amenaza con desestabilizar el Sahel completo.
Se estima que, hasta octubre del año 2025, al menos 150 mil personas han muerto por la violencia, la hambruna y enfermedades. En Jartum cerca de 61 mil muertes, con al menos 26 mil han perecido por balas y bombardeos. Durante la primera mitad del año 2025, más de tres mil civiles murieron en Darfur Norte, mientras que las RSF en el hospital saudí masacraron cerca de 450 pacientes y personal médico con claras violaciones al Derecho Internacional.
Imágenes satelitales han confirmado la existencia de fosas comunes improvisadas, mientras algunos testigos han denunciado ejecuciones sumarias de ciudadanos no árabes. Este aspecto étnico, se encuentra diseñado para "limpiar" los territorios y forzar movimientos poblacionales que benefician a los grupos beligerantes.
También alerta la hambruna que acecha la región, un tipo de arma tan letal e incluso más dolorosa que las balas. De acuerdo con el Informe Integrado de Clasificación de la Seguridad Alimentaria (IPC) desde octubre del año 2024 hasta mayo del 2025, Sudán es el único país que se encuentra en fase 5 de hambruna, es decir, catástrofe confirmada, afectando a al menos 755 mil personas en campos tales como Zamzam en Darfur Norte, Um Kadadah, Melit, El Fasher, At Tawisha y Al Lait.
Cerca de 18 millones de personas, casi la mitad de la población, se encuentran en inseguridad alimentaria aguda (fases entre 3 y 5), con tasas de mortalidad infantil que superan los cuatro niños por cada diez mil diarios en zonas en condiciones famélicas.
Las Naciones Unidas, a través de distintas resoluciones ha ejecutado sanciones, pero su respuesta ha sido un fracaso rotundo, con recortes en programas vitales. La OMS clama por $145 millones para salud, pero ataques a clínicas continúan. Organizaciones de salud denuncian un "fracaso global", cerca de 12 millones de desplazados, 65% de la población en necesidad aguda junto al colapso sanitario, mientras millones de recursos se dirigen únicamente a Ucrania o Gaza.
Lo más grave es que el conflicto es una hoja de ruta de intervenciones externas que convierten a Sudán en un laboratorio proxy. Países como los Emiratos Árabes Unidos (EAU), con su mirada puesta en el Mar Rojo, financian a las RSF, suministrando armamento y ayuda logística. Mientras Rusia, a través de sus mercenarios, respaldan a Hemedti a cambio de acceso a puertos y uranio. Egipto, temeroso de un régimen RSF que pueda controlar las presas del Nilo, ha facilitado armas para el SAF y coordina con Eritrea para contrarrestar la zona etíope, quienes envían armas a ambos bandos del conflicto para mantener la inestabilidad del país.
También, Arabia Saudita y Qatar median en el conflicto, pero sus esfuerzos ocultan su agenda. El gobierno de Riad coquetea con el SAF por acceso al petróleo, mientras Doha canaliza fondos a las RSF a través de su aliado Turquía. Se suma Irán con drones y armas para SAF con la complicidad de Libia como ruta de armamentos prolongando y globalizando la guerra, transforma incluso a Sudán como una extensión de la rivalidad entre Estados Unidos y China por la influencia en África.
Mientras, los medios de comunicación silenciosos, perpetuando el olvido de lo que acontece, se convierten en victimarios silenciosos por complicidad. Y es que, a diferencia de la cobertura hiperbólica sobre la situación de Gaza, Sudán cubre solamente el 1% de las menciones mediáticas de conflictos durante el año 2025, de acuerdo con métricas de atención global.
Se suma el uso de narrativas simplistas como no mencionar la violencia étnica, hablar de guerras proxy sin contextualizar o polarizar la situación sin escrutinio. Mientras tanto, periodistas sudaneses, se encuentran en el exilio o han sido silenciados, pagando el precio de la violencia.
Los medios occidentales, relegan Sudán a notas al pie, permitiendo que atrocidades en la zona se diluyan en el ruido digital. Esta negligencia es estructural, priorizando audiencias sobre la necesidad real de informar. Sudán no es un enigma insoluble, sino un veredicto sobre la miopía geopolítica, Sudán redibuja África como un mosaico de estados fallidos y la historia nuevamente, juzgará a los observadores tanto como a los verdugos.
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