Las mujeres no tenemos excusas. Lo que las mujeres hemos tenido históricamente son motivos, razones y miedo para alzar nuestra voz y hacer valer nuestros derechos como seres humanos. Porque aún la violencia simbólica, aquella que nos impone significados, valores y representaciones culturales, nos envía un fuerte recordatorio cada vez que hay un femicidio, una agresión o violación.

A octubre de 2024 han muerto 60 mujeres de forma violenta; en 2022 hubo 499 abusos sexuales a mujeres mayores de edad denunciados; 3048 abusos a personas menores de edad y personas con discapacidad y 1.173 violaciones denunciadas. En violencia doméstica se han recibido 65.438 a octubre de 2024, es decir, en promedio 216 denuncias diarias, 9 cada hora, según datos del Observatorio de Género del Poder Judicial.

Por eso, cuando me refiero a los derechos, no me refiero a aquellos que algunos sectores tildan de privilegios. Me refiero al derecho a ser tratadas como seres en dignidad, a vivir bajo un techo, sin violencia, sin agresión, ni abuso, ni maltrato, ni temor a la muerte. De poder comer un plato de comida sin que nos griten mantenidas, porque el trabajo de cuido, educación y crianza de nuestras hijas e hijos no es valorado ni reconocido a nivel social y mucho menos económico. También me refiero al derecho de caminar por la calle sin sentir miedo a la agresión o a estar en un espacio social sin ser sometida a escrutinio público.

Me refiero también al derecho de denunciar la violencia sin ser descalificadas por nuestra vestimenta, posición social, lugar de residencia, lenguaje, color de piel, talla, peso, tinte de cabello, antecedentes o estrictamente, por razones de género.

Por supuesto que también me refiero al derecho de participar en política sin sentirnos una mera cuota y a haber derribado murallas sociales de participación y representación política y ciudadana hace muy poco tiempo…apenas hace un suspiro, si lo relacionamos con la historia de la humanidad y de nuestro país. Sí, porque hace apenas 74 años, una mujer en La Tigra de San Carlos pudo votar por primera vez. Hace 71 años se eligieron las primeras tres diputadas de la República. Hace apenas 38 años, una mujer fue presidenta de la Asamblea Legislativa. Hace solo 14 años, se eligió a una mujer presidenta en Costa Rica. Hace 11 años, una mujer fue presidenta de la Corte de Justicia. Y hace 2 años, se nombró la primera mujer cacique en el territorio de Alto Comte Burica.

¿Son todos esos ejemplos conocidos para ustedes? Pues me estoy refiriendo al rol de la Cultura como una forma de perpetuación de la violencia contra las mujeres… para el mal, aunque en unos momentos les voy a comentar sobre ese mismo rol, pero utilizado para el bien.

Porque, como lo afirma Teresa San Segundo Manuel (UNED España):

al maltrato se llega adiestrado tras un largo y concienzudo proceso educativo, familiar, social, cultural, ejecutado por un universo completo de personas, instituciones, sistemas sociales y axiológicos (juicios de valor y valores) que cooperan para lograrlo”.

Porque no solo cooperan…es que se coordinan y cohesionan para perpetuar la violencia estructural contra las mujeres, esa que socialmente vamos normalizando y luego con broche de oro, materializamos como sociedad, lo cual se traduce en desventajas, vericuetos y dificultades en temas tales como acceso digno a la seguridad humana, acceso a la justicia pronta y cumplida, educación, salud, vivienda, empleo, créditos, recreación, uso del tiempo libre (¿cuál tiempo libre?) entre muchos otros derechos.

