Durante su visita sorpresa al evento juvenil "Hope Happening" en Bruselas, el papa Francisco invitó a los jóvenes a hacer ruido y a ser agentes de cambio. Sin embargo, también los adultos estamos llamados a asumir ese desafío. Hacer ruido como adultos implica no permanecer indiferentes ante las injusticias, la exclusión, la corrupción o el sufrimiento de los demás. Se trata de alzar la voz en los espacios donde vivimos, trabajamos y participamos, defendiendo la dignidad humana, los derechos de los más vulnerables y los valores éticos fundamentales.
Hacer ruido significa también vivir nuestra fe de forma auténtica y visible. No se trata de imponerla, sino de dejar que nuestra manera de vivir —con gestos concretos de amor, perdón, solidaridad y misericordia— sea un testimonio que interpele a otros. Es mostrar con la vida que el Evangelio sigue siendo una fuerza transformadora para el mundo de hoy.
Foto tomada de Otheo.be Visita al evento juvenil belga “ Hope Happening”
En un mundo repleto de estímulos digitales y constantes distracciones, hacer ruido —como sugiere el papa Francisco— puede implicar también la creación de espacios de silencio significativo, como los que surgieron de manera inesperada en España y Portugal durante los recientes cortes eléctricos. En medio de la oscuridad y la desconexión tecnológica, muchas familias redescubrieron el valor de la conversación cara a cara, de la risa compartida sin la mediación de pantallas, y de la compañía sin la interrupción de notificaciones. Este tipo de “ruido” —el del alma que se despierta al contacto humano genuino— es profundamente transformador.
El legado del papa Francisco es mucho más grande de lo que él seguramente llegó a imaginar. Ha puesto de relieve el valor inmenso de la verdadera amistad, esa que trasciende cargos, protocolos y distancias. El gesto sencillo y profundo de sor Geneviève Jeanningros, acercándose a su féretro, muestra que la amistad auténtica permanece viva incluso cuando las palabras ya no alcanzan.
La verdadera amistad, como la que el papa Francisco cultivó durante su vida, no se basa en intereses ni en apariencias, sino en el reconocimiento mutuo, en la fidelidad silenciosa y en el acompañamiento en las alegrías y en los sufrimientos. En medio del dolor por su partida, el testimonio de quienes lo amaron revela que la amistad es uno de los legados más poderosos que un ser humano puede dejar.
Aquel que, con humildad y sencillez, siempre nos pedía que rezáramos por él, hoy nos acompaña y nos sostiene con su oración y su ejemplo. Él, que nunca dejó de confiar en la fuerza de la oración compartida, ahora es quien intercede por nosotros en nuestras luchas diarias, en nuestras esperanzas y en nuestros caminos de fe.
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