A Palestina la matan de hambre, Israel es el responsable, y las universidades costarricenses se quedan en silencio. No es un debate aquí, un profesor allá, lo que pueda venir a salvar la tanda. Ninguna ha levantado la voz por la muerte por hambre del pueblo palestino. Me parece que muchos creen que pensar con rigor es lo mismo que no tomar posición. No hay neutralidad en un genocidio, ni se puede ser “objetivo” quedándose en silencio. Ambas son posiciones políticas —se quiera o no—, porque el silencio es una postura política, y el resultado es una cátedra de cobardía moral.
Desde que el gobierno de Netanyahu comenzó sus ataques hasta hoy, ninguna universidad privada en Costa Rica —ni la UACA, ni la UCIMED, ni la Latina, ni la Veritas, ni ninguna otra— ha emitido un solo pronunciamiento sobre la masacre en Gaza. Ninguna rectoría, ningún decanato, ningún consejo universitario se ha dignado a decir una palabra sobre los más de 50.000 muertos, sobre el hambre como arma de guerra, sobre los hospitales bombardeados, sobre el genocidio transmitido en tiempo real.
Y entre las universidades públicas, la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional y la Universidad Estatal a Distancia se pronunciaron institucionalmente en el 2023: la UCR desde su Consejo Universitario y su Rectoría —rechazando la violencia, cancelando reuniones con Israel, y reconociendo que no hay neutralidad posible ante el horror—, y la UNED, condenando la ocupación y el castigo colectivo sobre la población civil palestina. El TEC apenas ha dado cabida a opiniones individuales en su sitio institucional. Ninguna ha convocado un debate abierto (que no haya sido organizado por un profesor o grupo de profesores), ninguna ha alzado la voz con fuerza institucional desde el 11 de diciembre del 2023 y las cosas han cambiado desde entonces.
Las universidades costarricenses no han estado a la altura del momento histórico. Por eso hablo de cobardía moral. Porque si todo esto no les conmueve, no les indigna, no les impulsa a actuar, entonces ¿para qué sirve la universidad? ¿Para qué formamos criterio, si no es para usarlo cuando más importa?
Decía Audre Lorde que el silencio no protege (silence will not protect you). Tarde o temprano, en alguna aula, en algún debate, se tendrá que hablar del genocidio palestino y del silencio académico que lo rodeó. Porque si “nunca más” no significa ahora, no significa nada. Enseñar es también saber nombrar lo que está ocurriendo. Y si no queremos ser espectadores del horror, tenemos que formar a quienes sepan frenarlo antes de que empiece. ¿Cómo se llegó hasta aquí? ¿Cuáles fueron las condiciones, los mecanismos, el combustible? ¿Y quiénes, sabiendo, eligieron no decir nada?
No hace falta explicar lo básico: la universidad tiene un rol, y el académico, un deber.
Quiero exponer en esta columna lo que escribieron en su momento dos intelectuales, dos académicos, sobre el silencio. El primero, Elie Wiesel, escritor judío, sobreviviente del Holocausto, premio Nobel de la Paz, en su libro ‘Noche’ expuso su preocupación sobre el silencio del espectador. “Callar ante el sufrimiento no es prudencia, es ponerse del lado del opresor”. El segundo, el crítico literario, Edward Said, cristiano palestino, escribió sobre el papel del académico en situaciones difíciles. Ambos interpelan el silencio de aquellos que sabiendo de la situación no hablan, que pudiendo alzar la voz, no lo hacen, por miedo, por comodidad, o por inercia.
Elie Wiesel dice así :
“Y entonces le expliqué cuán ingenuos fuimos, que el mundo sí lo sabía y permaneció en silencio. Y por eso juré nunca callarme dondequiera y cuandoquiera que seres humanos sufran humillación y dolor. Debemos tomar partido. La neutralidad beneficia al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al verdugo, nunca al verdugado. A veces debemos intervenir. Cuando vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está amenazada, las fronteras nacionales y las sensibilidades dejan de importar. Dondequiera que hombres y mujeres sean perseguidos por su raza, religión o ideas políticas, ese lugar debe —en ese momento—convertirse en el centro del universo.
Por supuesto, siendo yo un judío profundamente arraigado en la memoria y la tradición de mi pueblo, mi primera reacción está con los temores judíos, las necesidades judías, las crisis judías. Porque pertenezco a una generación traumatizada, a una generación que vivió el abandono y la soledad de nuestro pueblo. Sería antinatural para mí no hacer mías las prioridades judías: Israel, los judíos soviéticos, los judíos en países árabes… Pero otros también me importan. El apartheid es, a mi juicio, tan abominable como el antisemitismo. Para mí, el aislamiento de Andrei Sájarov es tanto una ignominia como el encarcelamiento de Joseph Begun o el exilio de Ida Nudel. Y lo mismo cabe para la negación del derecho de Solidarność y de su líder Lech Walesa a disentir. Y el interminable encarcelamiento de Nelson Mandela.”
Wiesel advirtió desde su experiencia vivida que “el silencio alienta al verdugo, nunca a la víctima". Esa frase breve, pero feroz, nos recuerda que no hacer nada es, en sí mismo, una acción, que mirar hacia otro lado, por miedo, comodidad o cálculo, es participar y ser cómplices. Por su parte, Said, en una conferencia pronunciada en 1993 como parte de las Reith Lectures, fue aún más directo:
“Nada en mi opinión es más condenable que esos hábitos mentales en el intelectual que inducen a evitar, ese característico apartarse de una posición difícil y fundamentada, que sabes que es la correcta, pero que decides no tomar. No quieres parecer demasiado político; temes parecer controvertido; deseas mantener una reputación de ser equilibrado, objetivo, moderado; tu esperanza es que te vuelvan a invitar, que te consulten, que formes parte de un consejo o comité prestigioso, y así permanecer dentro de la corriente responsable; algún día esperas obtener un título honorífico, un gran premio, quizás incluso una embajada. Para un intelectual, estos hábitos mentales son corrompedores por excelencia. Si algo puede desnaturalizar, neutralizar y finalmente matar una vida intelectual apasionada, es la internalización de tales hábitos. Personalmente, me he encontrado con ellos en uno de los problemas más difíciles de todos los tiempos contemporáneos, Palestina, donde el miedo a hablar en contra de una de las mayores injusticias de la historia moderna ha coartado, ensombrecido, amordazado a muchos que conocen la verdad y están en posición de servirla. Porque a pesar del abuso y la difamación que cualquier defensor abierto de los derechos y la autodeterminación palestinos recibe, la verdad merece ser expresada, representada por un intelectual valiente y compasivo”.
En esa conferencia, Said reflexiona sobre la responsabilidad moral del intelectual, criticando los hábitos mentales que evitan posiciones difíciles, incluso cuando sabemos que son correctas. Said deja claro que no hay nada menos científico ni más político que esconder la verdad en nombre de la prudencia.
Permanecer en silencio ante la barbarie es evadir la responsabilidad del intelectual. Pero, además, contribuye a normalizar lo que debería ser insoportable. Que quede por escrito, y en los anales de la historia de las universidades costarricenses, que tras más de 595 días, ninguna se pronunció sobre la guerra contra los palestinos, ni contra la ocupación, ni contra la hambruna impuesta, ni contra el fascismo del gobierno de Israel que lo ha hecho todo posible. Sus silencios no los protegerá.
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