A más de 170 días de haber iniciado la pandemia por SARS-CoV-2 en Costa Rica parece que estamos estancados en el barro. Los casos nuevos no parecen bajar, el sistema de salud está al borde del colapso, tenemos transmisión comunitaria sostenida, las  muertes diarias por COVID-19 siguen a un ritmo alarmante, y ahora le sumamos un tejido social deshilachado víctima de la desconfianza y una economía desmoronada debilitada por los cierres. En esta columna expongo dos razones muy distintas de por qué considero estamos perdiendo la batalla contra el coronavirus. Más allá de la crítica, hago un profundo llamado a la reflexión para restablecer el rumbo.

Severas limitaciones en testeo y rastreo de contactos

Arriesgando sonar como un tocadiscos roto, el tema de “testing, testing, testing” ha estado en el tapete desde que la pandemia comenzó. Desde marzo se enfatizó la necesidad de aumentar la capacidad de pruebas en el país, e inclusive vimos campañas lideradas por el sector privado para donar equipos diagnósticos a la Caja, subrayando la importancia de los tests para “volver a la normalidad” (entiéndase echar a andar la economía). Con bombas y platillos en abril, desde Casa Presidencial, se anunció que Costa Rica no tendrá que preocuparse por este tema ya que “Costa Rica desarrollará sus propias pruebas para detección de COVID-19”- leía textualmente el titular en la página del Ministerio de Salud, agregando, “esto permitirá no depender del mercado internacional que tiene una gran demanda de estos implementos.”

Sin embargo, a 5 meses de aquel anuncio, Costa Rica tiene a todas luces un déficit en la capacidad para realizar pruebas. Más allá del número total de pruebas realizadas, las cuales sí han ido en aumento con el tiempo (aunque no proporcionalmente a la cantidad de casos), el indicador importante a mirar aquí es la llamada tasa de positividad. Esta tasa lo que nos ayuda a entender es la razón entre casos positivos y el número de pruebas realizadas. En promedio, en Costa Rica, en el mes de agosto, por cada tres pruebas realizadas, una sale positiva (aproximadamente un 33% de tasa de positividad). Esto es tremendamente alarmante.  En todo el mundo, solo Bolivia, Argentina, y México tienen tasas de positividad más altas que la nuestra en el mes de agosto. Es decir, somos el cuarto peor país en este respecto. Como indicó el Centro Centroamericano para la Población recientemente, refiriéndose a la capacidad de testeo,  “el aumento en la cantidad de casos positivos desbordó las capacidades del sistema para efectuar exhaustivamente esta actividad”.  Al contrario, países a los cuales hemos asociado con “éxito” en la respuesta a la pandemia, como Singapur, Nueva Zelanda y Uruguay, tienen tasas de positividad muy por debajo del 1%. Puesto de otra manera, tienen que hacer más de cien pruebas para encontrar una persona positiva. Según los criterios publicados por la Organización Mundial por la Salud, ratificados por las mejores universidades del mundo, una tasa positiva de menos del 5% es un indicador de que la epidemia está bajo control en un país. Estamos aún lejos.

En lo práctico, lo que nos explica la tasa de positividad tan elevada es que es altamente probable que en Costa Rica existan cientos de casos diarios que cada día se contagian y no se diagnostican. Vale la pena repetir en este punto lo que hemos sabido desde que llegó el virus al país: es imperativo para controlar la pandemia saber quién está contagiado para ponerlo en cuarentena y detener la transmisión del virus. De lo contrario, es un sueño de opio pensar que la situación va a mejorar ¿Será que las autoridades olvidaron ya este principio?

Para peores, no solo nuestra capacidad de realizar pruebas es limitada, sino también lo es nuestra capacidad para rastrear los contactos de las personas sospechosas y positivas por SARS-CoV-2. La trazabilidad se perdió hace meses, y el programa de localización y contacto del Ministerio de Salud ha sido incapaz de aumentar sustancialmente su capacidad de trabajo. En otros países, como Vietnam, donde la pandemia ha sido en su mayoría controlada, miles de personas fueron entrenadas para realizar esta importante labor. En Costa Rica, la tarea de rastrear posibles contactos para ponerlos en cuarentena y detener el esparcimiento del virus ha sido relegada a un segundo plano, con poca inversión, existiendo una limitada coordinación interinstitucional para lograr la meta de la trazabilidad continua. A pesar de nuestra relativa baja tasa de letalidad gracias a la alta inversión hospitalaria y la capacidad del recurso humano especializado, no se pueden celebrar las estrategias de contención del virus hasta el momento.

