La historia de los últimos 500 años ha estado cargada de múltiples episodios llenos de racismo, xenofobia, discriminación e intolerancia, sufridos con especial énfasis en el sur global, aunque el norte no ha sido la excepción. La existencia de un patrón de tipo colonial en la estructura del poder mundial basado en criterios excluyentes ha sido característico y denunciado por décadas desde academias de diversas partes del mundo. No en vano, la lucha contra este tipo de barbarie humana es y sigue siendo una causa vigente a pesar de los grandes e importantes avances realizados en ese terreno por la mayoría de naciones del mundo y organizaciones internacionales, como las Naciones Unidas.
El pensador francés Edgar Morin, en uno de sus tantos libros titulado Breve Historia de la Barbarie en Occidente, expone con amplio lujo de detalle que la civilización también conlleva la semilla de la barbarie en su interior. Basta con volver los ojos hacia la historia para recordar cómo se emprendieron las conquistas de occidente, ya sea hace siglos o incluso, hace algunas décadas, para poder afirmar que estas se han manifestado en masacres, derrocamientos de gobiernos legítimos, destrucciones sistemáticas de culturas, saberes y creencias diferentes, entre otros. Dice Morin, que la barbarie no es sólo un elemento que acompaña la civilización, sino que la integra, la civilización produce barbarie, en particular la de la conquista y la dominación.
El siglo pasado tuvo bastos ejemplos de estos tipos de barbarie; pasando por dos guerras mundiales, movimientos políticos totalitarios y violadores de los derechos humanos, la brutalidad de las bombas atómicas contra Japón, los campos de concentración, los gulags, las políticas de segregación raciales, el apartheid, dictaduras militares, guerras civiles, genocidios, xenofobia y demás. Algo muy particular, es que todo esto siempre ha sido justificado en nombre del progreso, la democracia, el desarrollo y la paz. En el siglo XXI, existen aún rasgos de violencia y discriminación por raza, sexo, clase social, género y por creencias políticas o religiosas. En otras palabras, esa matriz colonial del poder aún se mantiene.
Si miramos una región como América Latina, se puede observar, por ejemplo, que desde el punto de vista de desigualdad de género, la desigualdad socioeconómica y pobreza, los patrones culturales patriarcales, discriminatorios y violentos y la cultura del privilegio; la división sexual del trabajo y la injusta organización social siguen siendo problemas estructurales sin resolverse que son producto histórico de aquellos patrones de pensamiento coloniales aún no superados y en muchos casos, agravados por la pandemia, la guerra en Europa, la crisis económica y el colapso ambiental global. Existe también, lo que varios autores han llamado una discriminación estructural, relacionada al déficit de servicios por falta de inversiones sociales públicas y privadas a lo largo del tiempo en los territorios habitados por los grupos más excluidos, especialmente en los territorios más periféricos de cada país de la región.
Si vamos hacia otras zonas del sur global, se pueden constatar este y otros tipos de violaciones a los derechos humanos, desigualdades y discriminación. En un artículo de este servidor publicado en 2021, expuse que el racismo es definido por varios autores como aquella jerarquía de poder que permite decir qué y quién es humano y quién no. La famosa línea de lo humano y no humano impuesta por el poder es la que define la jerarquía racial del mundo. Por eso el racismo no se limita para muchos autores y estudiosos del tema, solamente al color de piel. Es una línea delgada que marca el poder entre el ser y el no ser, muy destacada también en la geopolítica, así como en la economía y la política en general. Lamentablemente, la lógica racial constituye un principio organizador de muchos de los aspectos de nuestra vida social del mundo de hoy. Incluso, los más ricos del mundo son hombres blancos y del norte global, no solamente hay una mala distribución de la riqueza, sino un racismo económico muy evidente.
Bajo este encuadre histórico y político, en el marco de una conciencia plena de las tragedias del pasado, se presentó en la 52ª sesión plenaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 16 de diciembre de 2021, a las 15:00 horas, en Nueva York, una resolución para, y cito textualmente: Eliminación del racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, dentro de la cual se agrega el: Combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia. Esto, dice la resolución, a raíz de la preocupación por la propagación en muchas partes del mundo de diversos partidos políticos, movimientos, ideologías y grupos extremistas de carácter racista o xenófobo, incluidos grupos neonazis y de cabezas rapadas, y por el hecho de que esta tendencia ha dado lugar a la aplicación de medidas y políticas discriminatorias a nivel local o nacional.
