Un nuevo guion se repite en las democracias contemporáneas: el de la 'Stand-Up Tragedy'. Líderes populistas llegan al poder armados con el recurso del espectáculo —insultos, promesas imposibles y una guerra mediática permanente—pero la comedia inicial inevitablemente deriva en tragedia institucional. La partida, una vez ganada con votos, se duplica: el objetivo ya no es persuadir, sino concentrar el poder y quebrar las reglas que los limita. Desde Trump, Bukele o Milei hasta el costarricense Rodrigo Chaves, la función es la misma, solo cambia el escenario.
Estos personajes, carismáticos y polémicos, entienden el poder del drama y la confrontación. Su retórica es un “show” permanente, una comedia de insultos y promesas imposibles que seduce a un electorado hastiado. Sin embargo, una vez en el poder, la farsa revela su núcleo duro. La apuesta se duplica: ya no se juega solo con votos, sino con los pilares del Estado de Derecho. El equilibrio es precario, con un pie firmemente anclado en los gestos autocráticos y el otro, por ahora, en las formalidades democráticas.
Veamos algunos ejemplos, Donald Trump es el arquitecto original del giro del stand-up comedy a la tragedia política. Sus mítines son, en esencia, rutinas de comedia cargadas de insultos creativos, teorías conspirativas y un constante ataque a los medios e instituciones, a los que tilda de enemigos del pueblo. Sin embargo, este espectáculo derivó en tragedia cuando su narrativa de elección robada culminó en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021. El maestro demostró que la retórica del show, al escalar, puede fracturar los mismos cimientos del sistema que dice defender.
Vayamos a Centroamérica, Nayib Bukele perfeccionó la fórmula para la era digital, actuando como el alumno que supera al maestro en el manejo de las redes sociales. Su estilo es un stand-up cool: memes, burlas a otros líderes y una comunicación directa que proyecta la imagen de un presidente joven y eficiente. Pero detrás de esta fachada moderna se esconde la tragedia del autoritarismo: un régimen de excepción que ha suspendido garantías constitucionales y encarcelado a miles de personas, consolidando un poder absoluto bajo el pretexto de la seguridad.
Y en Sudamérica, Javier Milei lleva la energía del stand-up al extremo, ofreciendo incluso conciertos de rock mientras la Argentina real se desangra en una crisis de hiperinflación, denuncias de un narcoestado emergente, escándalos de coimas y sobres sobornos que involucran a su hermana, y una economía pulverizada y endeudada hasta límites históricos. Este histriónico personaje del economista iracundo, que blande una motosierra metafórica contra la "casta", convierte sus intervenciones en performances de alta intensidad cargadas de gritos e insultos para shockear al sistema.
Pero la transición de la comedia a la tragedia se consuma cuando, tras las derrotas electorales de medio término y en medio de la debacle social, redobla la apuesta con un proyecto de concentración de poder mediante decretos y leyes que buscan vaciar de atribuciones al Congreso, transformando así el espectáculo contestatario en una amenaza concreta de erosión programática de los equilibrios democráticos.
La puesta en escena de Rodrigo Chaves, el ”tragediante” político
En este teatro global, Costa Rica tiene su propio protagonista. Rodrigo Chaves representa la versión nacional de este fenómeno, un caso que bien podría calificarse como el de un “tragediante” político: un actor que, desde la presidencia, mezcla el drama, la confrontación y la victimización como estrategia central. Lo que comenzó como una derivación local del fenómeno global, con su propio estilo agresivo y coloquial, hoy acumula tantos conflictos políticos que podríamos hablar de un Chaves que se ha convertido en lo que bien podría calificarse como un “tragediante” político: un actor que, desde la presidencia, mezcla el drama, la confrontación y la victimización como estrategia central.
Temporada 1: Gobernar por decreto (el guion inicial)
La serie comenzó hace casi tres años con una premisa clara: el protagonista contra el establishment, contra los ticos con corona. Chaves inició su mandato apostando fuerte, gobernando mediante decretos ejecutivos que buscaban sortear la discusión legislativa. Este primer capítulo estableció el tono: un estilo confrontativo y una voluntad de concentrar la toma de decisiones, un movimiento que encendió las primeras alarmas sobre su respeto al equilibrio de poderes.
