El conflicto árabe-israelí ha entrado en una nueva fase de violencia. Los crímenes perpetrados por Hamás, ocasionando más de 1400 muertos en territorio israelí, miles de heridos y cientos de secuestrados en una insólita acción armada, han sido respondidos por una indiscriminada campaña de bombardeos por parte de Israel en la franja de Gaza que ya supera los 1500 fallecidos.
A diferencia de muchos de los conflictos armados que azotan nuestro planeta, el conflicto árabe-israelí genera una eterna disputa sobre el relato que indirectamente supone que nos posicionemos en alguno de los dos bandos. A esto se suma la intensa cobertura de medios de comunicación cada vez que se inicia una nueva ola de violencia que, asociado a la gran cantidad de publicaciones académicas y análisis del conflicto, hacen que la disputa entre Israel y palestinos sea el conflicto armado que tenga la mayor cantidad de información disponible.
La raíz de un conflicto suele estar implicada de contradicciones. Los relatos y los objetivos de las partes involucradas tienden a ser incompatibles entre sí, y en ellas se encuentran diversas actitudes que vienen condicionadas por las pautas adquiridas y sufrimientos en las diversas etapas de un conflicto.
Los estudios de paz y su teoría suelen ser esenciales a la hora de abordar un conflicto armado. La violencia cultural suele utilizarse como un aspecto esencial a la hora de legitimar la violencia directa o estructural de un conflicto. La tipología de la violencia se manifiesta en dos escenarios que se entrelazan entre sí. La violencia directa suele estar principalmente definida con la muerte y el conflicto directo, mientras que la violencia estructural está acompañada por una estructura violenta, acompañada de un discurso y un vocabulario que invoque a dicha violencia.
Ahora bien, a dichas violencias podemos añadirle un tercer componente, violencia cultural, como el tercer ángulo de un triángulo que viene la legitimar tanto la violencia directa como la estructural. Mientras que la violencia directa se manifiesta en acontecimientos directos y la violencia estructural como un proceso, la violencia cultural es “una constante, una permanencia”, tal como la define Johan Galtung, uno de los mayores académicos en estudios de paz.
La violencia cultural se mantiene durante largos periodos de tiempo. Incluso la podemos definir cómo la conducta que perpetúa el círculo vicioso de la violencia, que sumado a la violencia directa y estructural que sufre un grupo humano, sea palestino o israelí, que siente, tal como lo define Galtung, “una necesidad de justificación y acepta gustosamente cualquier razonamiento cultural que se le ofrezca”.
La lógica de la violencia cultural se legitima a través de diversos elementos. Primero se debe identificar el elemento cultural que pueda ser potencialmente utilizado para legitimar el uso de la violencia: la religión, ideología, nacionalismo, lenguas o incluso el arte. Galtung nos recuerda que una vez que la estructura violenta sea institucionalizada y la cultura violenta sea interiorizada, la violencia directa tiende también a normalizarse.
Este triángulo vicioso asume que la violencia pueda convertirse en algo habitual, repetitivo e incluso en una respuesta normalizada a las diversas violencias ocasionadas por las partes implicadas. Por ello la violencia cultural perpetúa el conflicto y asume que responder a la violencia con más violencia no corresponde a la búsqueda de un escenario que se asemeje a una paz duradera.
El caso árabe-israelí ofrece una serie de características en que la violencia cultural ha monopolizado el relato y con ello se ha perpetuado la normalización del conflicto.
El actual escenario en que se irrumpe esta nueva ola de violencia entre israelíes y palestinos tiene diversos factores históricos que van mucho mas allá de la masacre del pasado sábado 7 de octubre. Sin entrar de lleno en los acuerdos que fomentaron la creación del Estado de Israel y sus posteriores guerras para mantener su existencia, la guerra de los Seis Días de 1967 con la que Israel ocupó ilegalmente los territorios de Cisjordania, Gaza, Jerusalén Este, los Altos del Golán sirios y el Sinaí egipcio-único de los territorios anexados devuelto a Egipto en 1979, sigue siendo un factor fundamental hasta el día de hoy.
Cisjordania y la franja de Gaza, separados entre sí por Israel, han sido sujetos a una ocupación ilegal, condenada en varias resoluciones por Naciones Unidas, que impide la creación de un Estado palestino. Los acuerdos de Oslo de 1993 ha evidenciado el fracaso de la retirada de las fuerzas israelíes de Gaza e incluso han servido para legitimar la ocupación israelí y normalizar la situación de apartheid que vive la población de Gaza.
Desde el año 2007 Gaza sufre un bloqueo total en su territorio que impide el libre tránsito de su población y la entrada de productos básicos incluyendo la ayuda humanitaria. La situación inhumana que viven los palestinos de la franja ha sido motivo por el cual diversas organizaciones de derechos humanos catalogan a Gaza como una prisión al aire libre.
En Gaza viven alrededor de 2,3 millones de personas en un territorio de 41 kilómetros de largo y 10 de ancho. Esto lo hace el territorio con mayor densidad poblacional del mundo, donde habitan alrededor de 6000 personas por kilómetro cuadrado, y donde un 40% son menores de 14 años.
A pesar de que Israel argumenta que dicha situación de bloqueo y constante presencia militar en Gaza se debe a la amenaza que representa Hamás, esto no obvia que durante años Israel ha utilizado su derecho a la legítima defensa para perpetuar la ocupación y su política de apartheid.
La violencia estructural-cultural del conflicto árabe-israelí ha acentuado una narrativa bélica que se traduce en responder a la violencia con más violencia. Bajo esta narrativa es imposible encontrar una solución pacífica de larga duración al conflicto.
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