La comunidad árabe israelí, también conocida como ciudadanos palestinos israelíes, representan cerca del 20% de la población total del país, es decir, cerca de 2 millones de personas, participan en la sociedad con presencia institucional muy dinámica. Esta comunidad forma una parte integral del tejido nacional del país y poseen un papel determinante para el desarrollo como en los objetivos de lograr un proceso de pacificación a nivel regional.
Los árabes israelíes son protagonistas clave en sectores fundamentales tales como salud, educación, construcción, transporte y hasta en el sector de alta tecnología. Aproximadamente el 17% del personal médico en hospitales israelíes es de origen árabe, y en algunas regiones del país, los hospitales no podrían funcionar sin su presencia. Durante la pandemia por COVID-19 los profesionales árabes estuvieron en la primera línea de acción junto con sus pares judíos, mostrando de esta manera su compromiso innegable con el bienestar de la nación.
Es verdad que en ocasiones los árabes israelíes han sufrido de problemas como acceso a tierras y viviendas, así como un presupuesto inferior en educación que sus pares judíos, lo mismo que son de las poblaciones que más enfrentan problemas para el acceso a ayudas sociales y a nivel de seguridad ciudadana es una de las comunidades donde se concentra mayores índices de violencia y criminalidad, elementos donde el Estado ha quedado debiendo.
De igual manera, la Ley del Estado-Nación del año 2018 generó en su momento un sentimiento de discriminación estructural contra las minorías, principalmente la árabe no judía, porque incluso el idioma árabe fue degradado a idioma especial del Estado y ya no oficial, dando prioridad al hebreo, aunque aún de facto el idioma árabe se sigue usando de manera común en todos los ámbitos de la sociedad y además, aunque la ley busca garantizar que Israel sería siempre el Estado de los judíos, esto no le ha negado derechos a las poblaciones no judías del territorio.
Por otro lado, la comunidad árabe israelí está compuesta por musulmanes, cristianos, drusos y otras minorías. Esta pluralidad fortalece el carácter democrático y multicultural del país. Los ciudadanos árabes participan en universidades, medios de comunicación, el sistema judicial (incluyendo jueces árabes en la Corte Suprema) y en la política nacional.
Como ciudadanos israelíes y personas de ascendencia palestina, esto los convierte en puentes naturales entre las poblaciones judía y palestina tanto dentro del territorio de Israel como incluso en los territorios administrados por el liderazgo palestino. En tiempos de tensión, este rol se vuelve particularmente relevante, pues representan un modelo práctico de coexistencia dentro de un mismo Estado democrático.
De este modo, la acusación de que Israel implementa un sistema de apartheid se ha convertido en una consigna repetida por ciertos sectores políticos y organizaciones internacionales. Sin embargo, la realidad de la comunidad árabe israelí desmiente profundamente este mito.
Primero porque los ciudadanos árabes israelíes pueden votar, ser elegidos y formar partidos políticos con representación parlamentaria. La Lista Conjunta, y más recientemente el partido Ra’am (que formó parte de la coalición gobernante en 2021-2022), demuestran la vitalidad de la democracia israelí, donde las minorías pueden influir activamente en las decisiones nacionales.
Pese a desigualdades que deben ser corregidas, los ciudadanos árabes acceden al sistema público en igualdad formal de condiciones que los judíos. Estudian en universidades, trabajan en el sector tecnológico, ocupan cargos públicos y participan en iniciativas empresariales y culturales. Estas dinámicas no son compatibles con el concepto de apartheid, tal como se definió en Sudáfrica o en el Derecho Internacional.
Por otro lado, si bien existen brechas en la distribución de recursos, como también sucede en muchos otros Estados, no se puede reducir esta realidad compleja al concepto de "ciudadanía de segunda clase" porque ignoraría el acceso a derechos con que cuentan. La existencia de desigualdades estructurales, que también afectan a comunidades judías periféricas y a ultraortodoxos, exige reformas, no una deslegitimación del carácter democrático del país.
Mientras tanto, pese a que existe en ocasiones separación residencial entre árabes y judíos que en ocasiones no se mezclan, en muchos casos esto se debe más a dinámicas históricas, preferencias culturales y desarrollo urbano. No hay leyes que prohíban la mezcla residencial o la matrícula de estudiantes árabes en escuelas judías, salvo criterios propios del tipo de institución.
Los ciudadanos árabes israelíes también tienen libertad de expresión, pueden organizarse política y culturalmente. Aunque pueden surgir tensiones en momentos de conflicto en Gaza o Cisjordania las leyes protegen sus derechos para identificarse como palestinos o descendientes de palestinos e incluso en la actualidad, cada vez más jóvenes árabes israelíes participan en movimientos sociales y plataformas de diálogo que abogan por sus derechos dentro del marco democrático israelí.
Por otra parte, el gobierno israelí ha adoptado planes quinquenales para mejorar las condiciones de vida de comunidades árabes, incluyendo inversiones en educación, transporte, vivienda y seguridad. Estas medidas buscan corregir inequidades históricas y fomentar oportunidades reales de desarrollo.
A través de alianzas público – privadas la cantidad de árabes israelíes en la industria tecnológica ha crecido. Distintas iniciativas apoyan a grupos de jóvenes árabes para integrarse en el ecosistema de innovación de Israel de una manera mucho más formal y activa. También el porcentaje de estudiantes árabes en las universidades israelíes ha aumentado notablemente. Durante el año 2009, estos representaban el 9% del estudiantado; desde hace al menos dos años, el número ya superaban el 20%.
Es importante señalar que, si bien no es un lecho de rosas, la experiencia árabe israelí puede servir de modelo para imaginar fórmulas viables de coexistencia entre israelíes y palestinos. Los árabes israelíes pueden desempeñar un rol clave en la diplomacia informal y los procesos de reconciliación.
Así también, frente a los discursos que presentan el conflicto como inevitable, la comunidad árabe israelí encarna una narrativa alternativa: la de una minoría que, aún con tensiones, vive, trabaja, vota y construye futuro dentro de un Estado judío y democrático.
Esta población es mucho más que una minoría estadística, son una pieza esencial para el desarrollo, la estabilidad y la identidad democrática de Israel. Su existencia desmiente el mito del apartheid y abre una ventana de oportunidad para construir puentes entre mundos enfrentados. Aunque con retos, una integración más profunda es posible y podría forjar una paz duradera con sus vecinos.
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