El ser humano es un animal que se ha adaptado de manera fascinante a su entorno y, así mismo, también ha sido excepcionalmente eficaz en adaptar este entorno para su beneficio particular. Este par de adaptaciones, en complementarias direcciones, le ha permitido coronarse como la especie con mayor capacidad de imposición sobre su ambiente, es decir, sobre los demás seres con que habita.

Ese poder adquirido por el humano —en el sentido de la capacidad de ejecutar decisiones propias con prácticamente nula oposición por parte de otros organismos— causa irremediablemente sus consecuencias a todo lo animado e inanimado que le rodea. Así, al incrementar el consumo de los bienes naturales a enorme escala, ha deteriorado su entorno (rico tanto en seres vivos como inertes) de forma expedita y con cada vez menos posibilidades de recuperación. Incluso, se sugiere que la sexta extinción masiva del planeta ya inició y es en gran medida por culpa de este ser.

Otro factor que distingue a este homínido es su capacidad de creación: ha desarrollado herramientas para ampliar su rango de dominio (por ejemplo, para su movilidad ha creado automotores terrestres, marítimos y aéreos) e incluso tecnologías para acelerar su productividad (basado en el concepto que tienen sobre lo que implica considerarse productivo). Sin embargo, y muy posiblemente debido a sus descontroladas ansias de más poder, también ha creado una vasta cantidad de artilugios para destruir a miembros de su estirpe.

Ahora bien, entre esa intrigante tecnología que ha logrado crear, también concibieron “algo” que han denominado ‘Inteligencia Artificial’ y que, según sus propias matemáticas (otra herramienta para, entre otros usos, predecir resultados), podría llegar a ser imposible de controlar por ellos mismos. Esta “inteligencia no natural” es la representación final y completa de cómo ellos mismos se autoperciben (“seres inteligentes”), al acreditarse el puesto más alto del árbol evolutivo.

Desde finales del siglo pasado y principios de este siglo, el humano se ha propuesto a inventar medios virtuales cada vez más parecidos al mundo físico: una imagen digital simulando lo que conocen y en el que también incluyen escenarios fantásticos salidos de su imaginación; estos, en su forma más avanzada, son ambientes que han denominado metaversos. La causa medular pareciera ser que están agotados o abatidos por el mundo material (físico) y por esta razón buscan consuelo en otros lugares no estrictamente reales (virtuales).

Además, se dio la tarea de implementar un modelo de comercio y generación de estatus basado en la acumulación y el intercambio de una representación numérica (tanto física como virtual) que denominan ‘dinero’. El humano posicionó este producto a un nivel incluso más alto que su propia vida: básicamente su existencia parece girar alrededor de las cantidades que cada individuo es capaz de acaparar y utilizar. Por esto, sus fuerzas —tanto físicas como mentales— están mayoritariamente enfocadas en tratar de obtener porciones suficientes de ese patrimonio que le permitan satisfacer sus necesidades e impulsos, muchos de estos totalmente autoimpuestos.

Todo lo anterior está generando que sus prioridades se transformen debido al rápido, estresante y costoso proceso de vivir que ellos mismos se han implantado, por lo que prefieren utilizar sus energías en obtener satisfacción por otros medios, dejando de lado el —quizás— más común de los objetivos de los seres vivos: la perpetuación (no necesariamente la reproducción, sino más bien la autopreservación natural como mamíferos que son). Esto no debe ser visto como algo extraño debido a que —como se sabe— el ser humano es capaz de tener conciencia de su realidad y esta facultad de autorreconocimiento le ha permitido decidir por encima de su racionalidad, incluyendo lo que concierne a su propia conservación.

Así las cosas, entre la depredación de su ecosistema, la creación de posibles “entes” que serían más capaces y con un poder superior, la utilización cada vez mayor de entornos virtuales por encima de los físicos, el insensato comportamiento destructivo con sus pares, el enorme desgaste en su cíclica necesidad de acumulación y uso de eso que llaman ‘capital’, así como un ranquin de prioridades que difiere de los naturalmente usuales (comparado con las demás especies), entre otras muchas razones, no es difícil suponer que el Homo sapiens está condenado a la extinción. Y no necesariamente esto representa algo incoherente de por sí para este ser, porque su tiempo en el planeta está caducando por su propia decisión.

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