Antes de que Yuri Gagarin viajara al espacio, las representaciones de la Tierra regularmente eran de color café o verde. Eran, si se quiere, muy parecidas a los mapamundis con los que estudiábamos hace unos años. Y, sin embargo, según el cosmonauta ruso, la Tierra vista desde el espacio se ve azul. Un azul brilloso, ni demasiado frío ni demasiado cálido.

Luego, por supuesto, vinieron las misiones Apolo, las películas de Kubrick, los dibujos animados, los videojuegos, los viajes de Franklin Chang y el Planeta Azul los lunes a las 7 p.m. Entonces quedó zanjada toda discusión: la Tierra es azul. Hoy algunas gentes aseguran que es plana o hueca. Terry Pratchett, incluso, fue más allá y dijo que se trata de un disco sostenido por cuatro elefantes que reposan sobre el caparazón de una tortuga. Pero, al menos desde los viajes espaciales y la televisión, a casi nadie se le ha ocurrido decir que la Tierra es negra o café o verde o amarilla o rosada.

Alguien dice que en el romanticismo decimonónico estuvo de moda el azul y el amarillo. O, de repente, alguien asegura que los setenta eran, predominantemente, sepia, que los ochenta eran neón, que los noventa fueron pastel y que el 2023 fue rosado Barbie. Y nada de esto aborda la pregunta crucial de fondo: ¿son los colores certezas?

¿Acaso las mujeres ven los colores de la misma manera que los ven los hombres? ¿Una bermuda floreada de los años 90 luce tan escandalosa para un finlandés como para un costarricense que toma un baño en Ojo de Agua? ¿Es el color negro algo más que ausencia de color?  ¿Los azules que usaba Joan Miró son los mismos azules que ve un japonés cuando los cerezos florecen?

Cada época y cada espacio produce sus metáforas. Y con sus metáforas surgen su gramática de la cultura y, también, sus colores. Durante mucho tiempo creímos que el color, en efecto, era un aspecto objetivo, certero, material y científicamente determinado por fotones y ondas. Pero, como mencionó el neurofisiólogo Óscar Brenes en el programa radial La Telaraña, fueron los artistas quienes nos mostraron que los colores son mucho más que eso: son, ante todo, percepción.

Jurgen Ureña (cineasta y conductor radial), Óscar Brenes (neurofisiólogo) y Federico Herrero (artista visual) conversaron acerca de esos asuntos en La Telaraña y discutieron, entre otras cosas, sobre la capacidad de Beethoven para pintar con sonido y el potencial de las canciones de The Cure para la producción en un taller de pintura.

Curzio Malaparte consideraba que Suecia es un país azul. Buena parte de los turistas internacionales, más allá de que aterricen en el Juan Santamaría, opina que Costa Rica es un país verde. Personas de todo tipo siguen cruzando la acera cuando se topan con alguien vestido de negro. Muchísimos animales interpretan el color rojo y el amarillo como una señal de amenaza. Silvio Rodríguez busca su unicornio azul. Juanes, la camisa negra. Los enamorados envían rosas rojas. Y, pese a todo, como en la canción de Cindy Lauper, la gente persiste en creer que existen los true colors y, por si fuera poco, que estos definen quiénes somos.

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