El papa Francisco entregó su alma al Señor en la semana en la que la Iglesia conmemora la Resurrección de Cristo. Resucitó el papa Francisco a la vida eterna cumpliendo hasta el último momento su vocación de pastorearnos a los fieles católicos y a toda la humanidad.
La vida, la prédica y las acciones del papa Francisco iluminan el camino que debemos seguir para curar las heridas de nuestras sociedades atolondradas y confundidas por el cambio de época que vivimos y enfrascadas en dolorosos y destructivos antagonismos.
Es impresionante contemplar la imagen desgastada por la enfermedad del papa Francisco el día anterior a su muerte, en la Plaza de San Pedro oyendo la lectura de su mensaje Urbi et Orbi, impartiendo penosamente la bendición al mundo entero, doliéndose por la muerte y la sangre de las guerras, por el sufrimiento causado por el egoísmo, el odio y la indiferencia, y con una voluntad inquebrantable infundiéndonos la esperanza de la Resurrección de El Señor.
Resulta apabullante ver al papa Francisco, sin fuerzas físicas, pero con voluntad poderosa nutrida por su afán de pastor y por la alegría de la Resurrección, salir a la Plaza de San Pedro en el Papamóvil para acercarse a su grey.
Nos recordó en sus últimas enseñanzas que con la resurrección de nuestro Redentor "el amor venció al odio. La luz venció a las tinieblas. La verdad venció a la mentira. El perdón venció a la venganza. El mal no ha desaparecido de nuestra historia, permanecerá hasta el final, pero ya no tiene dominio, ya no tiene poder sobre quien acoge la gracia de este día".
Y se refirió a las penurias concretas que en diversas partes de nuestra dolida Casa Común azotan a las personas por las guerras, por la marginación, por el egoísmo y los odios que separan y confrontan a las comunidades y hieren principalmente a las personas más desposeídas, a los migrantes, a las personas maravillosas que el mundo ve como descartables.
Nos dijo:
Hago un llamamiento a cuantos tienen responsabilidades políticas a no ceder a la lógica del miedo que aísla, sino a usar los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo. Estas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.”
“Que nunca se debilite el principio de humanidad como eje de nuestro actuar cotidiano. Ante la crueldad de los conflictos que afectan a civiles desarmados, atacando escuelas, hospitales y operadores humanitarios, no podemos permitirnos olvidar que lo que está en la mira no es un mero objetivo, sino personas con un alma y una dignidad.”
“Y que en este Año jubilar, la Pascua sea también ocasión propicia para liberar a los prisioneros de guerra y a los presos políticos.”
Hace 12 años Jorge Mario Bergoglio inició su papado entregándose a una sencillez que le permitiera romper barreras y acercarse a su grey. Fue un Papa fiel a ultranza a sus convicciones que le permitió ser el papa de la Gente, no de la Curia Romana, no del clero. El papa de su rebaño, con olor a oveja. El papa que el primer día de su servicio como Obispo de Roma y cabeza de la Iglesia inicia tareas pidiéndonos a todos que recemos por él.
Es el papa al que ha correspondido ser el primer papa de América Latina, el primer papa no europeo desde San Gregorio III que fue de Siria y ejerció su ministerio del año 731 al 741.
Un Papa que nos recuerda que el “nombre de Dios es misericordia” y que lanza a la Iglesia afuera del templo para vivir intensamente la tarea que Jesús encomendó a sus apóstoles: Jesús reunió a los Doce y les dio autoridad para expulsar todos los malos espíritus y poder para curar enfermedades. Después los envió a anunciar el Reino de Dios y devolver la salud a las personas. Les dijo: No lleven nada para el camino: ni bolsa colgada del bastón, ni pan, ni plata, ni siquiera vestido de repuesto.” (San Lucas 9:1-3) Y les ordenó: “A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar.” (San Mateo 10:7,8)
Su papado a mi entender tuvo un muy claro eje central: el mandato del amor, que nos llama a todos en nuestra actividad personal a ser “prójimo”, como el samaritano de la parábola, pero que igualmente nos convoca a todos a procurar el bien común.
Esa centralidad de la fraternidad resulta de la vocación a amar y a cuidar a sus feligreses que se manifestó en todas las acciones de la vida del Papa cuya partida hoy lloramos.
Por eso Francisco es el papa de la Iglesia en salida, de la Iglesia que busca la oveja perdida, de la Iglesia que atiende a todos, que lleva el mensaje de amor de nuestro Salvador Jesús a todas las personas.
El papa Francisco recalcó a lo largo de su pontificado la importancia de nuestra participación como católicos en la construcción del bien común. Sus encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti refrescan la doctrina social de la Iglesia centrada en la persona y en su dignidad, y que por encima de las diferencias y las ideologías políticas se fundamenta en el mandato de Jesús de amarnos como Él nos ama. Por eso la obligación al cuido de la Casa Común y el deber del encuentro y la amistad social.
Ya en el primer año de su papado la Primera Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio) con claridad nos lo indicó el papa Francisco:
183. Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos…Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia». Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor...”
El papa Francisco desde el inicio de su pontificado destacó la consecuencia de ese contundente razonamiento:
205. … La política, tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Tenemos que convencernos de que la caridad «no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». ¡Ruego al Señor que nos regale más políticos a quienes les duela de verdad la sociedad, el pueblo, la vida de los pobres!”
Es el llamado a la política que hoy el mundo necesita.
La política que permite superar el desarraigo que nos da miedo, la incertidumbre que nos atonta, la enemistad que nos separa y paraliza
La política de la amistad, del encuentro, del diálogo, del respeto.
En fin, la política centrada en el amor, sí, en el amor.
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