Costa Rica dejó de ser “Pura Vida, el país sin ejército porque sus fondos se los dedica a la educación”, pero no es así. Cada vez los indicadores de violencia rompen los récords de años anteriores, nada por lo que sentirse orgulloso. Actualmente muchos de los delitos violentos están relacionados con personas cada vez más jóvenes, la realidad para las niñeces es cada día más compleja.
Veamos números, para el año 2023 se reportó un aumento en los homicidios dolosos con 133 víctimas más que en el año 2022. Además, se observa un aumento en los delitos juveniles, con un total de 9,804 casos registrados en 2023, según la Universidad Nacional. Asimismo, Anthony García-Marín menciona:
El análisis de muertes de jóvenes entre 15 y 24 años atribuidas a homicidios en Costa Rica durante 2024 evidencia que, aproximadamente uno de cada cinco de estos fallecimientos de jóvenes varones está vinculado a hechos violentos intencionales".
Lo anterior demuestra que no fue una bala pérdida, no fue que lo confundieron, no fue un accidente. Esta cantidad de homicidios en personas tan jóvenes nos evidencia las condiciones de desigualdad en las que vivimos. No es justo pensar en que estas personas son las causantes de estas tragedias “por andar en malos pasos”, sino que son víctimas de la desigualdad estructural que existe en Costa Rica. Un país excluyente, corrupto, un narco gobierno, donde los cabecillas de las decisiones en nuestro país se hacen cada vez más ricos a costilla de las comunidades más vulnerabilizadas, que “nuestro gobernante” toma decisiones basadas en discursos de odio y populismo para que las personas escuchen lo que quieren escuchar, falsas promesas que día tras días generan un país más desigual.
Basándome nuevamente en las palabras de Anthony García-Marín, estos y estas jóvenes no son simples “soldados” reemplazables en guerras ajenas, son personas que pertenecen a comunidades vulnerabilizadas donde mueren por la falta de acceso a la educación, desempleo, la marginalización territorial, intensificada por la dinámica del mercado global de drogas.
Claro, “si mi familia pasa hambre, no puedo ir al colegio porque no tengo cómo, mis encargados o encargadas no están porque para comer deben trabajar horas inhumanas y conozco personas de mi edad que han podido salir adelante repartiendo pedidos o vendiendo los productos de un narcotraficante que nunca voy a ver, ¿por qué yo no puedo hacerlo? es una salida a mis problemas y los de mi familia”.
No podemos culpar a las víctimas de estar inmersas en contextos sumamente desiguales, como analizamos anteriormente, la educación es limitada, tanto dentro del hogar como la educación formal, las cuales tampoco garantizan un trabajo digno que permita romper ciclos de pobreza. Las personas jóvenes están sumamente limitadas a trabajos explotadores de paga mínima, la cual no satisface las necesidades de un país tan caro como este, el crimen organizado, programas educativos deplorables, entre muchos otros limitantes que impiden poder sobrevivir sin tener que caer en “salidas fáciles”.
Finalmente, es fundamental exigir condiciones dignas, no permitir que discursos sesgados sigan manipulando a las poblaciones vulnerabilizadas, luchar por personas que realmente se preocupen por estos grupos sociales, abordando respuestas integrales que no solo se basen en pintar las escuelas, sino que empiece desde lo más básico, disminuir la desigualdad.
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