En medicina aprendemos a observar más allá de lo evidente: una mirada que evita el contacto, una postura tensa, una pausa prolongada al responder. No siempre se trata de síntomas clínicos, sino de señales humanas. En el ejercicio de la política, ese mismo principio aplica. Las sociedades también nos hablan con gestos: la forma en que se expresa el descontento, la apatía ante los procesos electorales, la hostilidad en redes sociales y en la carretera. Todo refleja algo. Y detrás de ese reflejo hay un mecanismo cerebral fascinante: las neuronas espejo.
¿Qué reflejan nuestros líderes?
Las neuronas espejo, descubiertas en los años noventa, permiten que nuestro cerebro se active al observar acciones o emociones en otros. Son clave en la empatía, pero también en la imitación. El neurocientífico Marco Iacoboni ha dicho que estamos “cableados para la empatía”. Sin embargo, esta empatía no es automática ni infalible. Como sociedad, reflejamos lo que recibimos.
Cuando el discurso de un presidente, un diputado, un religioso o de cualquier otro líder nacional o internacional, es respetuoso, inclusivo y firme, activa una cadena positiva de resonancia emocional. Pero cuando ese discurso ridiculiza, ataca o divide, se produce el efecto contrario. Lo que debería ser conexión se convierte en contagio emocional negativo. Lo explicó bien Vittorio Gallese: las neuronas espejo no filtran, solo reflejan. Y si lo que mostramos es desprecio, eso es lo que multiplicamos.
El riesgo de un espejo roto
Costa Rica no escapa a esta lógica. La polarización política no es solo ideológica: es emocional. Se alimenta de discursos binarios, de liderazgos que validan el enfrentamiento y de una ciudadanía expuesta al eco constante del conflicto. Cuando la emoción dominante es el enojo, las neuronas espejo hacen su trabajo y replican ese estado a lo largo del tejido social. Así, la democracia se vuelve menos deliberativa, más reactiva y se debilita. No podemos tomar decisiones complejas si partimos de emociones simplistas o dicotómicas. No podemos construir Estado si deshumanizamos al adversario.
Empatía sin estructura no basta
Patricia Churchland advirtió que “un conjunto de neuronas no es un homúnculo inteligente”. La empatía, por sí sola, no genera justicia. Para traducir emoción en acción se necesitan instituciones fuertes, liderazgos comprometidos y visión de Estado. En mi paso por la administración pública, entendí que la compasión debía ir acompañada de estrategia. Decidir en salud pública, por ejemplo, requiere tanto sensibilidad como evidencia. El bienestar no se improvisa; se diseña. Estructura, formación y visión logran que esa empatía se traduzca en políticas públicas que prioricen el bien común.
El liderazgo como reflejo social
Los líderes modelan el comportamiento de una nación. Si desde el poder se valida la empatía, esta se expande. Si se valida el insulto, también. Por eso, el momento que vivimos es crítico: debemos preguntarnos qué estamos reflejando como sociedad y qué queremos que nuestras neuronas espejo multipliquen. La solución no está solo en el cerebro, sino en el ejemplo. Un liderazgo ético puede ser la chispa que reactive la conexión humana en la esfera pública.
Mirarse para cambiar
Antón Chéjov escribió: “El ser humano se hará mejor cuando le muestres cómo es.” Esa es, quizás, la tarea más urgente hoy. Sostenerle el espejo a la sociedad no con juicio, sino con honestidad. Mostrarle su capacidad de cuidar, de ceder, de construir. Recordarle que puede ser mejor.
Las neuronas espejo nos enseñan que basta con ver una acción para que el cuerpo se prepare a repetirla. Esa es una herramienta poderosa. Pero también peligrosa. Si lo que normalizamos es la confrontación, terminamos entrenando una ciudadanía para la exclusión y la violencia. Si lo que mostramos es empatía activa, responsabilidad y respeto, estamos formando —literalmente— un país, y a lo mejor un mundoa, más humano.
La neurociencia nos ha dado una clave: el cambio es contagioso. La política tiene la responsabilidad de contagiar lo correcto. Es hora de mirarnos no solo en lo que decimos, sino en lo que reflejamos. Porque ahí, en ese reflejo, se juega el país que estamos construyendo.
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