El calentamiento global ha llevado a países del primer mundo fenómenos que estábamos acostumbrados a ver o a ignorar en otras latitudes. Las imágenes del impacto de la DANA en Valencia son, simplemente de dolor y terror, así como es de admirar la solidaridad con la que han respondido los valencianos, ante la ausencia de respuesta de las autoridades.

Parte de lo que impresiona post-inundación es la cantidad de vehículos que estaban circulando al momento de la catástrofe. También se han viralizado videos de furgones de carga comerciales, claramente identificados, que seguían tratando de circular aunque el agua ya les llegaba a las ventanas.  Es decir, personas trabajando normalmente en condiciones anómalas y de riesgo.

La lógica indica que, ante la advertencia de un evento atmosférico de estas proporciones (que, aparentemente, no se dio a tiempo en el caso español), deberían suspenderse las labores, para evitar exponer a riesgos al personal. No hay pérdida financiera que justifique siquiera poner en peligro a un ser humano. Esta suspensión debería ser con pago de salario, ya que los trabajadores no son responsables de los vaivenes climáticos.

Si la operación de la empresa requiere al menos un mínimo de trabajadores, es esperable que la empresa les garantice su seguridad. Una vez que la situación se estabiliza y es seguro o posible salir del centro de trabajo, es comprensible que los trabajadores quieran reunirse con sus familiares y asegurarse que todos están bien. No es tarea fácil si se suspenden los servicios públicos (electricidad, comunicaciones)  y/o las condiciones de tránsito son complejas.

Durante la emergencia, así como en las acciones a seguir inmediatamente después, los trabajadores deben seguir las indicaciones de seguridad y evacuación o rescate, tratando de controlar la ansiedad y el temor natural que puedan surgir.

De ahí la importancia de participar en los simulacros y prácticas que tantos desprecian, acusándolos de pérdida de tiempo. La negativa a participar, a practicar, a seguir indicaciones; debería ser motivo de amonestaciones disciplinarias.

En Costa Rica difícilmente experimentaremos algo similar a lo ocurrido en España. Estamos mucho más familiarizados (y resignados) con los terremotos.

En los años noventa, se rumoraba que la condición estructural de la facultad de derecho de la UCR era, en el mejor de los casos, cuestionable. Cada temblor, cada grieta en las paredes, cada bamboleo de las gradas, lo confirmaban. Cuenta la leyenda urbana que, el día que un grupo estaba en examen en el tercer piso de la facultad, tembló muy fuerte. La profesora a cargo, sin levantar la vista de lo que estaba leyendo, giró la orden: Ninguno se mueve. Era tal la autoridad y el respeto que inspiraba, que nadie se atrevió a llevarle la contraria. Probablemente eso protegió a los alumnos, que, una vez que pasó el temblor, bajaron en forma ordenada.

Yo no estuve entre las personas que se beneficiaron de esa experiencia. Le tengo pánico a los temblores y de seguro le hubiera pasado por encima a la orden, al riesgo y a la profesora; por más admiración y respeto que le tengo.

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