Braulio inició en la empresa como asistente de bodega. Puntual, ordenado, servicial, todólogo. Empezó a destacar rápidamente por su buena disposición y la forma rápida y correcta en que realizaba sus labores.

Con el paso del tiempo, varios de los gerentes se empezaron a familiarizar con Braulio, a quien se topaban de camino a sus oficinas o a la hora del almuerzo en la cafetería de la empresa.

Un día, uno de los gerentes le pidió a Braulio un favor personal: que si podía por favor ir al parqueo a abrirle el carro y traerle unos papeles que había dejado ahí. Así fue el inicio de lo que terminó siendo una avalancha.

En cuestión de meses, Braulio manejaba las llaves de todos los gerentes, llevaba los carros a lavar, a revisión técnica, al mecánico, les hacía mandados, recogía a los hijos de los gerentes de las escuelas, llevaba o recogía cosas del Dry Cleaning y, en algunos casos hasta le confiaban las llaves de las casas cuando había que ir volado por una tarea y entregarla en algún colegio para evitar sanciones.

El jefe de bodega gruñía y se quejaba de cómo ya no podía contar con Braulio porque pasaba haciéndole favores a los jefes, sentado cerca de las oficinas de gerencias, listo para cualquier encargo.

“Es que Braulio es de mucha confianza. Cuesta mucho encontrar gente así”

“Yo confío tanto en él que hasta dejo que lleve a mis hijos a fiestas”

“ Es que, ¿sabés lo que pasa? Aquí no hay mensajería y uno pasa tan ocupado, que si no fuera por Braulio, tendría mi vida patas arriba”

“¡Tan servicial! ¡Un chavalazo! A la hora que sea, hasta fines de semana, siempre dice que sí este muchacho”

Un día, la bodega amaneció vacía. Se fueron computadoras, pantallas, equipos, muebles, suministros de oficina… no quedó ni la tapa de un lapicero. Tampoco apareció más Braulio, ni la llave de la bodega que le habían encargado.

Como la vida sigue, poco a poco se fueron acomodando. La gerencia general dijo que se acabó el relajo y que nunca más usar personal de la empresa para temas personales y que cada uno viera cómo se las arreglaba.

Pasaron meses. Hasta que llegó la notificación de la demanda laboral de Braulio. Alegaba que se le había despedido por ausencias y eso no lo reclamaba. Pero sí exigía el ajuste de salarios, de aguinaldos y vacaciones y además, el pago de horas extra por todas aquellas labores que le pedían los representantes patronales- los gerentes- fuera de su horario laboral. Aportaba las copias de todos los correos, whastapss y audios, porque ya lo habíamos dicho: Braulio era muy ordenado.

Ubicaba el origen de esas diferencias en un hecho público y notorio. Los cálculos se habían hecho con su salario de ayudante de bodega. Pero era claro que los últimos 5 años, él, en realidad, se había desempeñado como asistente personal del grupo de gerencia y podía probarlo, con fotos, documentos y testigos. Y ese era su salario correcto.

Pedía, además de las diferencias, lo usual: salarios caídos, daños y perjuicios, costas personales y procesales, indexación e intereses. Una millonada.

No pretendo aburrirlos con historias de juicios. Baste con decir que Braulio tenía razón y hubo que conciliar para poder desenredar semejante enredo, que fue motivo de mucho rumor y risillas burlonas, además de jaladas de orejas monumentales por el descuido.

La realidad siempre nos termina alcanzado.  A veces uno se da cuenta, a veces uno se revienta contra ella, pero siempre nos alcanza. Y eso es así en el derecho laboral y en la vida.

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