Dios en su infinita bondad nos creo por amor y para amor, nos hizo a su “imagen y semejanza” y así nos hizo personas libres y dignas.

Su primer mandamiento fue crecer y administrar la creación. “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra.” (Génesis I, 28)

También nos hizo personas sociales. Desde el vientre materno y hasta la muerte dependemos esencialmente de nuestros semejantes.

Nuestra libertad nos permite construir nuestra historia en el marco de las limitaciones que nos imponen nuestras circunstancias, y nos hace diferentes. “Tu y yo somos diferentes, gracias a Dios, si no uno de los dos sobraría”, dice la sabiduría judía de la edad media.

Pero esa diferencia y el estar atados a la sociedad (familia, comunidad, región, nación, humanidad y todas las organizaciones intermedias) crea una tensión permanente entre mis intereses, mis deseos, mis inclinaciones, y el bien de cada grupo y de la humanidad.

La acumulación histórica de conocimientos y de experiencias nos permite vivir en organizaciones cada vez más complejas. Además, cada día nuestro conocimiento es una porción más pequeña del conocimiento que toda la comunidad va adquiriendo.

De manera que nosotros y nuestras organizaciones, como personas libres, con conocimientos diferenciados, y viviendo circunstancias siempre desiguales, vamos encontrando distintas versiones de la verdad. Dios es la verdad, el mundo nos ofrece la verdad, pero nuestra ignorancia y limitaciones hacen que “mi verdad” sea parcial e imperfecta.

Indefectiblemente se generan enfrentamientos por la diversidad de conocimientos y de intereses.

Una solución es la imposición. El poderos impone su verdad y somete a las demás personas y organizaciones por la fuerza (física, de riquezas, de conocimientos, de tradiciones, de capacidades). Es la lógica de la violencia, la opresión, el terror. Maquiavelo se pregunta “si vale más ser amado que temido, o temido que amado” y responde que al príncipe más le conviene el temor que el amor, pues el amor depende de los súbditos mientras el temor lo impone él.

Pero esta es la solución contraria a la dignidad y la libertad de las personas, que conduce a la guerra, a la destrucción, a la miseria, a la infelicidad de muchos.

Dios con la encarnación de su hijo nos trajo la solución que es capaz de preservar la libertad y de profundizar la sociabilidad de las personas.

Jesús vino a enseñarnos la manera de ser libres, de vivir como personas dignas, y a la vez de contribuir al desarrollo de nuestra sociedad y ser fieles a nuestra naturaleza social.

Primero nos repitió la regla de oro. El principio que la humanidad de diversas formas había venido encontrando: amar a los demás como me amo a mí mismo que significa hacer a los demás como quiero que los demás hagan conmigo. Pero luego agregó, amar a los enemigos. Y finalmente en las extraordinarias enseñanzas de su despedida nos mandó a mar a los demás como Él nos ama. Y Él nos ama hasta dar Su vida por nosotros.

Para cumplir ese mandato mi idea de beneficio personal debe incluir el beneficio de las demás personas, de todas.

Para progresar necesitamos innovar. Innovar para conocer mejor la verdad, para encontrar mejores maneras de hacer las cosas y enriquecer la posibilidad de satisfacer nuestras necesidades.

Para eso, dadas nuestra ignorancia y limitaciones, tiene sentido la gran diversidad de puntos de vista, de propuestas, de organizaciones. Nuestra ignorancia es atendida de mejor manera si hay diversidad de opciones para ir encontrando las mejores soluciones a nuestras necesidades y carencias, personales y comunitarias.

Ciertamente esa diversidad nos puede llevar al conflicto y a la polarización que nos empobrecen y provocan la violencia.

Además, en la vida personal y social necesitamos también conservar. No podemos perder ni la identidad personal, ni la familiar, ni la comunitaria. No podemos perder la verdad trascendente revelada. No podemos ni debemos dejar de ser fieles a nuestro ser esencial.

El amor resuelve también la tensión entre innovar y conservar.

El amor nos enseña a vivir en la diversidad gracias a la unidad en el deseo y las acciones de cada uno en procura del bien para todos.

El amor nos enseña el respeto permanente a la dignidad de cada persona.

El amor nos enseña las ventajas inmensas de oír a los demás, de entender sus razones, lo que nos permite poder negociar para conciliar las diferencias.

En fin, el amor a las demás personas, promover su bienestar, respetar sus opiniones y diferencias, oír sus verdades y deseos nos hace más felices.

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