Estas expresiones han empezado a resurgir en varios países del mundo auto considerado civilizado, donde se pensaba que estos eran temas superados. Por ello, la resolución reafirma lo dispuesto sobre el tema en la Declaración de Durban, que es el plan de las Naciones Unidas cuyo fin es el combate contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas conexas de intolerancia. El mismo ha marcado un hito importante en materia de derechos humanos. Por lo tanto, es un llamado mundial para la eliminación de este tipo de prácticas.
Hasta el momento todo es coherente y ante el sentido común, no debería de existir quien se oponga a una resolución de este tipo. La humanidad requiere paz, los actuales acontecimientos en Europa así lo demuestran, se requiere diálogo, respeto a la pluralidad del mundo y nuevos puntos de convergencia que eviten el resurgimiento de lo aquí ya expuesto. Sin embargo, la votación de esta resolución ha causado en quienes le dan seguimiento a estos temas, una gran preocupación y desconcierto, ya que Estados Unidos y Ucrania se opusieron y votaron en contra. Algo inimaginable y desde luego, no esperado por nadie, en especial, por ser los Estados Unidos quienes con más fuerza han levantado el discurso de defensa de los valores de la libertad, la democracia y los derechos humanos en los últimos años. Vaya paradoja.
Pero más sorprende aún, es el ver las naciones que se abstuvieron de votar, todas aquellas que de una u otra manera son utilizadas como ejemplos de desarrollo, civilización y democracia, frente a los otros considerados bárbaros y enemigos de ésta. Menciono solo algunas de esas abstenciones: Alemania, Australia, Austria, Bélgica, Canadá, Croacia, Dinamarca, Finlandia, Francia, Grecia, Islandia, Italia, Japón, Países Bajos, Nueva Zelandia, Noruega, República de Corea, Portugal, España, Suiza, Suecia, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, entre otros. En total, hubo 130 votos a favor (China y Rusia votaron a favor), 2 en contra y 49 abstenciones, así quedó aprobado el proyecto de resolución.
Ante esta realidad, y tomando en consideración lo antes expresado sobre el auge de movimientos de corte extremista y carácter neonazi en diversas partes del mundo, especialmente en Europa y países como Ucrania, donde incluso, grupos paramilitares como el Batallón Azov han estado atacando a la población rusa en la zona del Donbás, levantando banderas nacionalistas, xenófobas y hasta esvásticas, es momento de reflexionar sobre aquellos conceptos clásicos de civilización y barbarie para ver si realmente significan algo hoy; ¿Se puede distinguir uno del otro? ¿Cómo explicar actitudes de este tipo cuando se defienden discursos y valores de libertad, democracia y tolerancia? ¿Se puede exigir de otros, lo que no es capaz de hacer o cumplir quienes lo exigen? ¿Qué mensaje lanza al mundo las posturas de occidente frente a estos temas tan delicados?
Sin duda, se puede desarrollar mucho más alrededor de esta polémica votación, pueden darse explicaciones de toda índole, pero de ninguna manera se justifica en el plano de lo objetivo algo así. Imaginemos nada más si hubiese sido China o Rusia quienes hubieran votado en contra, al menos, un mes entero sino más, habría titulares en todos los medios de comunicación occidentales indignados y criticando dicha postura, con todos los adjetivos descalificativos que puedan agregarle, pero por el contrario, ni una sola nota he podido ver al respecto. El silencio mediático también es cómplice.
En épocas históricas donde se necesita coherencia, rumbo claro y una visión compartida de futuro, este tipo de acciones suman más inestabilidad e incertidumbre a un mundo carente de certezas y estabilidad. Los valores que se defienden deben ser pilares para la acción con coherencia y legitimidad, no obstante, las contradicciones cada vez más evidentes de occidente son reflejo de su profunda crisis de identidad, pérdida de rumbo y falta de solidaridad, propio de un modelo civilizatorio que ha sacralizado el egoísmo, el interés particular y el mercado, todo bajo el nombre del desarrollo, hasta llevarlo, en palabras de Pier Paolo Pasolini, a sus últimas consecuencias: la producción, el consumo desmedido y la cultura de masas, donde solo las ganancias importan.
En un mundo así, lastimosamente solo puede haber intereses, no valores que ofrezcan una ética y resistencia a estos que colaboren en la construcción de un camino distinto. Al menos en occidente no se ven por ningún lado. No quisiera pensar, que en ese relativismo nihilista occidental, siquiera podamos creer que por intereses económicos y políticos, se pueda jugar y coquetear con ideologías políticas o posturas que han llevado a la humanidad a cruzar sus propios umbrales, para dar un paso más allá de la barbarie.
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