No he sido, ni pretendo ser, defensor del presidente Rodrigo Chaves. Sus expresiones públicas, muchas veces cargadas de confrontación y lenguaje directo, no son precisamente ejemplo de diplomacia política. Sin embargo, vale la pena analizar más allá del estilo verbal y observar con objetividad los resultados y decisiones que han marcado su gestión.

Cuando Chaves fue ministro de Hacienda, su discurso era técnico, estructurado y medido; un contraste evidente con el tono desafiante que hoy caracteriza sus conferencias. Esa diferencia no solo refleja un cambio de rol —de funcionario a líder político— sino también una transformación estratégica: el lenguaje popular como vía de conexión con un pueblo cansado de los eufemismos y la inacción.

Uno de los aciertos más concretos de esta administración ha sido la reducción del gasto público mediante la eliminación de alquileres millonarios pagados por instituciones del Estado a grupos empresariales con poder político, entre ellos, la familia Desanti. El traslado del Ministerio de Educación Pública (MEP) a edificios en desuso del ICE, además de representar un importante ahorro, evidencia una decisión ejecutiva con visión de eficiencia.

Sin embargo, ese mismo MEP simboliza una de las mayores deudas del gobierno actual. La educación costarricense continúa debilitada: desactualización curricular, infraestructura precaria y falta de planificación a largo plazo. Como docente de formación, me duele ver cómo se relega el pilar que debería sostener el desarrollo nacional.

La seguridad, por su parte, atraviesa una de las etapas más críticas de nuestra historia reciente. No obstante, sería injusto adjudicar la totalidad del problema a este gobierno. Las raíces son profundas y vienen gestándose desde décadas atrás. Resulta revelador que incluso el presidente salvadoreño Nayib Bukele —con su estilo tan particular— haya reconocido públicamente algunas de las acciones de Chaves en materia de seguridad.

No es el propósito de esta reflexión abrir el debate sobre una posible deriva autoritaria, aunque sí debemos reconocer una paradoja: un presidente que actúa con determinación en favor del pueblo, cuando logra hacerlo sin la interferencia de los otros poderes del Estado, puede parecer autoritario simplemente por ser efectivo.

El dilema democrático surge cuando recordamos que Costa Rica ha vivido, durante más de 40 años, bajo una especie de dictadura solapada: aquella donde los intereses políticos, económicos y mediáticos controlan el rumbo del país sin rendir cuentas. Hoy, la reacción de esos sectores frente a un presidente que no responde a sus intereses revela más sobre ellos que sobre él.

Rodrigo Chaves no es un político perfecto —nadie lo es—, pero ha expuesto con valentía los mecanismos que durante décadas mantuvieron secuestrada la voluntad nacional. Y en ese sentido, ha despertado en muchos costarricenses una convicción olvidada: que el Estado puede y debe servir al ciudadano, no al revés.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.