Temporada 2: El enemigo es la prensa (el conflicto se expande)
Todo buen personaje de este género necesita un villano recurrente. Para Chaves, este rol lo ocuparon los medios de comunicación. Sus conferencias de prensa, que a menudo derivan en monólogos de stand-up donde ridiculiza a periodistas, se volvieron el pan de cada día. Con un lenguaje altisonante, acusó a la prensa de ser mentirosa y de conformar una prensa canalla, buscando deslegitimar a uno de los contrapesos fundamentales de la democracia.
Temporada 3: Guerra contra los contralores (el argumento del todo vale)
Pero el conflicto con la prensa sería solo el preludio de batallas más profundas. La trama dio un giro más grave cuando el protagonista chocó frontalmente con la Contraloría General de la República, el órgano de control fiscal. Los descalificativos hacia la contralora y su equipo fueron constantes, tratando de presentar el control legal como un acto de sabotaje político. El presidente ha creado una narrativa de persecución, donde cualquier institución que lo fiscalice es inmediatamente etiquetada como parte de una 'mafia' en su contra.
Temporada 4: El juez es mi némesis (la tensión sube)
La escalada continuaría, llevando el conflicto al corazón del Poder Judicial. Chaves no ha dudado en criticar abiertamente a jueces y magistrados, especialmente aquellos involucrados en investigaciones que lo afectan a él o a su círculo cercano. Esta temporada consolidó el patrón: ningún poder del Estado es legítimo si se interpone en su camino.
Temporada 5: La Fiscalía pide su cabeza (el clímax)
El punto de no retorno llegaría cuando la Fiscalía presentó ante la Asamblea Legislativa una solicitud formal para levantar la inmunidad presidencial de Chaves, investigado por presuntas irregularidades en el caso de los contratos con el BCIE. Este fue el momento en que la tragedia institucional dejó de ser retórica para convertirse en un procedimiento legal concreto. La solicitud de la Fiscalía es un hecho histórico y marca un antes y un después en el ya turbulento gobierno.
La Temporada actual: El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) en el ojo de la tormenta (el desenlace incierto)
El caso de Rodrigo Chaves alcanza su punto crítico con la solicitud formal del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) a la Asamblea Legislativa para que levante la inmunidad presidencial. Esta petición histórica, respaldada por 15 denuncias por beligerancia política, representa el clímax de una temporada de conflictos sistemáticos del mandatario con los controles democráticos. El TSE identificó una "tendencia clara" en sus actos, que considera amerita investigar a fondo dado que pudieron comprometer la neutralidad estatal obligatoria en procesos electorales.
Frente a esta crisis, Chaves ejecuta su movimiento característico: patear la bola para adelante. Mientras el órgano electoral documenta sus llamados explícitos a votar por diputados que continúen "su legado" y su uso del símbolo del jaguar (vinculado a un partido político), el presidente intensifica su narrativa de victimización. Su estrategia es clara: presentar cada investigación como una persecución política de la "vieja casta, buscando capitalizar el conflicto para galvanizar a su base y proyectar la imagen de un mártir perseguido por el sistema.
El Guion Final: La apuesta por la victimización sistemática
El desenlace ahora depende de la Asamblea Legislativa, que debe formar una comisión para analizar la solicitud del TSE y llevar una recomendación al plenario. Este trámite idéntico al que enfrentó por el caso “BCIE /cariñitos” coloca a Chaves en el filo de la navaja: la posible pérdida de inmunidad lo dejaría expuesto a ser investigado antes de que finalice su mandato.
El telón se cierra sobre la 'Stand-Up Tragedy' de Rodrigo Chaves. Lo que inició como espectáculo confrontativo culmina en el drama institucional más severo de la democracia costarricense reciente. La Asamblea Legislativa enfrenta ahora la prueba definitiva: demostrar que cuando termina la función política, las instituciones deben prevalecer sobre el espectáculo. El veredicto final no solo definirá el destino de Chaves, sino la capacidad de Costa Rica para proteger su democracia de líderes que confunden el gobierno con un escenario y las instituciones con antagonistas a eliminar.
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