Si bien se ha dicho mucho que el SARS-CoV-2 es una entidad nueva de la cual conocemos poco a nada, hay conocimientos básicos que aplican para cualquier epidemia infectocontagiosa. De enfermedades como el ébola, la gripe aviar, la H1N1, entre otras, hemos aprendido que, como parte de una estrategia integral en salud, la identificación de casos, la cuarentena, las pruebas, y el seguimiento de contactos, son actividades críticas para controlar una epidemia. En el contexto de la pandemia actual por COVID-19, estas también son actividades esenciales para evitar cuarentenas generalizadas (piensen en semana santa) y retomar actividades socioeconómicas relativamente “normales”.
Solo hace 10 días (el 10 de julio), se anunciaron nuevas medidas restrictivas para la gran área metropolitana. Un día después el Dr. Salas anunciaba que estas medidas eran muy necesarias dado el crecimiento exponencial de casos y que eran “una oportunidad de oro para recuperar [la] trazabilidad y recuperar el control de los casos”.
Para las y los lectores que no están familiarizadas con el término de trazabilidad, el ministro hacía referencia a la identificación de casos positivos, sospechosos y a su vez los contactos cercanos de estos. Adicionalmente, la estrategia demanda recolectar de todas estas personas, datos como edad, lugar de residencia, teléfono, sexo, ocupación, relación e intensidad de contacto con la persona infectada, fecha que se dio el contacto, presencia de factores de riesgo, síntomas de la enfermedad, entre otros. Esto, como es evidente por la cantidad de información que se necesita recopilar y la cantidad de personas que se precisan localizar, requiere de un despliegue de recurso humano enorme considerando que el número de contactos que cada caso positivo tiene varía entre 10 a 35 (es un buen momento para recordarles la importancia de mantener estricto apego a su burbuja social).
La lógica de realizar tal esfuerzo titánico, según la Organización Mundial de la Salud, radica en detener la transmisión del virus aislando a las personas que están contagiadas, o bien tienen el potencial de ser contagiosas. Esto es especialmente importante en las etapas asintomáticas de la enfermedad donde la persona no sabe que está infectada y por lo tanto es muy propensa a transmitir el virus. La estrategia, cuando es bien aplicada, es capaz de detener la transmisión del virus de una manera eficiente, como lo ha demostrado Corea y Taiwán, entre otras naciones europeas. Inclusive Costa Rica, tempranamente en la pandemia, evidenció lo efectiva que puede llegar a ser esta estrategia. En su momento, hasta fuimos laureados a nivel mundial por este enfoque.
Pero como los casos fueron aumentando en Costa Rica, el país fue perdiendo la capacidad de continuar con la trazabilidad. La aritmética entre la cantidad de personas/recursos dedicadas a rastrear casos y la cantidad de casos en el país, simplemente ya no daba. El punto de quiebre llegó el 2 de julio cuando el ministro anunciaba la transmisión comunitaria (a pesar de que ya muchos la vaticinaban desde antes) debido a la incapacidad del sistema de poder dar efectivamente con la cadena de transmisión. (Un gran paréntesis. Ese momento marcó ya un colapso del sistema de salud en su capacidad para cumplir inclusive sus funciones más básicas. El colapso del sistema de salud, a mi parecer, no será cuando se le niegue un ventilador a una persona que lo necesita, como se ha repetido sin cesar en las conferencias de prensa – esto ya es un momento demasiado tarde, y denota un caos total de la situación. Esperemos no llegar a eso).
¿Cuáles debieron, y deben de ser esas estrategias entonces para, como dice el ministro, “recuperar esta trazabilidad y recuperar el control de los casos”? Pues como primer paso, esquematizar y anunciar un plan integral para lograr justamente eso. Pero en vez de enfocar los esfuerzos en la trazabilidad para aprovechar “la oportunidad de oro”, parece ser que las estrategias de las autoridades se han volcado en fortalecer la atención hospitalaria y no el rastreo de contactos. Solo en los últimos 10 días, en la supuesta ventana de oro, se han anunciado la pronta habilitación de 48 camas en el Hospital Calderón Guardia, 64 camas vía convenio con el INS, más camas de cuidados intensivos, 646 nuevas plazas para recurso humano, el reacomodo de los hospitales de la CCSS para internar aún más pacientes, y la compra de más y más equipo especializado hospitalario. Y no me malentiendan, no es que estas inversiones no sean necesarias ni justificadas. Si lo son, y van a salvar vidas de manera inmediata. Pero a corto, mediano y largo plazo invertir en los recursos necesarios para “recuperar la trazabilidad” se torna probablemente en la estrategia con más retorno en inversión, si de disminuir los casos de COVID-19 en Costa Rica (y subsecuente mortalidad) estamos hablando.
Vale recalcar a estas alturas una máxima de la salud pública: el proceso de prevenir una enfermedad es mucho más barato para el sistema que el de la atención de dicha enfermedad. En sencillo: es más barato invertir para prevenir un caso de COVID-19, que esperar que este sea atendido en un hospital. Esto sin siquiera contabilizar los beneficios secundarios del enfoque de la prevención, de especial importancia en el contexto de esta pandemia: el poder continuar con nuestras vidas sociales y económicas.
¿Qué conlleva entonces una inversión para recuperar la trazabilidad? Idealmente, sería una combinación de más (mucho más) recurso humano capacitado y dedicado a esto (como propuesta sugiero a las y los estudiantes de último año de medicina y enfermería – solo de medicina son más de 650) , en conjunto con el apoyo logístico requerido (transporte, equipo de protección personal, realización de pruebas diagnósticas, etc.). Además, se necesitaría la expansión del uso de tecnologías de la información que logren centralizar, desagregar, y hacer uso inteligente de los datos que se van recopilando, así como hacer del proceso de rastreo mucho más eficiente (¿Qué habrá pasado con la inversión que se le iba hacer al EDUS para ayudar con la trazabilidad?). En un momento donde una de cada tres personas a la cual se le realiza la prueba sale positiva (una de las tasas de positividad más altas del mundo) se vuelve imperativo invertir en este frente de batalla.
No les miento, me llena de orgullo ver que tenemos un sistema de salud tan resiliente, el cual es capaz de expandir sus servicios hospitalarios para evitar negarle la atención necesaria a los y las que lo necesitan. Es de aplaudir, pero no vale (ni es razonable) solo invertir de un lado de la ecuación. El presidente Carlos Alvarado hace poco nos recordó que para 'tiempos extraordinarios, medidas extraordinarias'. Como medida extraordinaria sugiero la creación de un "ejército" de rastreadores capaces de recuperar la necesitada trazabilidad. Una fuerza laboral fugaz, apoyada por la tecnología adecuada, capaz de romper las cadenas de transmisión del virus en nuestras comunidades. No suframos de memoria corta, esta estrategia es una en la cual todos hemos estamos de acuerdo desde el comienzo de la pandemia. Pero no hemos invertido suficiente en ella. Puede probar ser, no solo la mejor para la salud de nuestra población, sino también la mejor para el futuro económico del país.
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