¿Cómo reaccionaríamos si supiéramos que todos los obstáculos que afrontamos en la vida son autoimpuestos? Es posible imaginar que algunas personas continuarían colocándolos en su camino. También es de esperarse que muchas otras – quizás la mayoría – decidirían tomar acción para eliminarlos todos del paso.

Lo mismo podría decirse respecto a un ser humano, a una comunidad e, incluso, a una nación entera. Lo que les impide el esplendor, el crecimiento, el desarrollo, es muchas veces un conjunto de creencias aprendidas mucho tiempo atrás. En el caso de una nación, podría tener que ver con elementos de su historia transgeneracional.

Por ejemplo, en la narrativa histórica costarricense nunca se habló de esplendor y desarrollo, de bienestar próspero y de abundancia para todos. Se habla de un vergel de inigualable e incalculable belleza. Se habla de la honrosa labor fecunda de valientes labriegos sencillos defendiendo la patria. Se habla reiteradas veces de la paz.

Hubo una época en que nuestro país fue reconocido, durante varias décadas, por su compromiso con la paz mundial, al renunciar de manera permanente a agredir por la vía militar a cualquier otro país o a la misma nación costarricense al abolir su ejército. Esa gran gesta, notoria y distinguida en el mundo entero, ya no alcanza para decir que somos un país de paz. Eso es lo que éramos.

¿Y qué nos impide alcanzar la paz? ¿Cuáles son los pasos que deben darse, desde el diseño de políticas públicas hasta los brotes que emergen desde la ciudadanía, para aumentar de manera acelerada y abundante una cultura de paz? El primer paso que debe promoverse es la comprensión de que la paz no es un destino, sino un camino para transformar incompatibilidades de forma creativa, empática y armoniosa.

Al respecto de la creatividad, siempre conviene recordar la frase de Einstein de que no podremos resolver un problema con la misma mentalidad que teníamos cuando caímos en él. Debemos evolucionar los métodos y prácticas de pensamiento y los indicadores de éxito en la gestión de acuerdos a través del diálogo.

La empatía es la capacidad de contar la historia de la otra persona. Cada vez que nos percatemos de que nosotros o alguien en nuestra presencia critica a una persona ausente, hagamos el esfuerzo por contar su historia. Sería un ejercicio más provechoso, incluso, en la identificación de incompatibilidades que nos permitirían acercarnos más a ella.

La armonía caracteriza relaciones, estados anímicos y entornos ausentes de violencia en todas sus formas: directa, indirecta y estructural. Se percibe, en las carreteras de la Gran Área Metropolitana, una cierta mentalidad de escasez o egoísmo en quienes conducen sus vehículos y no ceden el paso a quienes desean cruzar o entrar en un carril. Pareciera como si creyéramos, todos juntos, que algo perdemos si damos el paso, entonces preferimos bloquear un cruce antes que dejar un espacio donde se pueda meter alguien que obtenga una percibida ventaja sobre nosotros.

Por último, y sobre todo en una cultura con una idiosincrasia tan demócrata como la costarricense, siempre darle prioridad al diálogo, que fue lo que hicimos hace más de 200 años mientras se aclaraban los nublados del día.

Escuche el episodio 229 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Obstáculos autoimpuestos”.

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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.