La historia costarricense que cuenta su relación con los bosques durante el último centenar de años podría resumirse como de odio y amor. Nuestros abuelos y bisabuelos dedicaron décadas a la tala y extracción de madera fina para el autoconsumo, la exportación, y para “abrir montaña”, la forma como se le denominaba a la colonización de la frontera agrícola de la época. Luego, cerca del año 1960, un grupo de ciudadanos comprometido y preocupado por la pérdida de bosque y sus consecuencias promovieron la creación de la primera Ley Forestal de 1969. A partir de ahí, inició un lento pero seguro proceso de desaceleración de la deforestación. Para 1979, se promulgó una nueva Ley Forestal que aportó un mecanismo fundamental en la regulación del tema al permitir la creación de incentivos económicos que promovían la reforestación.

Desde 1991, Fundecor ideó un mecanismo de pago por servicios ambientales – PSA – que fomentó la transferencia de fondos a propietarios de tierras con la condición de que las mismas se mantuvieran en estado de conservación. Desde ahí cesó en definitiva la deforestación e inició un proceso de reforestación y regeneración de ecosistemas y biodiversidad. Al cabo de medio siglo de odio y medio siglo de amor, el país duplicó su cobertura boscosa, lo cual nos ha convertido en líderes globales en este vital desafío. También en la década de los años 1990 se creó el Fondo nacional de financiamiento forestal – Fonafifo – que institucionalizó el PSA y permitió aumentar grados de complejidad en el sistema al facilitar la transferencia del pago de un impuesto a los combustibles fósiles a dueños de tierras con alto valor ecosistémico.

Han transcurrido 30 años y aquellos innovadores mecanismos de política pública quizás han visto sus mejores días. Aún continúan cumpliendo una función económica y ecológica de enorme valía. Sin embargo, fueron ideados e implementados antes de la difusión de la Internet y todas las herramientas digitales que han derivado de ella. Un remozamiento de esos incentivos es oportuno.

Ya están emergiendo mercados que negocian activos digitales donde cada uno de esos activos representa múltiples servicios ecosistémicos (agua, biodiversidad, y stocks de carbono de bosque natural) que realizan transacciones informáticas para financiar la protección del medio ambiente y además permitir que quien invierta o compre esos activos, gane beneficios en criptomonedas. Una de estas iniciativas es el negocio colaborativo llamado Natuscoin, un proyecto que está en fase final de desarrollo en Brasil y que pronto podrá beneficiar a varios otros países, como Costa Rica.

Natuscoin es una criptomoneda cuyo precio de mercado reflejará, entre otros beneficios, la cantidad de áreas privadas que están mejorando las estructuras de conservación ambiental de sus bosques nativos. Los dueños de dichas áreas recibirán fondos para mejorar aquellas estructuras a través de la venta de un activo digital, el Natus Unity, que representa un metro cuadrado de área privada conservada en un año. Cada Natus Unity contiene datos referentes a la propiedad tales como bioma, localización y servicios ecosistémicos existentes, entre otros. Entre más Natus Unity son comercializados y más propietarios mejoran sus estructuras de conservación ambiental, más aumentaría el precio del Natuscoin.

Tanto la criptomoneda Natuscoin como el activo digital Natus Unity utilizan la tecnología blockchain que transparenta las transacciones, aumenta la confianza entre inversionistas y propietarios de tierras aún sin conocerse, y permite la trazabilidad para garantizar que los fondos sean de origen lícito. Este mecanismo ofrece la ventaja de que se puede operar desde un teléfono móvil, de manera que existen miles de millones de potenciales usuarios que podrían querer dedicar algunos centavos o varios millones de dólares al cuidado del medio ambiente. Además, significa un “bypass” tecnológico a la burocracia estatal, que en este caso facilita que las eficiencias del sistema coloquen más dinero en el cumplimiento del propósito para el que fue creado el mecanismo, que es la conservación y regeneración de ecosistemas y biodiversidad en todo el mundo, preservándolos para las generaciones que aún están por nacer.

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