Por eso, mi ponencia se titula “El rol de la cultura en la prevención de todas las formas de violencia contra las mujeres”… y como les mencioné anteriormente ese es el enfoque bueno, porque la cultura juega un rol para el mal pero si estamos conscientes y la sabemos manejar como sociedad, puede ser una herramienta maravillosa para el bien, no sólo de nosotras las mujeres sino que para el bien común… y esto es algo que debemos saber traducir y trasladar a la vida y convivencia diaria, y muy en especial a todos los niveles de la educación formal e informal (…lo cual incluye los hogares…aunque hay bastantes mujeres que no viven en hogares, sino en infiernos… y como siempre digo: una sola, son demasiadas).

¿Y por qué la cultura? Porque es la forma cómo los seres humanos nos concebimos en sociedad, es a través de la cultura, expresada en comportamientos, roles, estereotipos, principios, valores, etc. La cultura de paz y convivencia en espacios libres de todas las formas de violencias se construyen en comunidad; no es una propuesta filosófica, es la forma de convivencia cotidiana.

Comprender y utilizar la cultura para bien y como forma de prevención, incluye entre otros elementos, la apropiación de los derechos (porque obligaciones sí hemos tenido y de sobra)… esta apropiación no es un acto pasivo y tampoco individual. Debe ser una acción activa y colectiva para la construcción de una sociedad igualitaria y en representación de las que no tienen voz y que están atravesadas por múltiples interseccionalidades que las vulnerabilizan social, económica y políticamente, como lo son: las mujeres racializadas, rurales, en condición de pobreza o extrema pobreza, madres solteras, jefas de hogar, adolescentes, niñas y jóvenes en condición de alto riesgo, en condición de calle, privadas de libertad, migrantes, víctimas de trata, instrumentalizadas por la delincuencia y el crimen organizado, entre muchas otras.

Porque definitivamente, aún en nuestra Costa Rica de hoy, que ya casi cumple el primer cuarto del siglo XXI, hay muchas tareas por hacer:

  • Cada día hay muerte, violación, agresión y violencia por razones de género.
  • Cada día hay discriminación social, laboral, política y comunitaria por razones de género.
  • El desempleo, el empleo informal y la pobreza tienen rostro de mujer.
  • El debilitamiento de las redes de cuido, de las políticas de vivienda digna, el trabajo no remunerado y el cuido de nuestra infancia duplica a las mujeres su trabajo y limita su pleno desarrollo.
  • Las desigualdades en el empleo y en las remuneraciones restringen a las mujeres el acceso a puestos de poder y toma de decisiones.
  • La violencia política desincentiva a las juventudes de mujeres que han visto cómo se castiga severamente a aquellas que han dado un paso al frente para representar y representarse en una sociedad muy compleja y todavía patriarcal.
  • El acceso a la justicia pronta y cumplida aún no se logra, pues en 2022, más del 60% de los casos de femicidios terminaron en absolutorias.

Por eso, el día de hoy, me propongo reflexionar sobre algunas preguntas en concreto:

Primera: ¿Cómo se delimitan las formas de violencia contra las mujeres desde la perspectiva cultural?

Las formas de violencia contra las mujeres, desde una perspectiva cultural, se delimitan como: La violación generalizada de los derechos humanos de las mujeres y las niñas bajo roles y estereotipos aceptados y validados tácitamente por una sociedad a través de políticas excluyentes y limitantes, como sucede en educación, salud, vivienda, cuido, bienestar, ambiente, trabajo y empleo, entre otras. (si es que hay políticas).

La sociedad acepta que las políticas públicas contengan serias violaciones al derecho de las mujeres y las niñas. Esa aceptación tácita muchas veces no es verbal, pero se manifiesta en pensamientos, mensajes, imágenes, conductas, posiciones (violencia política), acciones u omisiones que pueden ser sociales, económicas, políticas, ideológicas, religiosas, entre otras.

Segunda: ¿Cuál es el rol de la cultura en la prevención de las formas de violencia contra las mujeres?

La cultura tiene como rol, transformar mediante la transversalización cultural los paradigmas socio-educativos con derechos plenos para la convivencia de las mujeres y los hombres en una sociedad libre de todas las formas de violencias.

