El sociólogo y matemático noruego Johan Galtung se considera el padre de la Irenología, palabra de origen griego que significa estudios de la paz.

Johan murió a principios del 2024 a los 93 años pero nos dejó interesantes conceptos, como la definición de paz negativa: la ausencia de violencia o miedo a la violencia, y de paz positiva: las actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen sociedades pacíficas que pueden resolver sus problemas sin violencia.

Galtung también desarrolló el concepto del Triángulo de la Violencia.

Imaginemos una figura con tres ángulos, como una montaña, el ángulo de arriba que es la cima es la violencia directa, es la punta del iceberg, la que está a la vista.  Son las manifestaciones que vemos a diario a través de medios de comunicación, en los estadios de fútbol, en las conferencias de prensa del presidente, la que se lanzan los conductores en las calles, y la que lamentablemente, ya conviven en las aulas y en muchos hogares: gritos, amenazas, golpes, uso de armas, etc.

En la base del triángulo tenemos dos ángulos, uno es la violencia estructural, aquella que niega la satisfacción de las necesidades; no tener derecho a la salud, a la educación, al agua, a una vivienda o un trabajo con dignidad.  La violencia estructural desgasta a quienes la sufren y genera enojo, rabia y odio.

Y el tercer ángulo es la violencia cultural, aquella que protege, justifica y legitima actitudes a favor de unos y en contra de otros. El origen de este tipo de violencia lo encontramos en las estructuras del patriarcado, en las religiones y los sistemas políticos y económicos dominantes; normaliza el abuso de poder de los hombres contra las mujeres, de personas blancas contra negras, indígenas o migrantes, y cada vez más, de quienes tienen riqueza contra quienes viven en pobreza.

La violencia cultural también se expresa en la actitud antropocéntrica de dominación y menosprecio por las vidas de los seres vivos sintientes que llamamos animales, y que cada día son convertidos en mercancías para bien del sistema económico, de la industria farmacéutica, de la moda, de la carne y los lácteos, con todos sus derivados y subproductos.

Como en una figura geométrica, los tres tipos de violencias están siempre conectadas por líneas, a veces invisibles; la violencia directa se alimenta de la estructural y la cultural.

Hace algunos días vi la película Cometas en el cielo, inspirada en el libro Kite Runners (2003), la novela de Khaled Hosseini, un escritor estadounidense de origen afgano.  Me hizo pensar de inmediato en el Triángulo de la Violencia, y les pido perdón, porque voy a hacer spoiler.

En Wikipedia dice que "El libro narra la historia de Amir, un niño de Kabul y de su mejor amigo, Hassan, un sirviente hazara de su padre. Amir se propone ganar una competición de cometas, aunque ello signifique sacrificar su amistad con Hassan. La trama transcurre sobre el telón de fondo de un Afganistán respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales. Mientras durante el invierno de 1975 en Kabul la vida se desarrolla con toda la intensidad, la pujanza y el colorido de una ciudad confiada en su futuro e ignorante de que se avecina uno de los periodos más cruentos que han padecido los milenarios pueblos que la habitan".

La frase "respetuoso de sus ricas tradiciones ancestrales" aunque pareciera positiva, no lo es, recordemos que esas tradiciones eran las masculinas; había gran segregación y discriminación étnica y religiosa y las mujeres no tenían derechos, las niñas ni antes, ni ahora, podrían volar una cometa en Kabul: estamos claramente frente a violencia cultural.

Si vemos la película con una mirada superficial, podemos identificar la conocida estructura narrativa del viaje del héroe: Amir, ahora adulto, es un exitoso escritor que ha vivido toda su vida con la culpa de haber traicionado a su mejor amigo Hassan cuando ambos eran pequeños. Sin embargo, se le presenta la gran oportunidad de redimirse y él la aprovecha; se pone valiente, se pega una barba falsa de talibán, y viaja a Afganistán de donde había escapado en la infancia junto a su padre Baba. Allá lo reciben con mucha violencia directa, lo vapulean, hay gran tensión, pero logra sobrevivir y rescatar a un niño secuestrado, el hijo de su amigo Hassan. ¡Bravo por Amir! Lo llevo en avión a Estados Unidos sin papeles y lo adoptó.

También podríamos salir de la película admirando a Baba, el papá de Amir, quien durante toda la historia muestra un carácter admirable, es guapo, educado e influyente, con un estricto código moral; sí es distante con su hijo, pero ¿cuál padre es perfecto?  Le enseña a su hijo que "sólo hay un pecado, sólo uno, es el robo; todos los demás pecados son una variante del robo".  Entonces matar es robarle una persona a su familia, o el engaño, que es robar la justicia a los demás.  Rechaza la violencia directa, siempre mantiene hasta la muerte el comportamiento y la actitud digna del héroe pacífico.

Pero la realidad es triangular.

Hassan amaba a Amir, eran invencibles volando cometas juntos, y por él sufrió las más terribles ofensas de su sociedad, aunque dolieran más las traiciones de su amigo. Siendo adulto fue asesinado por los talibanes y su hijo secuestrado; ese es el niño que luego rescata Amir, quien resultó ser su sobrino.

El verdadero héroe de esta historia es Hassan, el niño sirviente. El nació porque el guapísimo Baba, nuestro correcto personaje, embarazó a su sirvienta, y como su marido no lo supo, crio al niño como suyo, en desigualdad y violencia estructural. Baba flexibilizó su código moral, guardó silencio y se limitó a querer y cuidar a Hassan con el rabito del ojo, como si fuera un buen patrón.

¿Qué le robó Baba a Hassan?

¿Qué le roba la pobreza, la desigualdad y la exclusión a los niños y niñas, a los hombres y mujeres como Hassan?  ¿Será nuestra sociedad capaz de redimir algún día tan grande pecado?

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