Cuando pensamos en la democracia, la mayoría imagina las urnas, el acto solemne de votar y elegir a nuestros representantes. Pero, para quienes vivimos la experiencia desde una perspectiva sorda, la democracia es mucho más. Es la oportunidad de sentarse con amigos, compartir ideas, comunicarse libremente, y sentir que todos estamos incluidos, sin barreras de lenguaje o prejuicios. La democracia se vive en lo cotidiano, en la posibilidad de ser escuchados, en la inclusión.

Sin embargo, ¿cómo afecta la educación a esta percepción democrática? Me preocupa profundamente que muchos estudiantes sienten que lo que aprenden en las aulas no tiene ninguna relación con sus vidas. Como alguien que ha atravesado un sistema educativo que, muchas veces, no está adaptado a las necesidades de las personas sordas, veo cómo se va perdiendo la conexión entre lo que se enseña y lo que realmente importa.

La responsabilidad de los docentes: transmitir esperanza

¿Qué responsabilidad tienen los docentes en todo esto? Mucha. Son ellos quienes pueden transmitir no solo conocimiento, sino esperanza. Sin embargo, a menudo la enseñanza se convierte en un simple relato, un flujo de información desconectada de la realidad de los estudiantes. Nos enseñan historia, matemáticas, ciencias, pero ¿dónde está la conexión con nuestros sueños, con las luchas diarias que enfrentamos? Los estudiantes sordos, por ejemplo, no solo quieren aprender sobre fechas y eventos; quieren aprender sobre cómo ese conocimiento les ayudará a luchar por sus derechos, a construir un futuro inclusivo.

Estamos acostumbrados a leer relatos, a escuchar historias. Pero, ¿cuánto de lo que nos cuentan en las aulas nos prepara para los desafíos de la vida? El relato que muchos profesores comparten está cargado de incertidumbre. Hay cientos de libros que hablan de la incertidumbre, del futuro desastroso que nos espera. Pero, ¿dónde está la enseñanza de las posibilidades?

El futuro: ¿incierto o lleno de posibilidades?

Vivimos en una era donde cada día se repite el discurso del desastre futuro. El poema épico Gilgamesh, escrita en 2650 a.C., y películas como Terminator nos pintan un futuro sombrío, donde el mundo está al borde del colapso. Esta narrativa de caos se repite constantemente en nuestra sociedad. Muchos jóvenes sordos, y en general, creen que no tienen el poder de cambiar el mundo. Pero esa pasividad es peligrosa.

¿Por qué siempre nos presentan la ciencia social como un relato estático y no como una oportunidad de acción? En lugar de que los profesores de historia sean solo cronologistas, su misión debería ser inspirar a los estudiantes a desafiar la incertidumbre y ver las posibilidades de un futuro mejor, en lugar de resignarse a lo que parece inevitable.

Transformar la incertidumbre en oportunidad

La educación para el futuro no debería ser solo un acto de transferir datos y fechas, sino de construir puentes hacia la esperanza. Como persona sorda, sé lo que significa vivir en un mundo donde las barreras parecen insuperables, pero también sé que es posible el cambio. Nuestra responsabilidad, como educadores y miembros de la sociedad, es cambiar el discurso de la incertidumbre y mostrar que el futuro puede ser moldeado por nuestras acciones.

La democracia no es solo votar; es también cenar con los amigos, es construir comunidades donde todos, independientemente de nuestras capacidades, tengamos voz. Y los docentes, al conectar el conocimiento con la vida real, tienen el poder de transformar la desesperanza en acción.

Este es el reto: que el relato del futuro no sea uno de miedo, sino de posibilidades infinitas, para todos, sordos o no.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.