Hace ya unas cuantas semanas que Laura y yo hemos estado viendo series que tratan acerca de la memoria.  Primero vimos una serie alemana llamada Biohackers que trata sobre un experimento clandestino llamado homo deus que pretendía modificar el ADN de cientos de bebés en la búsqueda del sistema inmune perfecto. Pero algo sale mal en la historia y los responsables del homo deus procuran borrar la memoria de la única superviviente del experimento.  Luego nos trasladamos a Estados Unidos con Tres idénticos desconocidos, documental sobre un experimento ilegal realizado a decenas de gemelos, separados al nacer y dados en adopción para estudiar si las enfermedades psiquiátricas se heredan o se aprenden y cuánto impacto tiene el ambiente de crianza en el desarrollo de trastornos mentales.  Finalmente estamos viendo Otwórz oczy, una serie polaca que se desarrolla en una extraña clínica llamada Segunda oportunidad en la que supuestamente se procura devolver la memoria a personas que padecen de amnesia.  Recomiendo las 3 producciones.

Amnesia es lo contrario de anamnesis o, al contrario: la anamnesis es lo que se procura en esa extraña clínica polaca llamada Segunda oportunidad, o el doloroso ejercicio que tuvieron que realizar los trillizos protagonistas del documental al rememorar todo lo que les hacían de niños. Incluso es lo que la protagonista de la serie alemana debe hacer cada vez que su cerebro se deteriora y borra memorias específicas ¿Cómo era mi abuela? ¿Dónde vivía yo? ¿A quién amaba hace solo 3 meses?

Mis hijos, de 10 y 6 años, casi no recuerdan cómo era la vida antes de la pandemia.  Su ejercicio de anamnesis debe ser constante, a sabiendas de que aquella realidad nunca regresará.  Sin embargo, saberla, poseerla en la memoria, es tan importante como recordar comer, caminar o hablar, porque de ella depende mucho del futuro que elijan, elijamos o nos dignemos a crear para el mañana.

Pseudo anamnesis

El problema de perder la memoria es que cualquier sistema nos puede inocular recuerdos modificados, moldeados ideológicamente o simplemente crear memorias que nunca ocurrieron.  Sucede con casi todo. Veamos: La forma en que comprendemos la independencia de nuestros países, la manera en que votamos, la forma en que elegimos pareja o la carrera que estudiamos. Alguien, al mejor estilo de Inception nos diseñó memorias ya adecuadas y adaptadas ideológicamente. No vivimos la Segunda Guerra Mundial, pero alguien nos creó una memoria, un recuerdo, de que Estados Unidos fue el héroe absoluto y Rusia ni pinta en el asunto. Pero a otros la memoria que les obsequiaron es inversa a la anterior.  No vayamos tan lejos: Cada quien tiene un momento de iluminación en el que se pregunta por qué se llama como se llama.  Como esa memoria no existe en nuestro registro cerebral, recurrimos a nuestros padres, quienes a su vez quizás no recuerden muy bien cómo fue que llegaron al acuerdo de honrarnos con nuestro nombre. Nos cuentan una historia, algunas más fantasiosas que otras, y nosotros creamos un recuerdo inoculado del que desprendemos toda una identidad personal.

¿Cuántos de nuestros recuerdos son verdaderamente nuestros? No lo sabemos, y me causa cierto escalofrío intentar hacer arqueología de mi subconsciente para averiguar si lo que creo que recuerdo es un recuerdo o una herencia de recuerdo.

Amnesia etimológica

Nos pasa con todo, hablemos de nuestra lengua, del idioma, de la forma en que hablamos. Quienes me conocen o han leído alguno de mis libros sabrán que soy un entusiasta de las lenguas. Me interesa saber por qué hablamos como hablamos o por qué usamos cierto vocablo ¿Cuál es la historia de aquella palabra y cómo nos llega a nosotros?

Algunas personas creen que el español siempre se ha hablado como lo hacemos hoy en nuestro rincón geográfico, o piensan que las palabras siempre tuvieron el mismo sentido y uso. Por eso solemos ver tanta gente enfurecida cuando sienten que nuestro idioma quiere cambiar… como si nunca hubiera cambiado.  A eso le llamo amnesia etimológica. Y esa enfermedad también requiere una clínica Segunda Oportunidad para lograr la anamnesis lingüística.  Lo explico:

La lucha por hablar “correctamente” es una pelea de ciegos.  ¿Por qué? Es como cuando dos personas viajan a un país desconocido y se pelean por elegir el camino correcto.  En realidad, esa memoria no la conocen, no la poseen, nunca la tuvieron: simplemente no conocen el camino. Las personas que se pelean por el lenguaje inclusivo, ya sea en su defensa o en su contra, podrían estar peleando desde la amnesia y eso causa una lucha sinfín y sin sentido. Hace falta una anamnesis etimológica.

