Inicio este artículo parafraseando a un autor que no recuerdo, pero su mensaje quedó rebotándome en la memoria: “Cómo podemos creer en una democracia si nos criamos dentro de las instituciones más autoritarias que existen: la familia, la religión y la escuela, dado que, en todas, la obediencia la profesan como una máxima”.
Sin embargo, aun con toda esta estructura vertical, en las tres instituciones nos inculcan la idea de que Costa Rica es una democracia, y la más antigua de la región, y que gracias al sistema electoral, cada cuatro años podemos escoger por medio del voto libre a quienes nos van a representar en el primer poder de la República: el Legislativo (que, dicho sea de paso, es una de las elecciones a la que menos le damos peso), y a la persona que ocupe el máximo cargo del segundo poder de la República: la Presidencia. Esta división la hago con toda la intensión de recordar el orden de gobernanza de nuestro Estado.
Cabe destacar que no intento cuestionar si en Costa Rica hay democracia o no, o si es un sistema completamente democrático, pues eso es un tema para otro artículo. Por el contrario, aquí lo que se intenta mostrar es que en nuestro imaginario político hay dos figuras opuestas que conviven y, en la actualidad, se manifiestan de forma fuerte y negativa.
Este tema es importante de discutirlo a puertas de la campaña electoral que se abre en octubre de este año, donde todos los medios de comunicación se llenarán de discursos de las personas candidatas a la presidencia y diputaciones, y entre videos y otras estrategias de mercadeo, no dejaran de repetir consignas que pretenderán persuadirnos de tomar una decisión que se manifieste en las urnas en febrero próximo y que defina el rumbo político del país de los próximos cuatro años.
Algunas de esas frases que puedo citar acá, y que son lugares comunes, serán: “hay que defender la democracia” con todas sus posibles variantes, o “hay que usar mano dura (o de hierro) para combatir ____________” (termine usted la frase como guste). Y claro, no podemos dejar de lado: “hay que hacer del país una economía desarrollada” y cualquier otra alusión al progreso económico de la nación, en el que, por el momento, no ahondaremos.
Lo que claramente faltará por parte de todas las figuras aspirantes a un puesto de poder, probablemente sean propuestas claras, rutas críticas de trabajo, un proyecto país y medidas que busquen el bien común y beneficien a todos las personas.
No obstante, para quienes estamos en el lado de los votantes, pronto comenzaremos a comentar entre familia y amigos, entre grupos de vecinos y comunidades, en los buses y busetas, (claro, estoy siendo optimista), otros lugares comunes que repetimos con resignación cada periodo electoral: “todos son iguales”, “todos roban”, “es que se mete en eso es para ver qué saca” o “ninguno sirve para nada”, entre otras que acompañaremos de algún meme en nuestras redes.
Lo que tampoco nunca faltará en este periodo es aquel personaje que suelte la clásica línea de: “aquí lo que hace falta es alguien que ponga todo en orden”, “alguien que lo que diga se haga y punto”, y todas sus variaciones que hacen chispear los ojos de que aquellos que sueñan con un caudillo que venga a solucionar los problemas nacionales, por lo general, dibujado como un patriarca, de voz grave y sentenciosa, que como un padre regañón y mal encarado llegue a decirnos: “en esta casa mando yo”.
Aunque el retrato que hago es un poco caricaturesco, me hace volver al principio de este texto, pues una buena parte de nuestra población espera poder escoger por una vía democrática a una figura mesiánica que venga a decirnos qué hacer y cómo hacerlo, para que el país tome nuevamente un rumbo, aun cuando no tengamos claro que dirección es esa.
Es por esta extraña convivencia de los sueños de la democracia y un autoritarismo salvador que tenemos en el poder a una figura como Rodrigo Chaves y que cuenta con un apoyo o una popularidad numerosa, a pesar de los retrocesos en materia ambiental, de derechos humanos y la destrucción del tejido social que esta administración ha hecho. A pesar, de los ataques y las mentiras que abiertamente dice este presidente los miércoles de cada semana, y que sostiene, aún cuando la evidencia demuestra la falsedad de los hechos. Aun cuando, a falta de logros, su respuesta es el insulto o la amenaza, que para muchos nos parece despreciable y preocupante, pero para otros es lo más cercano a esa figura de paterfamilias que en nuestra iglesia, en nuestra casa o en nuestra escuela nos enseñaron a obedecer.
Lo más preocupante es que quienes apoyan este tipo de discursos y formas de hacer política, generalmente también sobrevaloran figuras con formas de ejercer el poder todavía más violentas en otros países, como es el caso de Bukele en El Salvador o de Milei en Argentina o actualmente Donald Trump en Estados Unidos, quienes utilizan la maquinaria del Estado para socavar a las personas más empobrecidas y ampliar las diferencias sociales en sus países, amparados no solo en el poder, sino utilizando una serie de frases religiosas y metáforas familiares para justificar sus acciones.
Por eso me detengo a escribir esto, dado que en pocos meses nos vuelven a activar el chip de la democracia, del deber de salir a votar y el derecho, casi divino, de escoger a nuestros representantes. Pero en el aire, no solo en Costa Rica, sino en el mundo entero, están los discursos mesiánicos, las figuras autoritarias dispuestos a golpear la mesa y, por encima de eso, también están personajes políticos alineados con los pensamientos fascistas, que pueden abrir paso a posibles dictadores, que aprovecharán esos deseos de las gentes de ser gobernadas por alguien fuerte y con mano dura, para entrar por la vía democrática al poder, sin estar dispuestos a dejarlo.
Para quienes soñamos con alcanzar la justicia social y ambiental, para quienes creemos en la pluralidad, en las formas de organización horizontal y en fomentar una democracia participativa basada en el bien común, este doble estándar en nuestro imaginario nos representa un peligro y nos hace percibir que el panorama político costarricense cada vez se vuelve más oscuro y violento, hace que pese cada vez más esta orfandad política, y tememos, justificadamente, que en las próximas elecciones llegue una persona, con aires de dictador, a terminar de destruir lo que queda de nuestro estado social de derecho.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.