En medio del inicio de la actual campaña electoral, resurge una figura ya conocida: el gurú de la seguridad. Con discursos firmes y promesas de "mano dura", estos candidatos y asesores ofrecen soluciones aparentemente rápidas y sencillas a una de las mayores ansiedades de la ciudadanía costarricense: la delincuencia. Proponen más policías, penas más severas, reformas restrictivas de derechos y libertades y una tolerancia cero que resuena con un electorado atemorizado. Pero, ¿estamos ante propuestas serias o frente a un manual de populismo punitivo que explota el miedo para ganar votos?
Dos análisis críticos, "Criminalidad y Discurso en Costa Rica" de Sebastian Huhn y "Delito y Cambio Social en Costa Rica" de Rodolfo Calderón Umaña, ambos libros de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), aunque escritos en tiempos distintos, nos ofrecen un marco referencial histórico indispensable para desmantelar estas narrativas simplistas y exigir un debate más profundo.
El discurso del miedo: una realidad construida
Huhn señala que el miedo al delito ha sido magnificado por un discurso público insistente, donde los medios de comunicación y los actores políticos juegan un papel central. Este fenómeno, conocido como "populismo punitivo", consiste en utilizar el temor ciudadano para justificar políticas represivas y ganar apoyo electoral. Se nos presenta una narrativa de crisis, una "ola de violencia" que amenaza con destruir la paz que define nuestra identidad nacional.
Aunque no podemos desconocer el aumento de la criminalidad organizada, los homicidios a cualquier hora del día y con víctimas colaterales, no son los únicos problemas que afronta el país, pero suelen ser siempre utilizados como botín, en medio de campañas que al final de cuentas no cumplen sus “promesas”, sin buscar culpables, lamentablemente es un tema estructural y un abandono del Estado, que venimos arrastrando por décadas. Esta es una estrategia deliberada que desvía la atención de los problemas estructurales internos y crea una falsa dicotomía entre "nosotros" (los costarricenses pacíficos) y "ellos" (los delincuentes ajenos a nuestra sociedad).
Lo más revelador del análisis de Huhn es que esta idea de una "crisis" no es nueva. Al revisar la prensa de décadas pasadas, encuentra que la preocupación por una "ola de crímenes" y la supuesta "pasividad del Estado" ya era un tema recurrente en los años 50, 60 y 70. Esto desmonta el mito de un "paraíso perdido" recientemente y demuestra que la criminalidad siempre ha sido una preocupación, aunque su politización y uso en campañas electorales se ha intensificado drásticamente en la era moderna.
Las raíces ocultas: desigualdad, el verdadero origen del delito
Frente a la narrativa de los "gurús", que reduce el problema a una cuestión de falta de castigo, el sociólogo Rodolfo Calderón Umaña nos obliga a mirar hacia adentro, a las transformaciones de nuestra propia sociedad. Su tesis es contundente: el aumento de la delincuencia es un fenómeno social con raíces profundas en la desigualdad y la exclusión.
Calderón explica que el modelo de desarrollo de las últimas décadas ha generado una peligrosa tensión. Por un lado, a través de la publicidad y los medios, se nos bombardea con un ideal de vida basado en el consumo y el éxito material; es lo que él llama "inclusión cultural". Todos estamos invitados a desear lo mismo. Por otro lado, un sector importante de la población se encuentra excluido de las oportunidades legítimas (salud, vivienda, empleo digno, educación de calidad) para alcanzar esas metas ("exclusión social").
¿Qué sucede cuando se anhelan las metas dominantes pero se carece de los medios para lograrlas? Es en esa frustración, en esa brecha entre el deseo y la posibilidad, donde el delito emerge como una vía alterna (siendo la población joven la más vulnerable). Calderón lo demuestra empíricamente, encontrando una correlación estadística directa y alarmante entre el aumento del Coeficiente de GINI y el incremento de delitos.
Aunque los datos más recientes del INEC muestran una leve mejoría, con el índice de GINI para 2024 ubicándose en 0,492, el nivel más bajo desde 2010, sería un grave error de diagnóstico (o una manipulación deliberada) cantar victoria. Los efectos de décadas de alta desigualdad no se borran de un año para otro. La frustración y la falta de oportunidades son heridas sociales profundas que tardan generaciones en sanar y que siguen alimentando la violencia hoy.
Mismo análisis de desigualdad y la exclusión, lo podemos realizar con el Índice de Desarrollo Humano.
El análisis del Índice de Desarrollo Humano (IDH) cantonal en Costa Rica, basado en el "Atlas de Desarrollo Humano Cantonal 2024", revela una profunda brecha de desigualdad que divide al país. Esta disparidad se manifiesta en un contraste marcado entre un grupo de cantones con un desarrollo humano muy alto, comparable al de países europeos, y otro grupo rezagado con indicadores similares a los de naciones con un desarrollo medio.
