1. La falacia de “ambos lados”: democracia vs. culto a la muerte
Aplicar una equivalencia moral entre Israel y Hamás no sólo es absurdo, es profundamente deshonesto. Bajo cualquier lente lógico, un lado está forzado a rendir cuentas; el otro, no.
Israel, como democracia liberal, tiene prensa libre, poder judicial independiente, oposición política y sociedad civil activa. Todo esto existe, precisamente, para identificar errores y abusos, y debatirlos abiertamente. ¿Es perfecto el sistema? No - no lo es en ninguna democracia, pero al menos la versión que emana de ésta debe pasar por un mínimo de escrutinio.
Hamás, en cambio, es un régimen totalitario. Censura la prensa, castiga la disidencia y glorifica sus crímenes. La versión oficial no es una entre varias: es la única permitida. Las historias e imágenes que salen de Gaza suelen provenir de miembros del régimen, simpatizantes, o periodistas que repiten la narrativa oficial por miedo a las represalias de no hacerlo.
Sí, hay dos lados. Pero no tienen la misma credibilidad. Tratar sus versiones como igualmente confiables no es neutralidad: es complicidad. Cuando vemos lo que ocurre en Gaza, es perfectamente válido —y necesario— cuestionar la versión israelí. No hacerlo sería irresponsable. Pero tragarse sin filtro la versión de Hamás es simplemente inmoral. Y sin embargo, eso es exactamente lo que vemos todos los días, cuando medios internacionales reparten cifras e imágenes obtenidas del “Ministerio de Salud de Gaza” como si provinieran de una fuente neutral y creíble.
Esto no se trata de defender “valores occidentales” ni de emitir juicios morales. Se trata de contrastar dos sistemas: uno diseñado para buscar la verdad, y otro para ocultarla. Poner al mismo nivel las versiones de Israel y Hamás —como si ambas fueran igual de confiables— no es solo un acto de pereza intelectual. Es una obscenidad.
Dicho esto, sí que hay también una gran diferencia entre los valores de una sociedad y otra.
2. Dos pueblos, dos historias, dos patrones muy distintos
El conflicto no flota en el vacío. Tiene raíces culturales que nadie quiere tocar por miedo a ser tildado de intolerante o racista, pero ignorarlas es faltar a la verdad. Hagamos, al menos, el intento de sopesar lo siguiente:
¿En qué momento han sido los judíos un pueblo conquistador? ¿Cuándo han construido imperios, forzado conversiones o lanzado guerras santas? El judaísmo ni siquiera es proselitista. La única “guerra santa” que se ha documentado fue hace más de tres mil años, y sacrificarse “en nombre de Dios” (kidush ha’Shem) no es una virtud, sino una tragedia que solo se contempla en casos extremos. La prioridad moral del judaísmo es clara: preservar la vida.
A lo largo de la historia, los judíos han sido una minoría perseguida, no una fuerza imperial ni opresora. Y sin embargo, hoy se les acusa precisamente de eso.
¿Y sus supuestas víctimas? Son miembros de una civilización que llegó a conquistar medio mundo —desde España hasta los confines de Asia— y no lo hizo con sermones, sino con fuego y espada. La conquista y la dominación religiosa no fueron aberraciones del sistema, sino parte central del proyecto. En muchos lugares, aún lo son: la guerra santa sigue siendo un precepto vigente en el islam, y el martirio —sacrificarse en nombre de Dios— es visto como un honor supremo, recompensado con el paraíso.
Aclaremos, porque nunca faltan los que levantan hombres de paja: esto no significa que todos los musulmanes acepten estos principios de forma literal, ni que sean inherentemente violentos. Tampoco que todos los judíos sean pacifistas. De ninguna manera. Pero es una realidad cultural e histórica que ayuda a entender cuál de los dos lados es más propenso —estructuralmente— a glorificar la violencia, y a ver en la eliminación del otro no un crimen, sino una virtud.
Sí, es posible que nos encontremos ante las excepciones en ambas reglas; puede ser que, luego de milenios de sufrir matanzas y expulsiones, los judíos finalmente se hayan desquiciado y lanzado una campaña genocida, y que justo los musulmanes de esta pequeña zona sean totalmente distintos a quienes protagonizan guerras religiosas y/o étnicas con cristianos en África, con hindúes en el sur de Asia y con otros musulmanes en el Medio Oriente; tal vez ésta sí era una comunidad pacífica que fue brutalmente atacada sin provocación. Técnicamente posible. Pero cualquier persona con una migaja de conocimiento y pensamiento crítico entenderá que no es lo más probable.
