Francia se prepara para las elecciones legislativas más importantes de las últimas décadas. El presidente francés, Emmanuel Macron, anunció hace algunas semanas la disolución de las Cortes una vez anunciados los resultados de su partido en las elecciones europeas del pasado 9 de junio, donde la extrema derecha consiguió reunir el 31,37% de los votos.
Por primera vez desde el régimen de Vicky (1940-1944), en plena segunda guerra mundial, la ultraderecha tiene amplias posibilidades de ganar las elecciones. La Agrupación Nacional de Marine Le Pen y su joven candidato, Jordan Bardella, han encontrado en el rechazo y descontento que despierta el presidente galo la perfecta mezcla para optar generar adeptos.
El cambio de discurso en la ultraderecha francesa ha permitido que el partido genere cierta moderación en la prensa, que incluso ha normalizado el discurso de la extrema derecha y ha sido esencial a la hora de difundir sus bulos contra la población migrante. Han conseguido que el partido conecte con aquellos franceses que anhelan la grandeza de Francia. Dicho de otra manera, han conectado con los franceses que culpan a la inmigración de la crisis del país.
¿Pero qué representa el fascismo en nuestras sociedades? ¿Agitar el miedo al otro, al diferente, a aquel que represente una “amenaza” a nuestro modelo de sociedad, nuestras costumbres y aquellos privilegios económicos propios de los nuestros: los nacionales?
Lo anterior representa uno de los tantos cuestionamientos anuentes al fascismo en nuestras sociedades. Ciertamente en plena segunda década del siglo XXI, los patrones de división frente al diferente, se siguen aplicando al igual que en aquellas sociedades que dieron comienzo a la II GM. La repetición de estos mecanismos culturales y psicológicos ha favorecido a los partidos de ultraderecha en su discurso, los cuales identificaremos como aquellos que utilizan patrones fascistas en su imaginario político. De igual forma, es importante establecer que existe un claro punto de partida en el ascenso del neofascismo en la Europa del siglo XXI: la recesión económica del 2008, a pesar de que anteriormente a ella existían grupos políticos de extrema derecha.
Jason Stanley, filósofo y profesor de la Universidad de Yale, describe algunos de los patrones psicológicos y culturas en su libro ‘How fascism works. The politics of us and them’, los cuales se repiten en todos los países en los que han prosperado movimientos fascistas:
En el pasado, las políticas fascistas se centraban en el grupo cultural dominante. El objetivo es que se sientan como víctimas, hacerles sentir que han perdido algo y que ha sido un enemigo concreto, habitualmente una minoría o gente que se opone a la nación quien se lo ha arrebatado.
Es por eso que el fascismo florece en momentos de gran ansiedad, porque se puede relacionar esa ansiedad con una idea falsa de pérdida. La historia que se cuenta es que una sociedad antes poderosa ha sido destruida por el liberalismo o el feminismo o el marxismo cultural o lo que sea, y así haces que el grupo dominante se sienta enfurecido o resentido por la pérdida de su estatus y poder. Casi todas las manifestaciones de fascismo reflejan este discurso”.
Al igual que los años treinta o cuarenta del pasado siglo, el discurso fascista aprovecha los periodos de ansiedad social o histeria colectiva para recuperar adeptos. Esto ha ocurrido precisamente en países como Alemania, Hungría, Austria, Francia, Italia, Portugal o España, donde Vox ha entrado prácticamente en la mayoría de ayuntamientos y comunidades autónomas de todo el Estado. A pesar de que Vox, al igual que la mayoría de partidos ultra derechistas europeos, no se considera a sí misma como “ultra derecha”, dado a que dentro de su contexto e ideario político ellos han venido a salvar la grandeza de su nación, y por ello recuperar lo que fueron “aquellos gloriosos años”, premisa fundamental del fascismo: recordar las glorias del pasado.
Ese discurso mitológico del fascismo anuente al glorioso pasado y con claros matices nostálgicos, ha sido esencial a la hora de atraer votantes conservadores de formaciones tradicionales con mayor recorrido. El votante que se ha sentido traicionado por la derecha tradicional ha encontrado en los nuevos partidos de ultra derecha a una representación política que no ha traicionado el ideario más conservador del clásico votante de derecha conservadora: la supervivencia de su nación bajo la amenaza de inmigración y sus costumbres.
A pesar de los supuestos peligros que encuentra la ultra derecha en la inmigración, la ultra derecha no solamente se ha centrado en los típicos “peligros exteriores” anuentes al discurso fascista. El apogeo del feminismo en nuestras sociedades ha representado una clara amenaza al ideario fascista, y la ultra derecha no se ha hecho oídos sordos ante la amenaza que el feminismo representa a los valores patriarcales arraigados en su ideario político.
En cuanto a la economía, “la amenaza izquierdista” sigue representando un eje fundamental en el discurso fascista. La subida de los impuestos a las rentas altas y a los grandes capitales representa para para la ultraderecha una muestra del marxismo más rancio, tal como lo demuestran algunas de las medidas económicas planteadas por Vox en su programa económico: eliminación de tasas públicas y una revolución fiscal, o la rebaja “radical” del impuesto de la renta.
Valores y emociones. El fascismo es mucho más que la imposición de una ideología o un plan. Franco Delle Donne en un artículo titulado: ¿Por qué votamos a la ultraderecha? Destaca que se trata de la descripción de un impulso, de una intuición, de una apuesta por algo diferente. “Todos nos sentimos “normales” y todos estamos convencidos de que nuestros problemas, intereses y preocupaciones son “normales”. El discurso de la ultraderecha no dice qué es “normal”, simplemente lo deja a disposición del ciudadano para que lo rellene con lo que le parezca. Ese relleno es usualmente denominado como “sentido común”.
Este articulista insiste en que la ultraderecha ha conseguido elaborar relatos que, según las particularidades de cada país y región, “articulan valores irrenunciables para ciertos sectores. Valores que posiblemente estén ausentes, o mal comunicados, en los discursos del resto de los partidos”. Por ello la aplicación del discurso del “miedo a lo desconocido” en la ultraderecha genera una clara diferenciación sobre el resto de las fuerzas políticas, las cuales dependiendo de su inclinación ideología, enfatizan un discurso ajeno al “odio al diferente”.
Las emociones vs la racionalidad. La ultraderecha europea ha logrado captar de forma hábil al votante de clase de baja. Delle Done señala que “los apoyos electorales que recaba tienen poco que ver con una decisión racional. De lo contrario, sería imposible entender por qué́, por ejemplo, un trabajador humilde, posiblemente desempleado, decide apoyar a una formación de extrema derecha que planea flexibilizar y pauperizar aún más el mercado laboral”.
La capacidades de la ultraderecha de captar adeptos entre el descontento y la desconfianza hacia los partidos políticos tradicionales, ha generado un claro dilema que se ha venido escuchando mucho en los últimos años: el éxito de la ultraderecha es cuestión de suerte. Un accidente al cual los partidos tradicionales se lograrán recuperar y volverían a responder a las demandas de la sociedad.
Delle Done considera que afirmar que el éxito de la ultraderecha es cuestión de suerte es insostenible, debido a que esta afirmación ignora elementos característicos de estas fuerzas, utilizados precisamente para activar determinadas emociones con el objetivo de replantear posiciones en el electorado.
El fascismo es mucho más que una respuesta emocional en un momento determinado. Existe una clara relación entre los conceptos de razón y emoción, a pesar de que normalmente se nos presentan como opuestos. ¿Estaremos equivocados?
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