Querido Evan:
Vengo saliendo de ver tu obra, conmovido y emocionado. Agradecido, además, de saber que ahora sí que hablamos. Hablan ustedes, hablan ellos, hablan ellas, y todos los demás. La prensa escrita informa, brinda material de apoyo, nos dice, al igual que ustedes lo hicieron, en cuáles números telefónicos se puede buscar ayuda. En los medios audiovisuales se validan las emociones, se nos dice que está bien no estar bien, nos hacen sentir que no estamos solos. Pareciera que por fin, además, va calando la idea de que la cultura es un componente vital en la defensa de la salud mental.
Pasó mucho tiempo, mucha agua debajo del puente, para llegar hasta acá. Atrás han quedado las épocas de censura intensa por buscar ayuda profesional en salud mental, reservada únicamente para los locos, los inestables, los débiles. Hoy, los padres le buscan apoyo a sus hijos, las mujeres saben que la menopausia acarrea una serie de consecuencias emocionales, y los hombres, incluso nosotros, aprendimos a hablar de las emociones.
Sé que falta trabajo, como lograr que cuando se aborde el tema de salud general, más desde la esfera física, se establezcan las relaciones con la esfera mental. Pienso, por ejemplo, en la gran oportunidad de relacionar la alimentación, la contaminación del agua y del aire, la obesidad, los problemas metabólicos, el estrés de nuestros estilos de vida, por citar tan solo algunos ejemplos, con los estados de ánimo, el nivel de ansiedad y el óptimo funcionamiento cerebral. Estoy claro, también, que todavía algunos medios no consideran los riesgos del efecto del copycat o replicación del suicidio, y que ellos, o nosotros, en nuestras redes, a través del fenómeno del trasmallo, exponemos información sensible, visual y escrita, sin mayor precaución ni consideración por sus consecuencias. Tendremos que seguir insistiendo.
Querido Evan, entiendo lo que te ha dolido esta fobia social (por cierto, ¡qué gran representación la del actor principal, Fabian Soto Pacheco, en este papel!, ¡felicidades!). Recordé, de forma vívida, real, dolorosa, ese sobreescaneo mental de lo que pienso o siento, la duda de si están bien, o mal –generalmente mal, muy mal– esas palabras que se me escapan de la boca; de si mis facciones evidencian mi tensión interna, la angustia quemante que siento, la necesidad estrujante de vincularme, a pesar del escaso músculo relacional que tengo; la autocensura, la duda interna, la certeza de sentirme completamente inadecuado, no merecedor de una conexión con mis pares, ni con nadie.
Resalto también la representación del apego superficial existente entre tú Evan y tu madre, tan de todos los días, tan engañoso, tan convincente de que estamos haciendo bien las cosas y que con eso ya es suficiente. Pienso en los mensajes de doble vínculo, aquellos que están compuestos por palabras explícitas, usualmente de interés hacia nosotros, pero que a la vez se contradicen por acciones opuestas, como cuando ella te dejó plantado para ir a comer tacos a pesar de mostrarse emocionada con el tiempo que compartirían. Entiendo lo mal que te hizo sentir, lo poca cosa, lo diminuto que te percibías en ese momento, incluso, a pesar de los medicamentos y de las citas médicas.
También comprendo que, bajo tempestades, podemos echar mano de la primera rama que esté al alcance, en relaciones afectivas y también de amigos. Fue por eso que a pesar de la postura descalificante, crítica, interesada, simpática –pero no empática– de tus personas cercanas, seguías acudiendo a ellas, pidiéndoles consejos, esperando que, por fin, en algún momento, se diera esa conexión tan anhelada.
Sé que todo eso es un proceso, que alcanzar, como plantea Gabor Maté, un equilibrio entre dos necesidades básicas del ser humano, la vinculación y la autenticidad, es un trabajo arduo, introspectivo, a veces doloroso, pero estoy seguro que se puede lograr, lo he visto en muchísimas ocasiones. Entiendo que poder identificar y atender las emociones, validándolas, siendo auténtico con ellas, permitirá poner límites, soltar, hacer la poda social, y ahí sí, elegir, sin desesperación, con mucha paz, los vínculos afectivos seguros y sanos.
Gracias, Evan, porque al compartir tu experiencia, adaptada a nuestro ambiente costarricense, usando nuestra jerga y estilo, habrá personas que nos sentiremos identificados, que sabremos que no somos los únicos, y se abrirán espacios de verbalización, quizás de búsqueda de ayuda profesional, o acciones de prevención. Sos parte de un gran grupo de personas tratando de hacer bien las cosas por nuestra sociedad.
Le das las gracias de mi parte a Adrián Castro Baeza y Silvia Baltodano por el gran trabajo en la dirección, a Mariangela Cubillo y Javier Echeverría por la producción general, y en la actuación, además de Fabián, a María Arriaga, Natalia Vargas, Natalia Regidor, Rodrigo Durán, Daniel Murillo, Gabriela Alfaro e Isaías Badilla. Les recuerdas, por favor, su aporte y el impacto que tendrán en muchas vidas. También reconócele al grupo Luciérnaga, al Teatro Auditorio Nacional y al Colegio Profesional de Psicólogos por el trabajo para que estas metas fueran alcanzadas.
Atentamente,
Alguien a quien también le sudan las manos.
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