Me ha sorprendido cómo se utilizan palabras para expresar agresividad y violencia en relación con eventos recientes.

Los involucrados en el incidente en el transporte escolar en San Carlos recibieron insultos y reproches por igual.

Una activista local muere por cuestiones de salud, y los comentarios de su obituario expresan deseos de condenación eterna.

La Ministra de Educación asiste a una reunión y le gritan con un megáfono en el oído.

El candidato a la presidencia de Estados Unidos es por poco asesinado, y en las redes sociales aparecen comentarios lamentando que el tirador falló.

¿Responder con odio y violencia se ha vuelto la nueva manera de reaccionar ante eventos y situaciones que ocurren? ¿De repente, todos se consideran expertos en diversos temas y opinan sin conocer todos los detalles, basándose únicamente en un extracto de un video o comentario publicado? ¿Dónde quedó la empatía por las personas afectadas, que no olvidemos son padres, madres, abuelos, hijos, primos y amigos? La falta de sensibilidad a nivel social es preocupante.

Como comunidad, debemos hacer un alto en seco y entender que todo tipo de violencia comienza con palabras y los discursos de odio son una señal de alarma en una sociedad. Está en las manos, y en la lengua, de cada costarricense poner un freno al uso de palabras como forma de violencia.

La violencia se ha convertido un fenómeno mundial que desde la pandemia se ha aumentado exponencialmente. La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a un taller ofrecido por especialistas de la UNESCO sobre el tema y compartieron datos alarmantes. Según el Informe sobre Discursos de Odio y Discriminación, publicado en el 2023 por la Oficina del Coordinador Residente de Naciones Unidas, en el último año se detectaron más de 1.4 millones de mensajes en redes sociales de Costa Rica ligados a discursos de odio, en comparación con las 937 mil detectadas en 2022, lo que representa un incremento del 50%.

Pero, si se compara la cifra con la de 2021, el aumento en dos años fue de 255%.

Las palabras, tanto en línea como fuera de ella, tienen un poder inmenso: pueden unir, inspirar y fortalecer nuestras comunidades, o bien pueden dividir, deshumanizar y sembrar el odio. En un mundo cada vez más interconectado, la incitación al odio supone una amenaza significativa para nuestras sociedades, nuestras instituciones educativas y el tejido mismo de nuestra humanidad compartida. El discurso del odio no es sólo un conjunto de palabras, es un acto que deshumaniza, discrimina e incita a la violencia en todas sus formas, socavando valores y creando divisiones que pueden tener repercusiones duraderas.

Cada uno de nosotros puede aportar a crear un ambiente sano y seguro, tomando acciones desde nuestros diferentes roles.

Desde lo personal, es importante reflexionar sobre las palabras que usamos y desarrollar el hábito de hacer una pausa antes de responder. Antes de hablar o escribir, debemos considerar si lo que vamos a compartir es cierto, útil, necesario y amable. Además, podemos practicar la empatía al escuchar y comprender las perspectivas de los demás.

Desde el rol de padre o madre, es crucial mantener un diálogo abierto y aprovechar los eventos actuales como oportunidades de aprendizaje para comprender las opiniones de nuestros hijos y discutir diferentes maneras de reaccionar ante estas situaciones. Al esforzarnos por ser un modelo de calma y tolerancia, podemos inculcar valores de respeto y empatía. También es fundamental supervisar el acceso de los hijos a las redes sociales y orientarlos sobre cómo comportarse en línea.

Desde el rol de ciudadano, podemos oponernos a la violencia en todas sus manifestaciones, participar de espacios y relaciones de forma sana, asertiva y educada. Como ciudadanos responsables, tenemos el deber de promover un entorno donde cada individuo sea valorado y respetado, sin importar sus diferencias.

La creciente tendencia de utilizar palabras como herramientas de agresividad y violencia es alarmante y refleja una preocupante falta de sensibilidad social. La incidencia de discursos de odio, tanto en línea como fuera de ella, ha aumentado de manera exponencial, lo que pone en riesgo la cohesión de nuestra sociedad. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de frenar esta ola de negatividad y promover un ambiente de respeto y empatía. A través de la reflexión personal, el ejemplo como padres y madres, y la responsabilidad ciudadana, podemos transformar nuestra comunidad y cultivar un entorno donde el diálogo respetuoso y la comprensión mutua prevalezcan sobre el odio y la violencia.

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