No nos hemos percatado del daño que hemos provocado preocupándonos por los mismos problemas de nuestros ancestros sin siquiera observar el mundo lleno de comida, salud y paz que hemos construido. Diariamente vemos en las noticias hambre, representada en la pobreza; peste, manifestada en el COVID, el cáncer, y guerra, encarnada por el terrorismo; pero nunca en la historia humana habíamos tenido tanta abundancia que ahora es más probable morir de un infarto en McDonald’s que a manos de un soldado.
Hoy, estadísticamente, es más probable que un ser humano muera por suicidio que por inanición, y sin embargo, las noticias, los políticos y nosotros mismos perpetuamos una visión de túnel enfocándonos en estos problemas específicos que ya, en gran medida, hemos superado.
Este artículo pretende remover la inercia en la agenda del futuro, para centrar la atención colectiva en aquellos retos que asegurarán nuestra identidad costarricense en los próximos 200 años y más.
Según la tradición filosófica budista, el motor del sufrimiento humano es el deseo, que frecuentemente surge de la comparación constante con otros. En el contexto costarricense, los parámetros con los que evaluamos la pobreza, la salud y la paz no los hemos establecido internamente; más bien, nos llegan impuestos por organismos internacionales, la televisión y narrativas externas. El verdadero enemigo de nuestro desarrollo integral es esta comparación constante, que nos impide definir nuestros propios estándares.
Esta búsqueda persistente e infructuosa por alcanzar parámetros de desarrollo externos, ajenos a nuestra identidad y contexto social, mantiene a nuestra sociedad en constante tensión, insatisfacción y frustración, lo cual no puede más que generar infelicidad.
No debería sorprendernos la actual polarización en Costa Rica, dividida artificialmente entre "ellos" y "nosotros", cuando en realidad solo existe un "nosotros": una comunidad humana compartiendo este territorio. Las fronteras que tanto nos dividen son productos imaginarios, dibujadas por personas que ya no existen. No debemos permitir que estos constructos imaginarios perpetúen racismo, clasismo y xenofobia, separándonos de nuestros hermanos centroamericanos. Somos creadores de nuestra realidad colectiva.
Yuval Noah Harari ha señalado en múltiples ocasiones que, además de la realidad objetiva y la subjetiva, existe una tercera realidad: la intersubjetiva. Esta última depende de creencias compartidas por grupos amplios de humanos y da sentido a nuestra historia. Así, lo que en 1187 DC era perfectamente lógico—como unirse a las Cruzadas buscando redención divina—hoy nos parece irracional, del mismo modo que los atentados suicidas actuales.
Depende exclusivamente de nosotros imaginar un mañana mejor que aquel que hemos heredado. Como argumenta Harari, lo que hace especial a la humanidad y explica nuestra capacidad para dominar la naturaleza es nuestra capacidad única para cooperar en grandes grupos. A lo largo de la historia, el poder siempre lo han obtenido quienes logran cooperar más efectivamente. Las revoluciones pueden iniciar en las masas, pero sus frutos siempre los cosechan quienes mejor cooperan y logran controlar redes sociales fundamentales como sindicatos, asociaciones o cuerpos policiales.
¿Por qué en Costa Rica la burocracia estatal sigue perpetuándose y enriqueciendo a expensas del sector privado? Quizá sea porque este último no logra cooperar efectivamente, permaneciendo fragmentado y desorganizado. En cambio, los sindicatos públicos se organizan, cooperan y obtienen beneficios significativos a costa de un grupo mucho más grande, pero desintegrado.
Cuando una sociedad entera se estanca, como ocurre en Costa Rica, se debe principalmente a la ruptura de la cooperación ciudadana, generando desconfianza generalizada y polarización social.
En el 2026 tenemos la oportunidad histórica de elegir un nuevo gobierno que deje de tratar el desarrollo nacional como un juego de cuatro años. Debemos adoptar, como señala Simon Sinek, una mentalidad de "juego infinito", planeando políticas públicas pensadas para los próximos dos siglos, no solo el próximo periodo electoral.
No podemos continuar aceptando profundas disparidades en las nociones básicas del bienestar humano, así como no aceptamos diferencias significativas en seguridad aérea o epidemiología. Debemos converger en las respuestas fundamentales sobre el bienestar humano, aceptando que estas respuestas sí existen.
Yuval Noah Harari enfatiza que las ideas transforman el mundo únicamente cuando alteran nuestro comportamiento. Ante un futuro dominado por inteligencia artificial y algoritmos, el mayor riesgo social ya no será la explotación, sino la irrelevancia profesional, como la sustitución de taxistas, contadores o abogados por sistemas automatizados.
Es preocupante que, en pleno inicio de la jornada electoral, ningún candidato haya abordado seriamente preguntas críticas como la regulación del uso de nuestros datos personales, estrategias concretas frente al cambio climático, o cómo integrar tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial o la bioingeniería.
Globalizar nuestra política implica dar prioridad a los intereses globales sin contradecir el patriotismo. Este último no significa rechazar al extranjero, sino cuidar efectivamente a nuestros compatriotas, algo que en el siglo XXI solo será posible mediante la cooperación internacional.
Ser compatriota no depende del lugar de nacimiento, sino del trabajo y del amor hacia la nación. La nación costarricense existe en la imaginación colectiva; basta creer en ella y aportar activamente a su desarrollo para ser plenamente considerado costarricense.
El silencio no es neutralidad, es complicidad con un statu quo que daña a nuestra sociedad. El sistema educativo costarricense debe reformarse radicalmente, alejándose de la memorización y fomentando la ética, el sentido común y, sobre todo, el pensamiento crítico, que es en esencia la capacidad de pensar por uno mismo.
Pensamiento crítico, comunicación efectiva, colaboración, creatividad y competencias tecnológicas desde temprana edad son habilidades fundamentales que permitirán a Costa Rica reinventarse y prosperar en un mundo en constante cambio. Los próximos 20 años determinarán nuestro éxito o fracaso durante el resto del siglo XXI.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.