¿Y qué es lo que se hace? Se transversaliza mediante la cultura el paradigma socio-educativo de violencia con el nuevo paradigma de derechos, equidad e inclusión de las mujeres.

El paradigma socio-educativo vigente está en transición desde 1983 en Costa Rica, pero se mantiene enconado en roles, estereotipos, valores, principios, arraigos, hábitos, costumbres y manifestaciones cotidianas de exclusión y violencia hacia las mujeres (justificadas como costumbres o culturales).  Se interviene a través de la educación en cada uno de los aspectos que han institucionalizado las formas de violencias contra las mujeres.

Tercera: ¿Cómo se transversaliza la cultura en las políticas sociales de prevención de las formas de violencia contra las mujeres?

La manera de transversalizar la cultura es interviniendo cada una de las políticas sociales vinculadas con los derechos de convivencia digna de las mujeres, cito; política educativa, vivienda, salud, seguridad ciudadana, económica, de igualdad, ambiental, trabajo y empleo. Es decir, cada una de las políticas públicas debe ser transversalizada con perspectiva de género para que intervengan las personas, procesos y recursos (porque una política que no tiene recursos no es una política), con la apropiación plena de los derechos de las mujeres.

Cuarta: ¿Cuáles son los comunes denominadores de las formas de violencia contra las mujeres desde la perspectiva cultural?

Voy a citar dos de los denominadores más comunes, como son la pobreza y la dependencia económica que facilita la violencia sexual, patrimonial, física, verbal y psicológica. Pero también está la instauración de los roles y estereotipos de supremacía masculina que asumen a la mujer como un objeto, bajo categorías inferiores tanto físicas como cognitivas y psicológicas, por ejemplo, en la violencia sexual, política, simbólica, patrimonial, educativa o epistemológica (negar la posibilidad de conocimiento a las mujeres en el desarrollo intelectual o científico, como ha ocurrido a lo largo de la historia humana).

Quinta: ¿Cuáles son las estrategias de prevención de las formas de violencia contra las mujeres que desde la cultura se pueden implementar?

Las estrategias de prevención de las formas de violencia, para que sean eficaces, deben considerar en la agenda de mujer en democracia su participación activa y plena dentro de los partidos políticos, pues el cambio de paradigma de violencia por el paradigma de derechos exige la representación política al más alto nivel de mujeres para que generen el cambio cultural.

Mientras no haya una representación plena, ganada por derecho propio y solvencia técnica, profesional y científica, las direcciones partidarias nos seguirán viendo como cuotas.

Las mujeres estamos para transformar la visión política del país, sus instituciones, las políticas públicas y los instrumentos de implementación. Solo así se logra el verdadero cambio sociocultural.

La erradicación de las formas de violencia contra las mujeres no es un derecho. Es una obligación de la sociedad en su conjunto. El derecho es el que tiene la mujer a vivir sin miedo a la muerte por razones de género, sin violencia, ni agresión. El derecho a educar a sus hijas e hijos en la convivencia humana pacífica.

La ruptura del paradigma de violencia es un asunto estrictamente cultural, porque está enconado en nuestra sociedad a través de los roles y estereotipos. Es cierto que a la violencia llegamos adiestradas, pero de la violencia salimos juntas, acompañadas, representadas dignamente y esperanzadas de que nuestras niñas y jóvenes no caigan en la reproducción de estereotipos limitantes, machistas y violentos.

Por eso, hay que invertir en educación y en cultura, pero, en particular, en una cultura transformadora. Aquella que nos formó y cohesionó como sociedad, aquella que debe ser intervenida para erradicar todas las formas de violencia contra las mujeres. El rol de la cultura no solo es trascendental para educar en la convivencia pacífica; es transformador para las nuevas generaciones, esas que se merecen una convivencia sin violencia.

Este artículo fue presentado como conferencia  en el Colegio de Periodistas de Costa Rica el 21 de noviembre 2024 en el Foro “Mujeres, no más excusas”.

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