Siempre he pensado que la historia es aburrida. Cuando estaba en el colegio, fue la materia que más me costó y con la que más sufrí. El solo hecho de tener que aprender fechas, memorizar nombres y revivir acontecimientos y batallas que no me afectaban me parecía algo tedioso e innecesario. Sin embargo, como es común en el tiempo, este siguió su marcha y los años no pasaron en vano. Ahora comprendo con una mayor profundidad que en efecto es aburrida, pero es de igual forma importante. No. En realidad, es importantísima.
La historia nos enseña principalmente sobre los errores que se cometieron en el pasado, como se corrigieron y alberga la esperanza de que no volvamos a repetirlos. Es en este punto donde el tiempo parece haberse congelado en el colectivo social, y nos tiene atrapados en una inocencia un tanto enfermiza, donde al parecer queremos creer que somos inmunes a los errores del pasado, y vemos distante la jocosa idea de que algo cruel, vil y maligno puede pasarnos a todos.
Si tuviéramos una máquina del tiempo, sería posible visitar estos lugares. Observar con nuestros propios ojos las aciertos y las desgracias, así como sentir y experimentar en carne propia las situaciones que desembocaron en el resultado que ahora estudiamos (o intentamos no estudiar) en los libros escritos por las personas que ahí estuvieron presentes. Ahora, la tecnología actual no nos permite tales viajes, pero como mencioné anteriormente, existen los libros. Estos tediosos artefactos llenos de letras e información pueden transportar a las mentes más audaces a lugares inimaginables.
No podemos ignorar el hecho de que la tecnología nos permite también recibir información de lugares distantes del planeta, y ver en tiempo real como malas decisiones, comportamientos arcaicos, odios infundados o distintas combinaciones de los anteriores. Vemos como la mentira se apodera de la verdad, y con sus grotescas garras arranca la virtud y la sensatez de gente que otrora fuera gente de bien. Los prejuicios se transfieren de padre a hijo, comunidades enteras y regiones geográficas con la facilidad de un click en un computador, o deslizar el dedo en la pantalla de un celular. En otras palabras, y para recalcar más este enredo de ideas “vintage”, nuestra sociedad está reviviendo los errores y horrores del pasado a un paso tan acelerado como el avance tecnológico del que somos participes y receptores.
Si volvemos al tema de la inocencia, podemos ver como Costa Rica es un caldo de cultivo para todas estas nefastas situaciones. Tenemos actores en nuestra propia obra teatral que, ya sea por maldad, ignorancia o simple ego, nos mienten y manipulan la verdad. Aplicando las matráfulas, maromas y manipulaciones de las cuales fuimos víctimas en el pasado, visten una careta de salvadores y paladines de la justicia, mientras que delante de nuestros ojos dinamitan todo lo que pueden, cual huracán arrasando todo a su paso. No existe razón alguna por la cual debemos aceptar o justificar las acciones que estamos viviendo actualmente. Por eso me parece totalmente irritante cuando alguien siquiera hace una pequeña mención sobre estos mismos actos que se ejecutaron en el pasado. Es en este punto donde la historia debería jugar un papel primordial para tomar decisiones, y saber que por más majestuoso que pueda parecer un felino de gran tamaño, no deja de ser un mamífero salvaje, indomable, que va a luchar por su propio bienestar como el depredador que es. Por esa razón, los dejamos solos en su hábitat, y no los invitamos a vivir con nosotros.
Pero no todo son malas noticias. El pasado también nos deja enseñanzas que podemos aprovechar, si ponemos atención a las señales y leemos entre líneas. Vimos imperios caer, después del abuso de su poder y su tiranía. Aprendimos que sus acciones pudieron ser evitadas, si se hubieran atacado a tiempo. No porque algo que fue malo en el pasado, tenemos que vivirlo en el presente y aceptar dichas acciones que llevaron a sociedades pasadas a sufrir el resultado de las mismas si sabemos y entendemos que dichas acciones fueron incorrectas, asumiendo erróneamente que no tenemos la capacidad para corregirlos y solucionarlos. Un error es un error, hasta que se identifica como tal, y se enmienda debidamente.
Tengo la certeza de que no necesitamos una máquina del tiempo para corregir errores del pasado que se están perpetuando e intensificando día a día, ya que el cambio real se da en la conciencia del presente, no en la tristeza del pasado ni en la ansiedad del futuro. Claro, que si tuviera la posibilidad de usar una máquina del tiempo, de seguro devolvería con mucho cariño algo que me parece debería haberse quedado en el Banco Mundial.
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