La teoría de las ventanas quebradas sugiere que es más difícil vandalizar una casa con las ventanas intactas que una con las ventanas rotas. Después de la primera, otras se romperán y la vandalización tomará el edificio por completo. ¿Qué hacer cuando sucede algo parecido con nuestro sistema de gobernanza del bien común?
A la primera muestra de un lunar, la dermatóloga manda a retirarlo con alguna moderna tecnología. Es preferible ese pequeño daño en la piel que se recupera en unos días que dejar que avance algo que podría convertirse en cáncer. ¿Qué debimos haber hecho ante los primeros lunares que le aparecieron a la democracia?
Recuerdo un estudio de ciencias políticas que leí a la vuelta del siglo donde se diagnosticaba una ligera pero importante erosión en la democracia percibida en el aumento del abstencionismo desde fines del siglo pasado. No le dimos importancia a aquel lunar o a aquella ventana rota.
Sin votantes no hay democracia. A veces eso sucede por desidia o desdén con el bien común: “a mí qué me importa, que lo arreglen otros.” “Este gobierno no me representa.” Otras veces sucede porque los gobernantes ni siquiera están interesados en el escrutinio público. Provocan fraude electoral, interfieren con el proceso mutilando a la prensa, censurando a partidos y líderes opositores, reduciendo la capacidad de emitir el voto a poblaciones disidentes del régimen.
Uno de los principales lunares que muestra la democracia actual en el mundo entero, no solo en Costa Rica, es la falta de compromiso con la verdad. Según explica Yuval Harari en su nuevo libro “Nexus”, la verdad es inorgánica. Quiere decir que si dejamos al ser humano interactuar de manera libre, sin reglas ni incentivos para buscar la verdad, esta tenderá a desaparecer. No se produce de manera natural de la interacción humana.
La importancia de la verdad puede tener múltiples razones, desde las religiosas (“mentir es pecado”) hasta la aseveración de que la verdad permite construir el orden y crear reglas para buscar la justicia. La ciencia, el derecho y cualquier otra rama del quehacer humano basada en evidencias tiene una firme aspiración ética y profesional en sus métodos de búsqueda y defensa de la verdad.
Mientras tanto, muchas personas que aspiran a puestos de elección popular tienen ciertos tintes de conspiracionistas, ya que no suelen aceptar ni una pizca de posibilidad de estar equivocados. Se la pasan rebuscando argumentos para justificar sus creencias y las narrativas que han elegido, las cuales, de manera muy curiosa, suelen ser perfectas ante sus ojos.
Convendría construir una generación de líderes políticos que asumieran la actitud de principiantes (“shoshin”) que promueve en budismo Zen. Así, serían personas más diestras en escuchar, más humildes en reconocer errores o que no lo saben todo, más hábiles buscando expertos para aproximar la verdad desde la técnica experta, mejores formuladores de preguntas que inviten a pensar de forma inclusiva y participar de manera activa en la edificación del país que queremos.
Alcanzar el desarrollo está al alcance de esta generación. Debería ser algo que se logre en este segundo cuarto de siglo XXI que recién comienza. Advertimos que el desarrollo es aburrido. No hay bochinches politiqueros ni demasiado afán por poder político. Hay rumbos claros, instituciones eficaces, crecimiento robusto, justicia social, equidad en la distribución de oportunidades.
Ese podría ser el país que nos convenga ser: un país desarrollado con alta conservación ambiental, visitación turística y atracción de inversión extranjera; con alta competitividad y progreso social; con alto bienestar, talento y cultura.
¿Por dónde empezamos?
Escuche el episodio 249 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Lunares democráticos”.
Suscríbase y síganos en nuestro canal de YouTube, en Facebook, LinkedIn, Twitter y a nuestra página web para recibir actualizaciones y entregas.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.