¿Qué hace que una persona sienta el impulso de difundir información privada, sensible, íntima, de un tercero, sin pensar en las consecuencia morales o emocionales para el individuo expuesto o sus familiares? ¿Por cuál motivo una persona sana emocionalmente omite las implicaciones de estos actos y replica este tipo de materiales? ¿A qué se debe que exista una necesidad imperiosa de ser el primero en dar a conocer un video o material fotográfico que en ocasiones comprometa la integridad de un tercero?
Hace años, primero en Facebook, pero ahora, sobre todo, en grupos de amigos de WhatsApp, vengo observando cómo individuos cercanos y queridos, personas en ocasiones con altos grados académicos, y a mi parecer, con buenos principios y valores, son capaces, de forma indiscriminada, de reenviar este tipo de información. Lo que más abunda son videos, fotografías íntimas (y por lo tanto concebidas en un espacio personal), muertes violentas (ya sea por asesinatos, pero más frecuentemente, por suicidios) y conductas que consideramos inusuales, y que típicamente son producto de una enfermedad mental que compromete la capacidad de juicio. Ahora, con puntos extra, puede que lo que le llegue venga predigerido en forma de meme.
Toda esta información tiene siempre en común la develación de algún acto privado, en ausencia de consentimiento y la irrelevancia para el interés público. Es decir, usualmente no se trata de personas ampliamente reconocidas ni hay repercusiones para el acontecer nacional o internacional. Además, quien difunde la información, usualmente no hace un ejercicio empático de las repercusiones de sus actos, y en la mayoría de los casos, se conforma con la gratificación de ser el primero en dar a conocer la información o por las reacciones de sorpresa de sus colegas del chat.
Muchos medios masivos han sido ampliamente criticados por el amarillismo, el compromiso de la privacidad y dolor ajeno, y la frialdad con que se trata este material. Pero pensemos un segundo… ¿qué pasaría si hace años esos pasquines no hubieran tenido quién los comprara? Y hoy en día, habiendo cambiado tanto la forma como recibimos información, ¿qué ocurriría si nosotros mismos no la disemináramos? Entonces… ¿cuál es nuestra propia responsabilidad en lo que está pasando? ¿Son ellos, somos nosotros, o somos ambos, los promotores de este tipo de violencia?
El tema se las trae, y desde mi perspectiva, es imprescindible que se empiece a discutir públicamente, desde la educación primaria y secundaria, entre amigos y en la casa. No vaya a ser que, de lo contrario, estemos dando un ejemplo triste y magnificado de lo que yo llamaría un bullying legitimado.
Por lo tanto, si no queremos ser arrastrados por el trasmallo automatizado, de respuestas inmediatas, de gratificación instantánea, toca hacer la pausa, y pensar dónde queda la empatía, nuestra propia empatía, el respeto y la solidaridad humana.
Este escrito lo dedico a todas las personas cuya intimidad fue expuesta sin su consentimiento. Mi apoyo solidario para ellos y sus familias.
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