El naturalista, cazador y escritor indio-británico Jim Corbett concluye que cualquier criterio sobre la selva es menos confiable que los propios signos de la selva. Estos últimos, según dice, siempre son prueba irrecusable de lo que verdaderamente ha ocurrido. Corbett, por ejemplo, repara en los restos de piel humana adheridos a una rama, observa unas pisadas estampadas en el barro e intuye que una mujer se resistió de forma desesperada ante el ataque de un tigre.
Sigue trazos de sangre, jirones de ropa, espesuras vencidas, aves asustadas, pedazos de carne, huellas presurosas, trozos de huesos y lloriqueos de monos. Descubre, así, los indicios de una lucha tenaz, una fuga y un miedo furioso y a partir de allí, a partir de esos signos fatales, elabora un relato y le da persecución a la fiera cebada.
Corbett, ciertamente, no logra dar con el tigre que mató a la dichosa la mujer. Tampoco logra dar con el cadáver: apenas halla unos restos dispersos. Pero, en cierto sentido, cumple su cometido. Cabe recordar que los hindús hacen del rito funerario un elemento crucial y, en este caso, bastaban unos incipientes remanentes óseos y viscerales para conseguir la anhelada cremación y asegurar que las cenizas de la mujer llegaran a las aguas sagradas del Ganges.
En algunos otros villorios de la India que conoció Corbett, los vecinos desarrollaron un sistema de comunicación que les permitía protegerse de los ataques de tigre: emitían gritos e imitaban el sonido de las palomas a la distancia y así transmitían sus mensajes sin necesidad de emprender los caminos. Eran, si se quiere, como los vaqueros de los Alpes que inspiraron el canto a la tirolesa o como los panameños del interior que desarrollaron el grito y la saloma. Contaban historias sin necesidad de verbalizar, hablaban con un cuerpo que se emancipaba ante la tiranía de las palabras.
Todas esas eran formas de comunicación estrechamente vinculadas con expresiones arcaicas, por supuesto. Formas antiguas que, de cierto modo, se emparentaban también con las grandes tradiciones desde la noche de los tiempos: los relatos religiosos, los mitos, los arquetipos añosos. Formas, aún vigentes, que aparecen, por decir algo, en el modo de existencia campesino, en la expresividad gestual y oral de los pueblos, en la vinculación sensorial y espontánea de las comunidades con su entorno natural y con los signos que lo representan.
El lunes pasado en La Telaraña, el conductor radial y cineasta Jurgen Ureña conversó con la comunicadora Larissa Tristán y el coreógrafo Fred Herrera, precisamente, acerca de los signos, y de las relaciones que se establecen entre ellos y entre los objetos que designan, acerca de sus funciones y sus significados.
Durante la charla, Fred Herrera hizo referencia al poderosísimo simbolismo de rituales milenarios como el kumbhamela: una peregrinación multitudinaria que se realiza cada doce años en la India, cada vez que Júpiter entra en la constelación de Acuario. Millones de personas, a despecho de distancias, viajan hasta el lugar de confluencia de los ríos Ganges y Yamuna y se bañan desnudos en sus aguas sagradas.
Pese a que los ataques de tigres y leopardos en la India siguen siendo frecuentes, es probable que no lo sean tanto como lo fueron en los tiempos de Jim Corbett. Es decir, los peregrinos del kumbhamela difícilmente enfrentan tales riesgos. Es casi seguro, por otro lado, que ya no existen villorios donde las gentes se comunican a gritos: se han instalado una serie de cámaras trampa que identifican la presencia de tigres y envían alertas a través de correo electrónico y mensajería de celular.
Larissa Tristán mencionó durante La Telaraña que la reelaboración semántica de los signos en los procesos de comunicación digital tiene una serie de componentes sociales y de carácter generacional. O sea, se construye socialmente y varía según parámetros como la edad: un emoji de calavera, en palabras de Tristán, es interpretado por las generaciones jóvenes como expresión de risa (morir de risa), mientras que para una persona mayor está asociada con una amenaza. Ignoro cómo serán los mensajes de alerta de tigre en zonas como Kanha. Ignoro si suscitan ambigüedades como los del emoji de calavera. Pero puedo decir con alto grado de certeza que, pese a todo, preferiría recibir una alerta de tigre en las mañanas que muchos de los mensajes de Whatsapp que recibo a propósito de nuestra realidad nacional.
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