El pasado miércoles 9 de abril, bajo el radiante sol de Atenas, el presidente de la república Rodrigo Chaves ofreció su conferencia de prensa semanal en la cual se refirió al fiscal general, Carlo Díaz, con calificativos como "desagradable", "indigno" y lo acusó de obedecer "de manera corrupta y cobarde los designios de la mafia profunda que traspasa los partidos políticos, la Asamblea Legislativa y el Poder Judicial".
"Usted es un títere, matón de barrio. De ahí no pasa", sentenció el presidente.
En respuesta, el fiscal general Carlo Díaz calificó estas declaraciones como "normales" viniendo de personas que tienen o han tenido procesos judiciales. Agregó:
Yo podría responder de la misma manera, como lo hacía antes, cuando era joven en el barrio y estábamos en la cancha. Pero el señorío que implica un puesto como la Presidencia de la República —y también el de fiscal general— hacen que no pueda responder de esa manera, aunque pudiera hacerlo si estuviéramos en el barrio”.
Presupongamos que se trata solo de formas de hablar. Sin embargo, es una forma que revela un desprecio por el entramado de nuestra convivencia social. Porque es, precisamente, en el barrio donde se construye el habla popular, la identidad de la familia, los vínculos de comunidad. El barrio nos representa cuando salimos al mundo.
Si este es el nuevo registro del Estado, si este es el tono del discurso político, entonces lo degradado se instala en el lenguaje. Y este hábito corroe las bases de cómo nos hablamos y nos entendemos. Si el aparato político y jurídico que debe velar por la legalidad y el cumplimiento de la ley se expresa así —acusando al otro de ser "de barrio", como si eso implicara automáticamente ser un matón—, no solo degrada su propia función, también degrada el lenguaje.
Las palabras importan, como en la literatura, producen realidades. A través de ellas nos relacionamos, incluso en el disenso. Pero si quienes establecen el tono público del país —y cuyas palabras escuchan niños y jóvenes— no distinguen entre el contenido y la forma, y degradan al barrio como un lugar donde solo se insulta, donde solo puede crecer la violencia, entonces no solo están estigmatizando al barrio, están denigrando a la ciudad y al país entero.
Este tipo de expresiones nos va acostumbrando al hábito continuo del insulto generalizado. Y entonces, cuando caminemos por el barrio, ¿cómo le hablaremos al vecino? ¿Cómo resolveremos una disputa? ¿Cómo mejoraremos un espacio público? Si aceptamos que “el barrio” es solo el lugar del matón, del marginal, del que "no pasa de ahí", ¿qué lugar dejamos para la dignidad, la cultura, la historia, la resistencia, la solidaridad que también habitan en los barrios?
Si desde el aparato del Estado se sigue deshonrando lo barrial, si se continúa lastimando su dignidad, ¿qué sigue después?
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