En 1971 en su libro El círculo que se cierra, el intelectual estadunidense Barry Commoner (2022) escribió (p. 81): “El sistema actual de producción es autodestructor; el curso actual de la civilización humana es suicida”, lo que nos invita a pensar, más de medio siglo después, ¿cuánto a cambiado nuestro sistema? o ¿si ha tomado otro rumbo? y, lamentablemente, no hace falta hacer mucha reflexión para darse cuenta de que, en vez de mejorar, nuestro sistema económico y político se ha endurecido aún más en esta actitud destructiva y devastadora que pone en riesgo de extinción tanto a seres no humanos como a nuestra propia especie.
Y es que la necropolítica está más que enraizada. Este término lo utiliza el historiador camerunés Achille Mbembe (2011) para describir nuestro ordenamiento global y político actual, basado en procesos de colonización y despojo, principalmente de un Sur Global conformado por los países más empobrecidos, donde como él señala: “Matar se convierte en un asunto de precisión” (p. 51).
Venimos de un siglo marcado por la muerte, el que, si sumamos las víctimas de la primera, segunda y demás guerras que se ejecutaron en el periodo entre 1900 y 1999, llegamos a cientos de millones de pérdidas humanas, obviando los cientos de millones de animales no humanos y ecosistemas que desaparecieron o se vieron afectados por este tipo de actividad. Venimos de un siglo marcado por un fascismo aparentemente derrotado y por un genocidio Nazi que la mayoría del planeta no quiere que se repita.
Sin embargo, al entrar el siglo XXI se habló desde un movimiento esperanzador, en el cual se pensaba que ciertos acontecimientos históricos oscuros no volverían a darse, o se evitarían, más con la creación de una institución que, a veces, parece inútil para tomar medidas determinantes, como es el caso de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que se ve atada de manos por el necropoder que tienen algunos de sus actores, especialmente la figura de Estados Unidos.
Y realmente, quiénes íbamos a imaginar que a estas alturas de la historia humana, cuando se dispone de la información científica necesaria para buscar la sobrevivencia y la adaptación a una crisis climática y ecológica, que supondría una búsqueda de consensos y el trabajo por el bien común, más que somos sobrevivientes de una pandemia, cuando se hablaba de una nueva normalidad y de otra forma de hacer las cosas, más todo el aprendizaje de un siglo anterior en el que tantos perdieron la vida y tuvieron que darnos toda una lección para cambiar nuestro rumbo civilizatorio, hoy seamos testigos y veamos trasmisiones en directo de un nuevo genocidio ejecutado por Israel, a vista y paciencia de todas las potencias del mundo, y siendo apoyado por Estados Unidos y otras potencias del Norte Global, en el cual cada vez se le vende más y más armamento a un Estado para que lo utilice contra civiles y personas indefensas.
Parece llamativo el silencio de muchos líderes, tanto a nivel nacional como mundial, de llamarlo así, genocidio, pues qué otro calificativo podría darse a un Estado que ha acorralado a otro durante más de 70 años y lo ha ido desplazando, despojando y, ahora, eliminando de manera sistemática y utilizando toda la fuerza militar para destruir a toda una población, negando el acceso a la ayuda humanitaria y provocando la muerte por inanición y deshidratación de muchos pobladores palestinos.
Podríamos hablar de muchos otros conflictos que se nos han presentado en lo que llevamos de este siglo, pues ¿quién tenía idea de que presenciaríamos nuevas dictaduras? Y tan cercanas, como es el caso de Nicaragua, o Venezuela, o el ascenso del autoritarismo y el fascismo, como pasó anteriormente en el Brasil de Bolsonaro, o actualmente Bukele en El Salvador y Milei en Argentina. Y que fuéramos testigos de golpes de estado, como igualmente pasó en Brasil o Honduras. O un país sumido en lo peor de las concepciones de la anarquía, como es el caso de Haití, donde se asesinó a su presidente. O una guerra absurda entre Rusia y Ucrania y otra de tantas invasiones de los Estados Unidos, como se dio en Siria, y así cientos de conflictos armados en África, de los que no nos llegan noticias.
