Costa Rica ha alcanzado logros históricos de dimensión global en materia ambiental. Es importante recordarlos para que la nación costarricense se apropie de ellos y los utilice para apalancar grandes metas ambientales para las décadas venideras. A lo largo de 65 años de inversión pública en energías renovables, hoy se produce casi el 100% de la electricidad de estas fuentes, sean a base de agua, viento, sol o el calor de la Tierra. En conservación de ecosistemas y biodiversidad, el país ha invertido unos $1000 millones en los últimos 30 años en áreas de conservación y hoy percibe cerca de $1600 millones en servicios ecosistémicos cada año. El Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio) es una institución de renombre global, merecedora del premio Príncipe de Asturias y del premio Planeta Azul, considerado el “premio nobel de medio ambiente”. Dicha institución ha aportado más de 3700 nuevas especies a la ciencia. Por supuesto, esta lista debe terminar con el impresionante logro de haber duplicado su cobertura boscosa en los últimos 50 años, un hito sin precedentes en el mundo durante ese lapso.
Es claro que hay áreas por mejorar, algunas más urgentes que otras. Por ejemplo, el uso de combustibles fósiles, sobre todo en el sector transporte, hace que el 78% de toda la matriz energética sea de fuente fósil, ya que la electricidad renovable es apenas el restante 22%. No hay forma real de compensar esas emisiones de carbono de carros, barcos y aviones. Es de alta urgencia planetaria trasladarnos a fuentes limpias de energía. Similar problema sucede con agroquímicos utilizados en la producción de alimentos, cuyo impacto en la salud de los suelos y de las personas que los consumen es degradante y muy distante de lo que significa la sostenibilidad. La contaminación de cuencas hidrográficas es una deshonra nacional. Para terminar de sonrojarse, la forma como se gestiona los residuos en el país es muy lejana de lo que es una economía circular, donde cada residuo pasa a ser insumo de algún otro proceso industrial o biológico.
Durante el transcurso de esta década, Costa Rica debería apoyarse en aquellos logros, apuntarle a avanzar en el mejoramiento de estas áreas, y asumir un liderazgo doméstico e internacional en, al menos, cinco temas medioambientales con enfoque productivo. El primero es consolidarse como pionero y líder en la búsqueda de soluciones basadas en la naturaleza como modelo económico. Le permitiría al país continuar en la senda del desarrollo regenerativo del capital natural y su monetización sostenible. Por esta razón es que nuestro país co-lidera, junto con Francia, la Coalición de Alta Ambición para la conservación de ecosistemas terrestres y marinos.
Segundo, iniciar proyectos piloto de transformación hacia la agricultura inteligente apoyada en tecnologías para la naturaleza, incluyendo riego por precisión, infraestructura para la conectividad, automatización de sistemas de control y mejor calidad de productos orgánicos sin uso de agroquímicos. Encadenar estos métodos productivos con la capacidad exportadora del país podría abrir nuevos mercados para productos comestibles de alto valor agregado. Además, permitiría liberar tierras empleadas hoy en agricultura tradicional para dedicarlas a la regeneración de ecosistemas.
Tercero, desarrollar una flota pesquera moderna y sostenible. Emprendimientos tecnológicos innovadores costarricenses como Remora podría ayudar en la convergencia entre sostenibilidad, tecnología e impacto en comunidades vulnerables. Habría que acompañar estas soluciones con una moderna industria del cabotaje para construcción y reparación de embarcaciones y la formación de navegantes de embarcaciones de última generación.
Cuarto, dar un salto cualitativo hacia el Pago por servicios ambientales de nueva generación. La transformación digital permitirá muy pronto la medición de secuestro de carbono en suelos, de servicios ecosistémicos, biodiversidad y flujos de agua. Además, el uso del blockchain permitirá generar confianza, trazabilidad y transparencia en transacciones de mercados digitales globales para la conservación que llevamos en el bolsillo.
Por último, y quizás lo más importante, es abrazar la bioalfabetización como conjunto de actitudes, destrezas y conocimientos que desarrollen competencias eco-formativas. ¿Qué tendría que suceder para que la generación estudiantil de mi hija de ocho años alcance la adultez con competencias que les permitan hablar el lenguaje de la vida? Esta es una conversación que habrá de tenerse con el sistema de educación pública, incluido el Instituto Nacional de Aprendizaje y los Colegios Técnicos Profesionales. En fin, deberá convertirse en una agenda política del gobierno de turno que elija la nación costarricense en los próximos meses.
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