La brecha entre los cantones de mayor y menor desarrollo
Por un lado, cantones como Santa Ana, Belén y Escazú lideran el ranking con un IDH muy alto. Estos cantones, en su mayoría urbanos y del Valle Central, se caracterizan por tener:
- Altos niveles de ingreso y educación: Sus habitantes gozan de mayores oportunidades económicas y acceso a una educación de calidad.
- Mayor esperanza de vida: Reflejo de un mejor acceso a servicios de salud y condiciones de vida más favorables.
Por otro lado, en el extremo opuesto se encuentran cantones como Matina, Buenos Aires y Los Chiles, que presentan un IDH considerablemente más bajo. Estos cantones, predominantemente rurales, costeros y fronterizos, enfrentan desafíos significativos:
- Menores ingresos y oportunidades laborales: La actividad económica en estas zonas suele ser menos diversificada y con empleos de menor remuneración.
- Rezago educativo: El acceso a la educación, especialmente a la secundaria y superior, es más limitado, lo que perpetúa el ciclo de la pobreza.
- Menor acceso a servicios de salud: Las limitaciones en la infraestructura y la lejanía de los centros de salud impactan negativamente la esperanza de vida de sus habitantes.
El impacto de la desigualdad en el desarrollo humano
El "Atlas 2024" introduce el Índice de Desarrollo Humano ajustado por Desigualdad (IDH-D), una métrica que pone de manifiesto cómo la desigualdad frena el progreso del país. Al aplicar este ajuste, el número de cantones en la categoría de "desarrollo humano muy alto" se reduce drásticamente. Esto demuestra que, aunque en promedio el país ha avanzado, los beneficios de este progreso no se han distribuido de manera equitativa.
El análisis del IDH cantonal en Costa Rica revela la existencia de "dos Costa Ricas" con realidades socioeconómicas muy distintas. La desigualdad se erige como el principal obstáculo para un desarrollo humano más inclusivo y sostenible. Para cerrar esta brecha, es fundamental implementar políticas públicas con un enfoque territorial que promuevan la inversión, la generación de empleo y el acceso a servicios de calidad en los cantones más rezagados del país.
La tragedia en cifras: el aumento de homicidios en Costa Rica
La realidad nos golpea con cifras trágicas. Un análisis de los datos de homicidios del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de los últimos 15 años muestra una escalada sin precedentes, que evidencia un cambio en la naturaleza misma de la violencia en el país. Hemos pasado de tasas que rondaban los 10 u 11 homicidios por cada 100,000 habitantes a cifras récord que nos han colocado en los niveles más altos de nuestra historia, superando con creces el umbral de lo que la OMS considera una epidemia. Este aumento no es aleatorio; coincide con el período de mayor desigualdad y con la consolidación de economías ilícitas que se nutren de jóvenes a quienes el sistema les ha fallado.
Los "gurús de la seguridad" nos proponen un camino fácil: reprimir. Pero la evidencia empírica nos muestra que es un callejón sin salida. Si queremos un país seguro, necesitamos un cambio radical en el discurso y en las políticas.
Los políticos valientes y honestos no deberían prometer más cárceles, sino un nuevo contrato social. Su discurso debería centrarse en:
- Reconocer la Desigualdad como un Problema de Seguridad Nacional: Admitir abiertamente que la política más efectiva contra el crimen es una política económica y social que reduzca las brechas. Esto implica hablar de reformas fiscales progresivas, acceso a la educación de calidad, moderna y centrada en las necesidades de la sociedad actual, salud de calidad, y la creación de empleos dignos, sin que ello signifique renunciar a las garantías laborales existentes.
- Invertir en Prevención, no solo en Contención: Proponer un plan nacional de prevención de la violencia que se enfoque en los factores de riesgo: deserción escolar, desempleo juvenil y falta de espacios de recreación en comunidades vulnerables. Cada joven que se mantiene en el sistema educativo es un potencial delincuente menos. De igual manera, la inversión en salud mental, que va desde contar con mejores espacios de trabajo, carreteras, inversión en obra pública, mejora el trasporte público, y todas aquellas políticas que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos.
- Construir una Policía para el Siglo XXI: Más que solo aumentar el número de oficiales, se debe hablar de una policía profesional, con mejores salarios, inteligencia para desarticular el crimen organizado y un enfoque comunitario que reconstruya la confianza con los ciudadanos.
- Justicia Restaurativa y Reinserción: Entender que las cárceles no pueden ser meros depósitos de personas. Un discurso serio sobre seguridad debe incluir planes concretos de rehabilitación y reinserción social para quienes han delinquido, rompiendo así el ciclo de la reincidencia.
La seguridad ciudadana no es un espectáculo de campaña. Es el resultado de una sociedad cohesionada, justa y con oportunidades para todos. Como votantes, tenemos la responsabilidad de mirar más allá de las soluciones de mano dura y exigir a nuestros futuros gobernantes un compromiso real con la construcción de esa sociedad. Solo así podremos empezar a sanar las heridas que hoy nos desangran.
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