Esto resulta incómodo, porque aceptar que el conflicto está enraizado en cuestiones culturales profundas —y difíciles de cambiar— no les sirve a quienes venden soluciones fáciles. Es mucho más cómodo, sencillo y socialmente aceptable culpar al primer ministro israelí y su gabinete en lugar de admitir que una paz real requiere que una de las partes renuncie a aspectos fundamentales de su cultura.
Nos hemos vuelto alérgicos a exigir ese tipo de cambios porque hacerlo choca con nuestra noción moderna de “tolerancia”, y hacerlo conlleva cierto riesgo porque ciertamente no todo el mundo entiende la diferencia entre señalar una idea nociva y atacar a quien la sostiene. Esto es problemático, pero huir de la verdad solo porque es incómoda —o por temor a que se malinterprete— es infantil y peligroso.
3. ¿Quién se beneficia del sufrimiento en Gaza?
Ahora hablemos de incentivos: el sufrimiento en Gaza es real. Pero, ¿quién se beneficia? ¿Israel? No. El repudio internacional, los boicots, las acusaciones de genocidio... todo eso le cuesta caro. Israel es un país muy pequeño y economía depende de alianzas, inversiones, reputación y estabilidad. Para creer que deliberadamente buscan asesinar la mayor cantidad de civiles a pesar del daño que eso les causa, incluso si uno creyera que su moral está rota, tendría que asumir que también son imbéciles, y ni los antisemitas más rabiosos han llegado a acusarlos de eso.
¿Y Hamás? Bueno, Hamás sabe que no tiene cómo derrotar militarmente a Israel. Su esperanza era que Hezbolá, Irán o los hutíes se sumaran a la ofensiva, pero éstos también fueron arrasados. Su única opción ahora es que la presión internacional obligue a Israel a detenerse, y si eso ocurre y ellos logran sobrevivir, lo llamarán victoria.
Subrayemos con claridad: para Hamás, las decenas de miles de muertos y los cientos de miles de desplazados no son una tragedia - son la llave de la victoria. Si tan solo logran sobrevivir no dudarán en salir a celebrar sobre todos esos cadáveres. Estos son “los buenos”, según los idiotizados fanáticos de campus universitarios —o “igual de malos” que quienes buscan destruir su nefasta organización e ideología, según los supuestos “moderados”.
Sí, hay que hablar sobre la entrega de ayuda humanitaria. No está llegando suficiente. Pero asumir que es porque Israel quiere matar de hambre a los gazatíes es ignorante o abiertamente malintencionado. Lo que Israel quiere —y debe— evitar es que Hamás robe la ayuda, porque eso es lo que hacen los terroristas: interceptan comida, medicina y combustible, los desvían a sus combatientes, y revenden lo que sobra. LO VENDEN. Alimentar a Hamás no es alimentar a los palestinos: es prolongar la guerra. Esto es lo que Israel intenta evitar - no por altruismo, sino porque la guerra tiene un alto costo para sí - pero no lo han logrado de manera efectiva, y todo parece indicar que no lo lograrán. Puede ser que no tenga más remedio que seguir alimentando a sus enemigos para evitar que estos maten de hambre a su propia población.
Mastiquemos bien esto último, porque expone claramente el abismo moral que separa a unos de otros: Israel combate a un enemigo genocida y, para proteger a los civiles que ese mismo enemigo gobierna, se ve obligado a sostenerlo. ¿La respuesta del mundo? Culpar a los judíos. Organizar marchas. Acusarlos de genocidio. Mientras Hamás se ríe, reparte la ayuda entre sus soldados y vende lo que sobra a precios imposibles.
Tampoco hay que idealizar: nadie es tan ingenuo como para creer que los israelíes son santos, rebosantes de compasión por una población que los desprecia abiertamente y aprovecha cualquier oportunidad para matarlos. Los israelíes, a pesar de lo que se repite constantemente, son seres humanos comunes y corrientes, capaces de emociones tanto nobles como mezquinas, igual que usted y yo. Sin duda, muchos sienten un profundo resentimiento e incluso odio hacia sus vecinos. Pero sostener que su estrategia es deliberadamente matar de hambre a los gazatíes es, con toda probabilidad, producto de ignorancia, desinformación o fanatismo (y en algunos casos, simple estupidez) más que de un análisis serio.
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