El pasado 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el periódico español El País publicó un artículo de una periodista costarricense, Sol Acuña. El texto expone la triste y peligrosa situación que enfrentan mujeres locales y extranjeras en nuestras costas, donde son víctimas de violadores, que, en algunos casos incluso las drogan para concretar el abuso.

Estos delincuentes son ampliamente conocidos en la comunidad. Desde el colectivo y a través de organizaciones de mujeres ha sido posible restringirle a estos agresores el acceso a bares, restaurantes y gimnasios, establecer redes de apoyo y exigirle al Poder Judicial acciones inmediatas para que sus delitos no queden impunes.

Debemos tener presente que el centro de trabajo no está ajeno a esas realidades nacionales. No es una burbuja, ni una excepción a esa cultura de agresión y de impunidad.

Puede ser que recursos humanos no reciba nunca una denuncia por violación, pero sí es frecuente la queja de una mujer alegando que un compañero de trabajo la invita a salir, le hace propuestas índole sexual o le envía fotografías de sus genitales, todas ellas acciones que no son ni bienvenidas ni solicitadas.

Aunque existe una política para los casos de hostigamiento sexual, que es conocida por todos los trabajadores, no necesariamente hay una denuncia. A veces pasar que la víctima no quiere iniciar un procedimiento de investigación del caso. Simplemente quiere poner en conocimiento la situación y solicitar que se haga algo. A veces, son sus compañeras de trabajo las que informan a recursos humanos, porque la víctima les contó y porque a ellas también les ha pasado. Pero como ellas mismas dicen:

Es un necio. Yo nada más no le doy pelota, pero tampoco queremos denunciar”.

Las víctimas tendrán sus razones para no denunciar y se deben respetar. No tendría mucho sentido iniciar un proceso de investigación en el que la principal testigo- la víctima- no quiere participar, ni declarar.  No la podemos obligar.

En una reciente capacitación sobre acoso sexual, recibimos esta pregunta:

Si una sabe que hay un acosador, que nadie ha querido denunciar, ¿una puede advertirle a las demás y sobre todo a las compañeras nuevas, para que se cuiden?”.

La respuesta no es sencilla. ¿Cómo se protege una mujer de un acosador en el trabajo? ¿Y si se trata de un jefe, de un compañero de equipo? ¿Evita hablarle? ¿Lo ignora? ¿Lo deja hablando solo cuándo él intenta hablarle? ¿Procura estar siempre acompañada por alguna compañera? ¿Lo bloquea en redes sociales preventivamente? ¿Evita verlo a los ojos para no ver su mirada de lujuria? ¿Pasa alerta las 8 horas que pasa en el trabajo, siempre a la defensiva? ¿Se viste de forma siempre recatada y conservadora sin mostrar ni un centímetro de piel? Pero, aun y cuando lo hiciera, ¿qué clase de vida sería esa?

Entonces, aunque no haya denuncias de hostigamiento, es posible que sí haya un problema de ambiente de trabajo. La empresa tiene una obligación de asegurar un ambiente seguro y tranquilo a todos sus trabajadores, donde puedan desempeñar su trabajo de forma adecuada. Definitivamente, un ecosistema laboral donde las mujeres están a merced de un hombre en perpetua cacería no cumple con ese propósito. Corresponderá al patrono tomar decisiones que sean necesarias y evitar que el centro de trabajo se transforme en una triste extensión de nuestras costas: un paraíso de impunidad.

Ahora bien, no se trata de que el patrono se convierta en policía moral de los trabajadores, sobre todo considerando que son adultos responsables de sus decisiones y de sus consecuencias.

Si entre la población laboral tenemos personas promiscuas, poliamorosas, asexuales, pansexuales, homosexuales, bisexuales, no binarios, infieles, célibes, monógamos seriales, propensos a relaciones informales, amigos con derecho, sátiros, marinovios, SM, pornofriendly, jeques con harem, sugar daddys o sugar mommys con sus respectivos beneficiarios, heterocuriosos, coquetos, alfas, atractivos, los que tienen pensamientos impuros, o cualquier otra expresión de la sexualidad, eso no los convierte automáticamente en depredadores, groomers, depravados, enfermazos o acosadores.

Puede haber una conducta sexual. Puede ser que esa conducta sexual sea única o puede ser repetitiva. Pero si es consentida por quien la recibe y la víctima no se siente mal, ni amenazada, ni agredida con ella, no estamos ante una situación de hostigamiento sexual. Garantizar un ambiente laboral adecuado no es sinónimo de juzgar o castigar la sexualidad de los demás. Tampoco debemos permitir que haya juicios de terceros, que opinan de los demás. Para ellos, tenemos que encontrar una forma educada de decirles  “¿A usted qué le importa? No se meta”

Podemos educar sobre el hostigamiento. Podemos denunciar, investigar y sancionar el acoso. Podemos despedir a un acosador. Pero ante todo, no podemos normalizar el acoso.

La solución es estructural y como bien nos han enseñado los grupos organizados de mujeres, debemos educar a nuestros hijos en el respeto para que nuestras hijas no tengan que aprender a defenderse. Se trata de cambiar la cultura. Ese sería el verdadero camino al paraíso.

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