Poco se habla del tráfico ilegal de vida silvestre, pero es relevante poner sobre la mesa el hecho de que este se ha consolidado como una de las principales amenazas para la biodiversidad. Este delito no solo ha puesto en peligro a cientos de especies, sino que implica consecuencias devastadoras como la propagación de enfermedades zoonóticas y el deterioro de ecosistemas. Con un valor que se estima cercano a los 20 mil millones de dólares anuales, el tráfico de fauna y flora silvestre se ha logrado ubicar entre las actividades ilícitas más lucrativas del mundo, superando incluso al tráfico de armas ligeras.

En esta línea, creo que existe un actor fantasma que ha promovido el crecimiento desmedido del mercado de las mascotas exóticas y es el rol de las redes sociales. Y sí, debo confesar que recientemente tuve un debate conmigo misma porque, efectivamente, caí en la fiebre del capibara. A ver, mientras compraba el envoltorio del regalo de cumpleaños de mi sobrina, sin pensarlo tomé la bolsita de colores pastel con caricaturas de capibara, esos roedores gigantes muy bonitos y tiernos que han estado de moda ya por años.

Ahora, mientras escribo esta columna pienso en el deber que tengo como adulta —y como persona que siempre ha estado relacionada profesionalmente con temas ambientales— de guiarla hacía la reflexión de que esos animales que tanto nos pueden gustar y apasionar tienen un rol importante para el planeta, tienen derecho a vivir en los ecosistemas adecuados y no son solo un producto para nuestro entretenimiento.

Cada vez que replicamos contenidos que muestran imágenes en las que se ven animales silvestres dentro de un contexto humano, se afianza aún más esta normalización de su tenencia como mascotas. Esta normalización no es inocente: influye directamente en el aumento de la demanda y, por tanto, en el crecimiento del tráfico ilegal. Series, películas, memes e influencers que promueven esta imagen contribuyen, muchas veces sin saberlo, a una grave distorsión de la relación entre las personas y la naturaleza.

Muchos pueden pensar que este tipo de delito no es tan común en Costa Rica. Sin embargo, en 2024, el tráfico de vida silvestre fue el tercer delito ambiental más denunciado en el país, solo superado por delitos forestales y de minería. Casos recientes como el decomiso de cinco capibaras y varios ajolotes (anfibio de origen mexicano) han expuesto la creciente tendencia de introducir especies exóticas en nuestro territorio. Esta práctica, lejos de ser inofensiva, representa una amenaza seria. Estos animales no pueden ser reintroducidas a la naturaleza, son condenadas al cautiverio y corren el riesgo de morir en condiciones inadecuadas o, en el otro extremo, pueden alterar el equilibrio ecológico al competir con especies nativas, diseminar enfermedades o modificar nichos ecológicos afectando permanentemente nuestros ecosistemas nacionales.

Si bien el marco normativo costarricense es robusto, la falta de implementación efectiva y una profunda crisis en educación ambiental han creado un entorno permisivo para que estos delitos continúen y sean cada vez más frecuentes. Las sanciones existen, pero la impunidad, la falta de recursos y la baja conciencia ciudadana han limitado el impacto de las acciones legales.

Acá viene el llamado a todas las personas usuarias de las redes sociales, existe una necesidad latente de repensar nuestro papel como consumidores y replicadores de contenidos digitales. Las redes sociales pueden ser una herramienta de conexión, educación y movilización en favor de la naturaleza pero también pueden convertirse en plataformas que perpetúan la explotación de la vida silvestre si no se usan con responsabilidad.

Cada contenido que compartimos, cada imagen que aplaudimos, cada video que viralizamos tiene un impacto más allá de los segundos en pantalla. Como olvidar los tiernos vídeos de Moo Deng la hipopótama pigmea, las nutrias, los cachorros de jaguar, los monos o los tours para tener fotografías con los elefantes, los animales están sufriendo por los “me gusta” de las redes sociales.

Debemos prestar atención a los discursos y contenidos que replicamos en las redes sociales porque si estamos normalizando representaciones imprecisas de los animales, entonces no les estamos haciendo justicia y potencialmente estamos trabajando contra de la conservación y protección de las especies y ecosistemas.

No digo que esté mal visibilizar las maravillas naturales que comparten el planeta con nosotros, siempre y cuando estas se encuentren libres en sus respectivos hábitats, pero de la mano de ese “reposteo” en tiktok o ese “me gusta” en Instagram, necesariamente tiene que existir un llamado de atención, un discurso educativo y una reflexión sobre los contenidos que consumimos en las redes sociales y el impacto que estos tienen en la naturaleza.

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