La semana pasada, Stephen Colbert, satírico estadounidense y enfant prodige de los late shows[1], anunció que CBS le cancelaba el programa “por una situación puramente financiera”. ¡Mentira! dijimos todos los seguidores de Colbert, sabiendo que es el show número uno de los late shows, al aire por más de tres décadas en Estados Unidos… “Es simplemente una cancelación del derecho de expresión”, pensamos.
Efectivamente, Paramount, compañía matriz de CBS, estaría a la espera de que la administración Trump aprobara una fusión, y para congraciarse se especula que prescinden de Colbert a partir de mayo del 2026, uno de los comediantes satíricos más críticos del presidente.
En la emisión del 21 de julio, Colbert dio en el clavo sobre cómo funciona el mundo de las ideas en el que todos nos movemos. Dijo: “El fin de semana me di cuenta de que nos iban a cancelar el programa”. Pero “cometieron un error”. Se quitó los anteojos, miró directo a la cámara y añadió: “me dejaron vivo”. La sala estalló en ovación. “Y entonces, durante los próximos diez meses, no nos andaremos con rodeos”, y prosiguió a darse gusto criticando a Paramount y al presidente.
Se percibía el respaldo de la audiencia al comediante, tanto como las ganas irrefrenables de este, de decir sin pelos en la lengua, todo lo que pensaba de la administración actual.
The Late Show with Stephen Colbert es un show político, de opinión, de expresión inclusiva, que se ríe de la estupidez humana cuando es racista, clasista, misógina o antiliberal, y que al hacerlo ejerce un patriotismo genuino. Critica lo absurdo, lo antidemocrático, lo hiperburocrático, lo insólito y la falta de sentido común, y para mí, es una clase de cívica, porque la crítica honesta es patriótica. Y esta crítica proviene del derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír, como decía George Orwell. En este momento histórico, esta crítica proviene del derecho a decirle a la administración lo que no quiere oír. Y a la administración no le gusta.
¡Qué placer es poder decir lo que uno piensa y expresar lo que considera justo y necesario para el bien común! Sin miedo. Cuando esas ideas fluyen, se adoptan, se expresan y se difunden, trascienden el tiempo y el formato: la libertad, por ejemplo —es la idea de que todos nacemos libres y debemos seguir siéndolo durante toda nuestra vida— y de que esa libertad es para nuestros descendientes también, por los siglos de los siglos. Amén.
Por eso, el derecho a la expresión es tan importante para la democracia: es uno de sus pilares. Sin libertad de expresión, la democracia es imposible, aunque no suficiente. (La democracia misma es una idea ¿Quién alguna vez ha invitado a la democracia a cenar?)
La idea —o mejor dicho, las ideas— es de lo que está hecho nuestro mundo: ideas es de lo que alimentamos nuestro día a día. Lo que imaginamos y expresamos es lo que nos da humanidad: cuando bailamos, cantamos, elegimos nuestra ropa, nos tapamos o no el pelo, dejamos crecer o nos afeitamos la barba, nos tatuamos, adoramos… Todas son expresiones posibles porque alguien tuvo la idea. Así nacieron el lenguaje, la religión, los rituales, la escritura, la ciencia, la filosofía y las humanidades. Primero fueron ideas que debieron imaginarse y luego expresarse. Lo mismo aplica al racismo, al fascismo, a la libertad y a la justicia. Todas son ideas.
Mientras CBS cancela el Late Show de Stephen Colbert, el cómico seguirá vivo y seguirá haciendo su sátira en otras plataformas: su mundo de ideas es inmortal. Otros tomarán el relevo y mantendrán viva la crítica política; forma parte del ADN de Occidente desde Aristófanes en la antigua Grecia, hace 2 500 años, hasta Dante Alighieri y William Shakespeare (Dante llevaba a los políticos en un viaje directo al infierno, mientras que Shakespeare los diseccionaba con versos afilados).
Porque, ¿qué queda cuando nos quitan la libertad de expresarnos?
Queda la resistencia. Para eso también tenemos ideas, imaginación y la sátira política. Esta censura a Colbert, en otro país, nos recuerda a los costarricenses que la libertad de expresión es la base mínima de una democracia, y que cada vez que un espacio crítico se ve amenazado, debemos ejercer y reinventar nuestra voz para mantener vivas las ideas que nos unen. Usar la sátira como forma de resistencia invita a cualquier sociedad a mantenerse cívicamente vigilante.
Nuestra historia -desde la educación gratuita impulsada por Mauro Fernandez en 1885, la abolición del ejército, la abolición de la pena de muerte- demuestra que las ideas (sobre el valor de la vida, la solidaridad, justicia social y pluralismo) se transmiten y transforman generación tras generación, más allá de gobiernos o coyunturas. Aunque aquí no existen fusiones de magnitudes como Paramount–Skydance, sí hemos visto intentos de retirar publicidad estatal de medios críticos o de presionar a emisoras de radio o de categorizar a la prensa que cuestiona como canalla. La sátira -como la de Colbert- cumple en Costa Rica una función similar: cuestionar a los políticos, denunciar absurdos o injusticias y alimentar el debate cívico.
En el primer programa de Colbert tras la noticia, aparecieron Lin‑Manuel Miranda y Weird Al Jankovic para cantar “Viva la Vida” de Coldplay y alegrar el show, y mientras lo hacían, la cámara fue mostrando a todos los “rivales” de Stephen Colbert presentes en el auditorio entre la audiencia: Jon Stewart, John Oliver, Jimmy Kimmel, Seth Meyers y Jimmy Fallon, unidos en apoyo al programa y al amigo. Quizá, sin saberlo, los ejecutivos de CBS, actuando desde el miedo, le han entregado más poder a Colbert de lo que hubieran querido. Al sacarlo de la televisión, lo convirtieron en parte de la resistencia imprescindible, justo cuando los pesos y contrapesos de su país se evaporaban.
Cancelar un programa solo mataría lo tangible; la sátira política seguiría viviendo como idea sin cuerpo. La inventamos porque necesitábamos resistir al oprobio con humor y risa, reír para no llorar, y sacudir el orden establecido, aunque fuera solo tirarando una piedra y salir corriendo. Dos mil quinientos años después, la sátira política late con fuerza como idea inmortal en el mundo de las ideas: cuestiona lo absurdo mientras entretiene y educa; es una chispa de ingenio agudo, intangible, eterna e inmortal – una respuesta genial a la vanidad política.
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