Casi todas las personas saben que la lengua ancestral del español es el griego.  Esa es una memoria heredada porque no es un conocimiento que se posea realmente. Aún más rebuscada es la memoria del ancestro mismo: ¿Cómo podríamos recordar algo que nunca estudiamos?  Ya sé que muchas personas defensoras del lenguaje binario no inclusivo son cristianas y que quizás conozcan el griego del Nuevo Testamento, pero no me refiero al koiné neotestamentario, aquí me refiero al griego antiguo.

En el Libro IX y el capítulo I de las Etimologías de Isidoro de Sevilla (560 – 636), encontramos una sección dedicada a las lenguas de los pueblos:

«Si se pregunta en qué lengua hablarán los seres humanos en el futuro, no es posible encontrar respuesta.  De hecho, el Apóstol dice: “Hasta las lenguas faltarán”.  Por eso hemos tratado primero las lenguas y solo después hablaremos de los pueblos: porque los pueblos han nacido de las lenguas y no las lenguas de los pueblos». (Énfasis mío).

Las sociedades sí se transforman por medio del lenguaje. Los pueblos y sus culturas, sus ideas y creencias, mitos, amores y sexualidades se construyen a través del lenguaje que usan.  Y claro que esto no es una idea nueva de la sociología contemporánea ni es el tan vituperado discurso feminista, apellidado peyorativamente “neomarxista” ni nada por el estilo. Ya eso se sabía de sobra en el año 600 de nuestra era, como lo constata con claridad Isidoro de Sevilla.

Pero hemos olvidado o, mejor dicho: nos han obligado a olvidar que eso era ya un conocimiento generalizado hace casi dos milenios. Ahora solemos escuchar que esa idea nace del intento contemporáneo de destruir nuestros valores, nuestra cultura y la familia.

Vayamos al grano: El ancestro de nuestro idioma, el griego antiguo, poseía 3 géneros y 3 números. Nuestro español contemporáneo solo es capaz de describir el mundo de una manera dual. Las cosas o son masculinas o son femeninas. Pero el griego antiguo poseía un género más: el neutro.  Veamos, como ejemplo, el famoso pasaje de Platón en el que se refiere al alma gemela, de donde aprendimos a hablar de media naranja. Cito varios extractos de El Banquete:

Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro[...].

Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: «Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y a la vez cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles. Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos[...].

Así pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros.

Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora precisamente llamamos mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo.

El arma es neutro en griego antiguo, también lo son la lanza, la montaña, el agua, la ola y el cuerpo humano. También el corazón, las lágrimas y los sueños. Pero para nosotros todos ellos deben ser o masculinos o femeninos.

Andrea Marcolongo menciona que, a diferencia de las lenguas germánicas, el neutro desaparece de todas las lenguas romances derivadas del latín, como el español.  Por eso el inglés y el alemán tienen un lenguaje neutro y nosotros no.  Es la impronta del Imperio romano sobre nuestras lenguas.  Fueron los romanos, con su latín, quienes nos obligaron e impusieron la distinción tajante entre masculino y femenino.

En griego antiguo los nombres de los árboles son femeninos y todos sus frutos son neutros. Los primeros son generadores de vida, los segundos son vistos como objetos (aunque más tarde se convertirán en femeninos al germinar en nuevas plantas dadoras de vida).  Es así como en nuestro ancestro lingüístico es femenino todo acto (el movimiento o la acción) pero es neutro todo resultado o fruto de nuestras acciones.

Los nombres en singular pueden ser masculinos o femeninos, en el griego antiguo pasan a ser neutros en sus plurales porque se refieren a colectivos.

Anamnesis de nuestro idioma. Hemos olvidado que ya nuestros ancestros utilizaban 3 géneros en su lenguaje y la distinción entre masculino, femenino y neutro podía ser mucho más amplia, profunda y rica. No como ahora, que estamos obligados socialmente a distinguir todo de forma pobre y binaria. Como diría el Evangelio “pero al principio no era así” (Mateo 19:8).

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.