Hace pocos días me dirigí a un establecimiento comercial, estacioné mi carro en uno de los espacios frente al edificio y entré a un local comercial por unos minutos. Al salir del local me encontré con que había un auto estacionado justo detrás del mío, bloqueando mi salida. Me regresé al centro comercial y comencé a preguntar en todos los locales de quién era el auto plateado que estaba afuera. Después de varios intentos infructuosos, decidí esperar en mi carro a que regresara el dueño del carro. Pensé que esa persona habría tenido una emergencia y que no tardaría en aparecer.

Minutos después, una señora que me había visto preguntar se me acercó sorprendida por la situación y me sugirió que preguntara en las clases de baile que estaban en el segundo piso del centro comercial de donde se escuchaba una música a alto volumen. Le comenté que me parecía poco probable que el dueño del carro estuviera en clases de baile mientras bloqueaba la salida de otros carros, pero luego de un rato decidí seguir su consejo. Subí las escaleras, vi la puerta del local abierta y al acercarme observé a un grupo numeroso de señoras en un salón de baile. La música ya no se escuchaba, estaban en una especie de receso, así que aproveché para preguntar, de forma cortés, si alguna de ellas era la dueña del auto plateado que estaba afuera. Una de las señoras dijo: “Es mío” y sin decir nada más, se fue a buscar las llaves.

Mientras tanto, otra señora que estaba cerca de la puerta me miró detenidamente para luego decirme que había interrumpido la clase y que debí haber tocado la puerta antes de preguntar. Su comentario me dejó perpleja, pues ni siquiera mi forma cortés de preguntar me libró de una nueva arrogancia e injusticia. A pesar de ello, no sentí la necesidad de responderle ya que además de reflejar una falta de empatía, parecía intencionada en apoyar a la señora que me había bloqueado con su auto.

Cuando la dueña del auto plateado salió con las llaves en mano, decidí llamarle la atención manteniendo el respeto y el tono calmado. No quería que el enojo fuera el foco principal del problema, por lo que de forma tranquila le dije: “Señora, no está bien bloquear la salida de un carro mientras usted viene a clases de baile”. En lugar de disculparse, la señora se ofendió y me respondió de mala manera, argumentando que lo que estaba realmente mal, era que personas como yo, que solo iban al centro comercial por diez minutos, le quitaran el derecho a quienes asistían a las clases de baile por más tiempo. Lo dijo como si el estacionamiento fuera de uso exclusivo de las alumnas de las clases, lo cual no era así. Intenté razonar con ella diciéndole que bloquear otro carro no era justificable y mucho menos con ese argumento. La conversación escaló cuando me dijo en un tono desafiante: "Si me va a seguir reclamando, no le quito el carro”. Le respondí que si no lo hacía, yo llamaría a la policía de tránsito ya que ella estaba en la vía pública obstruyendo el paso. Entonces la señora empezó a caminar lentamente, como quien no tiene prisa y gritó: “Ya no me diga nada más”. A pesar de su actitud irrespetuosa, mantuve la calma y todo terminó cuando ella movió su carro y pude irme.

Este pintoresco hecho ilustra los casos de cuando los intereses personales y las conveniencias propias están por encima de lo que es correcto. El egoísmo de la señora le nubló el buen juicio y el criterio que ayuda a tomar decisiones de forma correcta y responsable. Su justificación refleja un problema extendido: la erosión de los valores morales en favor de la conveniencia propia. Ese es el mismo perfil de persona que cuando esta en una posición de poder o en una posición favorecida, se presta para cometer actos de corrupción, simplemente porque le conviene y asi de fácil irrespeta la línea entre lo que está mal y lo que está bien.

Este comportamiento, que cada vez se generaliza más en nuestra sociedad, ha hecho que la diferencia entre actuar con integridad y hacer lo que nos plazca se haya disipado. Si los valores morales fueren el parámetro de cada persona viviríamos en una sociedad más correcta, más justa y menos corrupta, sin embargo las aguas tibias de la conveniencia propia están ganando más terreno.

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