Ya lo mencionaba en una columna anterior, en este frente el país necesita una readecuación estratégica que incluya una inversión (muy) importante en equipos y personal para la realización de miles de pruebas más diarias y un "ejército" de rastreadores capaces de recuperar la necesitada trazabilidad cuanto antes.

Debilitada confianza de todas las partes involucradas y pesimismo generalizado

Igual de importante para el control de la pandemia parece ser los altos niveles de confianza en las autoridades del país y entre las y  los ciudadanos. De hecho, esta parece ser una característica común de los países con las respuestas más efectivas al coronavirus, y lo mismo parece cumplirse  a la inversa, donde en países como Estados Unidos la desconfianza en el gobierno —ya de por sí parte de la identidad nacional radica en desconfiar del gobierno— y entre estadounidenses ha causado una tragedia humanitaria de una escala inimaginable en el “país más rico del mundo”.

No es coincidencia que cuando la pandemia se encontraba bajo control el Gobierno de la República gozaba de niveles de confianza pocas veces vistos en la historia reciente de nuestro país. En abril, cuando el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la UCR publicó una encuesta con resultados muy positivos del trabajo del gobierno de Carlos Alvarado, teníamos días de menos de 10 casos nuevos y donde no sumábamos una sola nueva muerte. Resaltaban los llamados a la solidaridad, las campañas por los menos favorecidos e inclusive el sector privado usaba el mantra casi en unísono “nos unimos al llamado de las autoridades…” ¿Se acuerdan?

Pero a como se ha salido de control la pandemia, también ha caído la confianza en las autoridades y entre nosotros mismos los y las ciudadanos. La misma encuesta del CIEP, pero con un par de meses de separación, publicada hace pocos días nos demuestra que el tico promedio ya le perdió la confianza de nuevo a los poderes de la República y a sus representantes. Hay muchas posibles razones que se pueden citar para encontrar que hay detrás de esto, entre ellas, el aumento en el desempleo, la caída de los indicadores económicos, los cuestionamientos en las compras de la CCSS, o  hechos algo triviales como el  viaje en helicóptero, las vacaciones en yate, entre otros. Adicionalmente, están los claros yerros en las estrategias de comunicación escogidas. Han existido mensajes mixtos lo cual naturalmente ha llevado a una erosión en la percepción del riesgo individual al enfrentar el coronavirus. Desde conferencias de prensa largas y diarias sin contenido sustancial (hablar frente a un micrófono no es lo mismo que comunicar), hasta analogías mal fundamentadas y mensajes confusos llamando al respeto de la burbuja social.

Pero el gobierno no ha sido el único culpable. Ha existido, sin lugar a dudas, un intento sistemático por desmantelar la confianza en las autoridades. Dichos embates vienen de diestra y siniestra, pero principalmente desde políticos y medios de comunicación opositores irresponsables y populistas. Esta oposición, la cual existe solo con ese fin, oponerse, le está costando la vida a muchos costarricenses y pone en riesgo el futuro del país. Viven en un mundo donde la narrativa es más importante que la realidad, y nos llenan de "hechos alternativos" e inclusive "noticias falsas".

Peligroso camino divisorio que ha desatado un efecto dominó en el cual el costarricense no solo le dé la espalda a las autoridades, sino también rompe el contrato social y cae en la desconfianza de su contexto. Se empieza a vivir bajo la premisa que “mi opinión es la única que vale”, inclusive por encima de hechos científicos. Yo desconfío de ti, y vos de mí, “si ustedes no lo hacen, ¿por qué tengo que hacerlo yo?”. Desconfío de cualquiera que piense diferente a mí. Tal nivel de desconfianza, alimentada por la inequidad en aumento, ha sido endémica en Costa Rica durante años, pero se ha sobrealimentado por medios y políticos irresponsables recientemente.  Claro está, el gobierno, ya sea por ingenuos o por mal asesoramiento,  también ha sumado a esta problemática dado que por momentos la ausencia de transparencia, las verdades a medias y la negación han resaltado en sus estrategias de comunicación.

No hay un  camino fácil para salir de este círculo vicioso de desconfianza, pero definitivamente tiene que estar en lo más alto de la agenda gubernamental y como país.  Buscar consenso, dialogar (incluyendo aquí escuchar, no solo hablar), usar la razón, la ciencia, la transparencia, fundamentado por el valor de la solidaridad y la equidad, son más fáciles de decir que hacer, pero deben seguir siendo el norte de nuestra sociedad.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.