Pero hoy nos capta la atención las políticas de muerte aplicadas por Israel, de las que poco se habla en los medios y que estos la invisibilizan o tratan de bajarle el tono, llamándole guerra o conflicto armado, siendo evidente otro título más atinado: genocidio.
El mismo Mbembe (2011) lo señala en su libro de Necropolítica para referirse a esta situación (pp. 52 y 53):
Tal y como muestra el caso palestino, la ocupación colonial de la modernidad tardía es un encadenamiento de poderes múltiples: disciplinar, (…) «necropolítico». [Esta] combinación (…) permite al poder colonial una absoluta dominación sobre los habitantes del territorio conquistado. El estado de sitio es, en sí mismo, una institución militar. Las modalidades de crimen que este implica no hace distinciones entre enemigo interno y externo. Poblaciones enteras son el blanco del soberano. Los pueblos y ciudades sitiados se ven cercados y amputados del mundo. Se militariza la vida cotidiana. Se otorga a los comandantes militares locales libertad de matar a quien les parezca y donde les parezca. Los desplazamientos entre distintas células territoriales requieren permisos oficiales. Las instituciones civiles locales son sistemáticamente destruidas. La población sitiada se ve privada de sus fuentes de ingresos. A las ejecuciones a cielo abierto se añaden las matanzas invisibles.
Además, se puede apuntar en otra dirección para condenar las acciones del estado israelí, y es como los ecologistas del mundo señalan, el genocidio provocado en Gaza y Líbano por la constante destrucción de ecosistemas tras los bombardeos y otros ataques, que provocan la matanza de flora y fauna y la contaminación sistemática de cuerpos de agua, del suelo y del aire.
Obviamente, la necropolítica no es un asunto exclusivo del Israel, de hecho, se perpetúa en todos nuestros países y, en vez de debilitarse, parece tomar fuerza, ensombreciendo aún más el panorama de nuestra delicada situación climática y civilizatoria actual, pues la temperatura del globo y los otros límites planetarios siguen agravándose y nos ponen en una situación crítica como especie.
Así que este siglo pinta como un remake de la película que fue el siglo anterior, pues estamos cayendo ante el poder necrótico de estas potencias, que siguen con la tendencia del saqueo, el extractivismo, la colonización y el exterminio de poblaciones. Parece ser que tendemos a repetirnos y seguimos siendo testigos del sufrimiento que tantos seres en el planeta.
Obviamente, hablar de necropolítica es solo uno de los factores de este genocidio, podríamos profundizar en aspectos religiosos, geopolíticos, económicos y otras aristas de análisis que, para el presente artículo, no vienen al caso, pues tiene por objetivo evidenciar el acto genocida que aún sigue sin señalarse abiertamente en muchos medios y escenarios políticos.
Pero, al igual que en el Guernica de Picasso, nos toca buscar algún punto luminoso, pues desde las bases, desde las academias, desde muchas comunidades y otras poblaciones en resistencia surgen contramovimientos que nos dan esperanza, que luchan por abrir caminos para la no violencia, la paz y la adaptación a un tiempo que se vuelve cada vez más crítico; movimientos feministas, veganos, pacifistas, ecologistas y otros que se organizan para denunciar las injusticias y alzan la voz por las poblaciones oprimidas, como lo es actualmente el pueblo palestino, y que en sus activismos nos dan luces de otras formas de vida, de rutas alternativas que podemos tomar como civilización, y que nos ofrecen otras formas de ver y de ser en el mundo, para que trabajemos desde el bien común y la sana convivencia entre humanos y no humanos.
Grupos y personas que han venido acampando en las universidades del mundo, que se han manifestado en la carretera, que han interrumpido espacios públicos y políticos para denunciar este acto de barbarie y que desde diferentes lugares alzan la voz pidiendo un alto a las políticas de muerte y buscan proponer rutas de diálogo para intentar hacer una película completamente distinta a la que vivimos en el siglo XX y nos invitan a tomar una postura, para que intentemos parar este terrible remake histórico al que nos tienen sometidos.
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