Una muchacha joven entró a trabajar en un departamento técnico, pequeño. Trae un año previo de experiencia y un título que acredita que ella tiene el conocimiento y preparación equivalente a un diplomado. En los primeros días, la cantidad de errores y preguntas de la trabajadora evidencian que la realidad no calza con el título. Con costos llega al nivel técnico.
En lugar de hablar con recursos humanos, el jefe decide resolver por su cuenta. En lugar de despedirla, se sienta con ella. Antes de poder enumerarle todos los errores, ella se pone a llorar, le cuenta de sus problemas familiares, de su origen sencillo de zona rural, que no tiene a nadie y que necesita su trabajo.
El jefe se compadece y se conmueve. Decide tratar de enseñarle para llevarla a un nivel óptimo. La enseñanza es un proceso difícil, porque es sobre la marcha y no se puede detener la atención al público. Ella promete poner de su parte. El jefe no informa a recursos humanos ni del plan ni de la situación de vulnerabilidad de la trabajadora.
Unas semanas después, el jefe debe hablar de nuevo con ella, retroalimentándola sobre este proceso de capacitación. Le expone que no ve avances, que ha notado que ella se distrae fácilmente y que, en estas labores, la atención y la concentración son esenciales.
La trabajadora le responde que le han diagnosticado problemas de aprendizaje, pero como no tenía trabajo antes, no podía pagar el tratamiento. Tan pronto se acomode y pague deudas pendientes, lo reanudará y se verá la diferencia. Nuevamente le cuenta al jefe problemas familiares. El jefe trata de apoyarla y aconsejarla, porque sabe que la vida no es fácil.
Otra vez omite informarle a Recursos Humanos. No quiere que la traten diferente y, además, le contó en confianza. No quiere quedar como chismoso.
Ya con dos meses de trabajar, de estar recibiendo formación directa del jefe, de práctica diaria, las cosas no mejoran con la trabajadora. Ya se han dado dos incidentes con clientes, muy delicados. Es posible que la empresa pierda esas cuentas por lo que pasó.
El jefe empieza a perder la paciencia. Decide ser más estricto en llamar la atención y en exigir resultados. Su formación es técnica, no didáctica ni en conducta humana. Como la mayoría de los jefes, no ha llevado ningún curso de cómo ser jefe o lo que implica.
La trabajadora empieza a tener ataques de pánico. Sale llorando del taller y le cuenta a los demás compañeros de la empresa que el jefe la maltrata, la regaña “horrible”, casi que le dice “tonta”, que ella no hace nada bien y que no la respeta. Les pide ayuda y protección, que por favor no la dejen sola.
Las compañeras, genuinamente preocupadas, la llevan a recursos humanos donde la acompañan mientras la trabajadora cuenta cómo sufre bajo el trato cruel y despiadado del jefe del departamento.
A sabiendas de la gravedad de los temas de acoso y de la eventual responsabilidad para la empresa, recursos humanos toma la declaración, abre el procedimiento y notifica al jefe de departamento.
El jefe de departamento no lo puede creer. Actuó de buena fe. Le dio todas las oportunidades posibles. Creyó que la estaba ayudando. Le ayudó. Usó su tiempo para enseñarle, para llevar parte de la carga de ella, para disimular sus errores. Y ahora esto.
Ahora a él lo podrían despedir sin responsabilidad por acoso. Ahora le dice Recursos Humanos que es muy tarde para proceder al despido, aunque ella no haya cumplido los 3 meses. Al poner una denuncia, la trabajadora está protegida contra esa terminación hasta que concluya la investigación.
Ahora tiene que enfrentar esto. Sus compañeros lo ven con malos ojos. Pululan los chismes. ¿Quién hubiera dicho que el jefe, tan callado, tan tímido, fuese así de impaciente y de cruel?
Tiene 3 días para presentar su defensa. Así que empieza a redactar su escrito de descargo: “Una muchacha joven entra a trabajar en un departamento técnico, pequeño…”
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.