Muchos costarricenses estamos ofuscados por tanta chabacanería y vulgaridad en el gobierno y la Asamblea Legislativa. Indignados porque la máxima autoridad de nuestro país no pase de los exabruptos de los miércoles que lo caracterizan, y nos desconsuela toda esta cadena de contradicciones y novatadas que surgen de su forma de gobernar, un día sí y otro también.
Pero, si damos una mirada a nuestra historia reciente, veremos que, desde hace varias décadas, ha venido consolidándose a nivel mundial una clase sociocultural diferente, con principios y valores modificados por la tecnología, los cambios de identidad generacionales y la idiosincrasia de los nuevos estados “globales”, que vienen desdibujando el poder político en “burbujas” y redes de comunicación, con comunidades on-line, que demuestran y promueven modales, actitudes y mensajes cada vez más autoritarios, intransigentes y cerrados.
Con el advenimiento de la pandemia, además, nos sobrevino una especie de estado de “emergencia emocional” que fortaleció y estimuló esta nueva tendencia sociocultural, que distingue este nuevo tipo de liderazgo global, surgiendo actores empresariales y políticos que retomaron con más fuerza y virulencia la consigna de “sustituir las élites” con un enfoque antidemocrático y anti-partidos políticos, debilitando cada vez más la premisa de la solidaridad social, sustituyéndola por una ideología de la dureza basada en la responsabilidad personal, eficiencia, productividad y utilidad, con una lógica economicista que suscita el desprecio por los sectores de la población más débiles, en donde “el pobre es pobre porque quiere”, “el que no estudia, es porque no le da la gana”, “el rico es trabajador y el pobre es un vago”.
Este estado de cosas nos permite contextualizar y darle sentido al estilo de liderazgo que caracteriza a Meloni, Bukele, Trump, Milei y corrobora la hipótesis de que Chaves y su estilo de liderazgo es apenas un síntoma, una punta de iceberg de una tendencia cultural y económica más vasta y compleja, que deviene a nivel global, en un alejamiento de la cultura política “normal” donde el objetivo ya no es sacar adelante un programa de gobierno, sino transmitir seguridad a través de una narrativa hostil y de polarización, con una actuación dinámica y agresiva del líder, que incumple voluntariamente las normas políticas y legales vigentes, lo que constituye un inminente riesgo a la democracia tal y como la conocemos.
Así las cosas, este sector, esta nueva clase mercantilista global, incita un discurso de indignación e inconformismo que promueve un rompimiento del statu quo, con líderes que ostentan un
lenguaje absoluto, definitivo y arrogante lleno de insultos y agresiones que no les afectan en su imagen, ni les traen consecuencias, que pregonan “fakes” que se transforman en verdad y que no hacen lo que políticamente se espera que hagan. Estos nuevos líderes son por sí mismos el tema y se mantienen en campaña permanente, impulsando y promocionando su imagen.
Este nuevo estilo de liderazgo que responde a esta clase mercantilista global, no se organiza ni propone respuestas para los problemas cotidianos, sino que promueve un orden distinto, provocando grietas en la institucionalidad democrática por medio de la normalización de la polarización y la confrontación, argumentando que la estructura del estado conspira contra el gobierno, por lo que, si el líder no puede hacer lo que se necesita, es por culpa del sistema.
Estamos pues, ante un proceso de desdemocratización, no solo en nuestro país sino a nivel global, que está erosionando la división de poderes; el poder ejecutivo se confronta con el poder
legislativo y judicial aduciendo que el parlamento es una élite, que los medios están manipulados, que difunden falsedades y el estado de bienestar alimenta vagos, en donde estos líderes de esta nueva clase mercantilista global, ya no se asocian a un partido, no hay militancia partidaria y no tienen seguidores sino “fans”.
Pareciera que estamos a las puertas de una reestructuración antidemocrática del Estado, en la que ya no se pide permiso ni se negocia, se brindan respuestas simplistas a problemas complejos, agigantando banalidades y escándalos como distractores y los límites de la verdad se van diluyendo cada vez más.
Y este no es el panorama nacional, es un panorama mundial y global, que desde la incipiente administración Trump, está provocando una ruptura del equilibrio de la economía y la geopolítica, donde se sustituye el diálogo por la polarización y cualquier opositor es el enemigo por eliminar y el lenguaje se vuelve absoluto y megalómano.
Este es el panorama que se cierne sobre Costa Rica, y del que es fiel representante nuestro presidente.
Es vital que los costarricenses, como pueblo democrático y libre nos percatemos de esta catástrofe política, social y cultural, que ya se ha instalado en nuestro país. Es hora de abordar este flagelo que, como una epidemia global, amenaza con destruir nuestra democracia, logro que nos ha permitido llegar a donde hemos llegado y ser lo que somos hoy.
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